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laguna198@hotmail.com
Lo escrito son ideas primigenias que después se han corregir y alterar.
No
está. No estará. No estaremos cantando a la paz. Aun rememoro aquel día donde
la frontera se extinguió y nosotros corríamos tras los camiones que nos llevaron
a este país, a esta ciudad donde los ojos se vuelven desconfiado ante el
extranjero cuando se mece en los pozos de la miseria. No, no somos extranjeros,
no somos foráneos de esta tierra, de este mundo que nos ha visto crecer,
sufrir, morir. Ahora miro a mi hijo, porque es mi hijo y lo quiero. Va creciendo
velozmente con el fenecer de las hojas de un almanaque. Al fin he conseguido
los papeles. Sí y ello me lleva a un estado tanto de alegría como de tristeza.
Pienso en aquellos que aun son causa de penalidades, de esferas corrosivas que
los asfixia hasta la desesperanza. Todavía continuamos caminando por tierras de
cenizas punzantes, quemantes cuando tu tez es ajena a ellos. Pero, al fin, yo
he conseguido los papeles. Pero, al fin, yo he conseguido un trabajo. Me
diversifico entre este niño y mi labor cotidiano en un centro hospitalario. Por
un momento un estruendo hace temblar este piso , las ventanas. Es una queja sórdida
del más allá de este planeta. Un universo confuso y caótico que nos entrega el
desdén. Me abrazo a mi hijo, el me pregunta, no entiende de esa explosión portentosa.
Sus se muestran quietos, algún daño en su memoria le viene. Un daño ocasionado cuando
no era más que una existencia indefensa y sola en un campo de refugiados. El
recuerda, recuerda la pena, lo ingrato que es el clima cuando te hallas en la
desnudez de la vida. El recuerda, recuerda tal vez a su madre, a su padre . No
sé. No hemos hablado de ello ni pienso comentárselo. Tal vez en el transcurso
de los años. Cuando sea un muchacho autónomo. El recuerda, su mirada se pierde
en algo inconcreto. No dice nada solo, se abraza a mi como refugio de todo ese inteligible
daño de su ayer. Yo me siento caer, caer donde las ráfagas de bombas
destrozaban todo mi mañana, un despertar imbuido en la fatalidad. No pasa nada
hijo. Solo ha sido un temblor de la entrañas de la tierra, le digo. Algo
natural que viene sin mal¡ Ah , el mal¡ Se esconde donde lo menos lo esperas y
en ocasiones sale a la luz en un minúsculo acto. En la vida las cosas se
revelan por si solas, todo sube, todo cae. No está. No estará. No estaremos
cuando nos demos cuenta del error…
El fallo. Sí, el fallo, correr la cortina y verla ahí postrada
en su silla con sus ojos latentes a una pantalla de ordenador. Por ahí
circulaban todas las impresiones cargadas en sus espaldas, en su vientre y se
desinflaba como mujer valiente a los gritos del silencio. No debí correr la
cortina ¡Ah, un fallo ¡Embelesada con su juego de palabras hilaba cada trazo de
sus sentidos con la sonoridad de una música que la llevaba al epicentro de sus
sentidos! Se dejaba ir…dejaba que cada letra tomara forma hasta constituir su
obra…una obra de lamentos y esperanzas. No se daba cuenta, embelesada en su rutinaria
persecución de frases travesías de su razón, de que yo estaba detrás de ella,
con la cortina corrida. Por un momento se quedo estática con su mirada en ascua
y comentó algo, algo referente al cancelar de su intimidad. Corrí la cortina de
nuevo y la deje sola, sola y sus pensamientos y esas palabras pilares de sus
sentidos. Me puse a mirar por la ventana todavía la noche estaba aquí, mantuve
la paciencia, hasta que el horizonte engendrara el sol del hoy, de este
presente ausente. Una brisa fresca se
enredaba en mi rostro, una nostalgia se apoderaba de mi corazón. Por qué se ha
ido, tras esa cortina, un alejamiento que me hacía sembrar la despedida. Sí, el
fallo. El fallo de continuar cuando todo es vacío. Ella en su ruta, yo en mis
ganas de seguir queriéndola. Había algo extraño en el ambiente. Un otoño donde
las nubes dan descanso, donde un sol picón rasguña las sensaciones y te invita
a la despedida. Sí , el fallo, correr la cortina de nuevo e inquietarme al no
verla ahí, en su silla frente la pantalla. Dónde estaría. Di unos pasos y me enfrenté
a lo escrito, nada. No había nada. Y ella donde, dónde se encontraba. Caí en la
silla, frente la pantalla en blanco, frente la pantalla callada y la música que
sonaba silenció. La soledad son lazos ardientes que nos viene cuando los años
agotados responden a nuestra monotonía. Sola, conversando con las alas del alma
frente una ventana de donde penetra una brisa fresca y del horizonte el
nacimiento de un sol picón. Y me di cuenta… me di cuenta que algo de mi se perdía,
se iba diluyendo en la sensación de despertares de sábanas gélidas.
Un cielo cenizo. Un cielo
estrangulado por el peso de los nubarrones. Una impertinente llovizna se hace
hueco en las pisadas por una urbe plomiza, densa donde la verticalidad de las
alas se arrima a un árbol cual supura las heridas de la polución, de la
desganas de ser lumbre de ataúdes ¡la vida¡Nada más. Seguir entre edificios
grotescos donde los chillidos de las miradas perdidas lo desesperan. Un cielo
corrosivo envuelve ojos vetados al más allá. Ojos revolcados en lo cotidiano de
una supervivencia en lo absurdo, en lo trivial. Somos hijos de esta casa que se
despeña donde los acantilados callan, donde las mareas muerden el adiós. Y
llueve, circulamos como náufragos de esta atmósfera. Ajenos a todo silencio regido
por el dolor. Ausentes nos apoyamos en una esquina, vemos el paso del tiempo,
un tiempo perdido en donde nuestro reflejo se hace marmóreo. Los cipreses cantan
y las tumbas vienen donde la sed, el frío y guerras perdidas o vencidas se
apoyan en nuestros hombros. Y caemos y un cielo cenizo besa nuestra garganta. Y
nos levantamos y un cielo cenizo huele nuestra hambre. Indefensos, vestidos de
miedo con las manos abiertas pedimos clemencia, basta ya, no más. Derrotados
nos embarcamos a rumbos oscuros, brumosos, tenebrosos. Un temblor se enreda en nuestros
rostros y llueve y hace frío y no sé porque pensamos en el ayer. Qué hermoso
ver los pájaros cuando el alba nos llama. Que hermoso ver los años en un jardín
donde los niños corren bajo la lluvia, sobre la hierba fresca.Que hermoso ver la sonrisa de las jornadas,
acostada en la plenitud de soles , de nuevas estaciones donde la paz sea
retumbar de nuestras venas ¡Ah esos nuevos despertares¡ en la plenitud de la
tierra, de una tierra que somos resonar de su vientre.
La luz viene. Un crepúsculo girando en gaviotas que en espiral
son hijas de las mareas. Los ojos cansados se elevan y son puente donde las
ballenas van a morir. Un lamento lejano se escucha, un lamento que rumia el
silencio de ese adiós a esta tierra azotada por los males de la humanidad. Pero,
la luz viene y los ojos cansados se arriman a la voluntad de los deseos, de
esos sueños ensimismado en un mañana. Mañana seremos alas de arco iris coloreando
cada instante de una sonrisa. Guardaremos los malos ratos en las calles del
adiós y seremos promesa de la verdad de nosotros mismos, una verdad sin velo.
La luz viene. Me siento en mi silla y frente a una hoja callada disimulo el
callar de mis estaciones. Y amanece y todo es esperanza en lo alto de una roca
que mira al mar ,donde las ballenas van morir.
De rodillas. Un grito. La evasión
de los sentidos. Se siente caer y es llamarada a la vida…sí, a la vida. Triste,
se levanta y en la verticalidad de sus plumas plomizas trepa donde el eco de la
luz dilata su memoria. Porque ella recuerda toda escena petrificada en su
vientre, escenas de dolor. Un grito. Se fija en un árbol que tiene delante de
ella. Ve brotar una hoja, una esperanza. Pájaros inquietos se mece en sus
ramas. Ella observa con sus ojos de velo, turbios, cansados. Y ahora está de
pie, camina y lo abraza…siente sus latidos. Siente que este mundo es arañado
por el grotesco y aberrante murmullo de las balas mortíferas. Y ella es ella.
No se queja, su callar es temblor de sus manos. Cierra los ojos donde ya no hay
lágrimas, gastadas…emparedades de tanta y tanta cicatriz. Pero está de pie,
camina y abraza ese árbol donde los pájaros cantan.
Luna
llena. Una luna cuyo blanco luce en balanceo de unos ojos inconclusos en sus
cavilaciones. La esquina de los espejos. Para muchos, lugar donde la luna llena
los esboza en un fragor interminable. Los rostros se vuelven jóvenes, inocentes
en el transcurso de una mirada vertida a los océanos de la libertad. Luna
llena. La esquina. Una esquina donde el reflejo del espíritu enerva mariposas
pacíficas con el vigor de las pisadas, mudas.
JANE:
Yo
vestida como la luz de la luna, la bella luna. Susurro a la brisa nocturna un
canto con el ritmo de las olas. Entrego mi cuerpo a la noche. Una noche
estrellada donde se divisa la calma. Pero esta calma es ficticia, las entrañas
del ser humano hierven. Hierve de penurias y guerras inconclusas donde las olas
no cantan.
Elle:
Yo
vestida como la negritud del universo. Imperfecta y la vez saboreando los
instantes que rozan mis espaldas. Te miro, me miras. Somos hijas del océano.
Somos hijas de los naufragios ocurrido en el paso de generaciones. Y da lástima
que aun se reproduzcan de igual manera sin la paz gritando balas de algodón.
Anne:
Aquí.
Entre ustedes dos. Soy vertical. Soy equilibrio que se mece en las alas de una
travesía infinita. Luchamos y somos madres de cada anochecer donde los ciegos duermen.
La canción de las olas rasguea un sueño, un
deseo y la luna llena en la esquina de los espejos reproduce cada abrazo a esa
vida del mañana. Sin embargo, se inquieta, masas corpóreas descienden a la
miseria, a las guerras, a esas travesías como bocanadas del adiós. Y la muerte
llega. Y la luna llena llora. Y la esquina de los espejos es atizadas por las
herrumbres del ser humano. Todo es arrasado. Todo es arrastrado a faz de las
tinieblas.
Jane:
Al
unísono somos balada que profundiza en los deseos. Deseos ambiciosos en este
mundo que parece morir y no muere. Estamos ajenas al sufrimiento. Estamos
ausentes a los chillidos del dolor en el silencio de nuestros oídos. Pero hay
gritos. Pero hay sufrimientos.
Ellen
:
No
cambiaremos, todo es repetitivo en este planeta donde las almas no despiertan
¡Qué tranquila está la noche¡ Respiro hondo y soy tierra que he de pisar y soy
mujer que ha de luchar. Una lucha sin armas solo, con la bocanada de nubes
blancas sonando a nuestros caminos.
Anne:
Qué
largo se hace el camino de vuelta a casa. A esta casa llamada tierra. Tan
violenta, tan desaforada, tan injusta en su porvenir. El hombre se vuelve huraño,
perseguidor de fronteras condenadas al llanto, a agujas danzando al son de la
desgracia.
Luna llena. La esquina de los espejos.
Ruptura. Y volvemos a ella. Regresamos a su mirada estática y hermosa, nos
rendimos a su luz. Una grandiosidad que nos eleva en la marginación de las
penas, de hombros divagando la pesadez de las jornadas. Luna llena. La esquina
de los espejos. Tejo el corazón en el derivar a ese tiempo que se va y todo
vuelve a reverder.
Jane:
Y
si yo mujer de blanco, sonrío. Y si yo mujer de blanco, doy un abrazo. Pasear
por calles, por pueblos donde el saludo sea bienvenido a la alegría. Yo vestida
de blanca con el halo de la luna, de la bella luna.
Ellen:
Y
si yo mujer de negro, sueño. Y si yo mujer de sueño cediera mis sueños. Sí, mis
sueños en la globalidad de este mundo ¿Qué pasaría? Las armas serian esponjas absorbiendo
todo mal con el auge del arco iris alentando a las almas que pueblan este
planeta. Sí, soñar y soñar, levantar la cabeza y borrar esa lágrima putrefacta
que revienta los rostros del hambre, de la sed, de la muerte precoz. Y todos
cantaríamos como cantan los desiertos, como cantan los océanos.
Anne:
Asesinar
la pena. Asesinar cada sufrimiento de cada niño cuando correo tras una cometa
perdida. Asesinar la desnutrición, la sed con el extraordinario beso de la luna,
del sol. No obstante, la nada no se puede evitar. Somos como plumas , tan
ligeras, tan frágiles que el mal nos puede. Y el mal se tiene que extinguir si queremos
continuar por esos paisajes que se rinden al amor. Amor y amor….hace falta amor
a la alza con el respeto.
Y
la nada no se puede evitar. Una bruma se hace incansable y repentinamente
cerramos los ojos. Y la luna llena desaparece, suspiramos y la soledad nos
aturde, nos encasilla en desfiladeros donde solo el eco de nuestra respiración
truena indefenso.Levantamos los ojos y
la luna llena sigue ahí y la esquina de los espejos estática siguen desfilando
escenas de esta atmósfera. Nos contraemos y nos expandimos. Nos expandimos y
nos contraemos. Un grito. Luna llena. La esquina de los espejos. Y al final
todo es lamento.
Jaen,
elle, Anne:
Cantemos,
Bailemos antes que la luna llena blanca se vaya. Cantemos, bailemos antes que
la Penumbra pronuncie nuestros nombres. No, no nos nombres. Déjanos como las
mariposas de un nuevo día surcando la balada de la paz. Cantemos , bailemos por
aquellos que se han ido entre el tormento y la tortura, que las cicatrices caigan
donde una mirada atrás sea para el nunca más. Escribamos cartas al viento donde
el ronronear de las mareas las lleven lejos….muy lejos, hasta la última
existencia y sea entendimiento, el entendimiento de todos somos iguales sea
cual sea su creencias. Que la armonía nos acompañe, que la armonía bese
nuestras espaldas y nuestras manos sean pañuelos blancos…muy blancos.
Tus manos, mis manos…oleaje incesante donde las espaldas
parecen cansadas, donde el brío de las aves despierta a los somnolientos
sentidos. Tus manos, mis manos. Aquí. Ahora donde mar de nubes cuelga a vulcano
como extraño individuo enhebrando la densa naturaleza. Tus manos, mis manos…a
ras de vuelos lúcidos donde nuestra existencia inspira, espira. Y todo se hace
simple y que belleza lo simple, esos instantes donde una sonrisa rozan tus
manos, mis manos.