MUJER DEL DESIERTO
Introducción:
Personajes:
El marido
La madre
El hijo
Mujer
El pastor
El divino
El forajido
El barquero
La dama perdida
El nómada
Voz de fondo:
Bajo una tierra acariciada por la sequedad en la comisura fresca del
horizonte. Un pueblo es lago de llamas. Las calles solitarias de habitantes se
declinan en una ráfaga pantanosa
diezmando su vida, con una desnutrición patética donde el alba no se halla ¡Tan
ausente¡ ¡Tan apenado por las furias del hambre¡ Tras esta cortinas hallamos a
un hombre moribundo por la ventisca de hojarasca en sus huesos. Ya es tumba.
Junto a él su mujer y su hijo. Ella lo acompaña porque pronto será latido
acabado en esas cuevas herméticas de su existencia. Su hijo indefenso es lazo
con su madre. Ya no más será suave columpiar en los brazos de su padre cuando
la fría sábana respire.
El padre:
Mujer mía. Triste tonada ambula por mi
corazón. Soy fosa. Seré como esos elefantes que van a esos santuarios a morir.
¡Qué impotente me siento¡ Me voy de este mundo a otro más enigmático, más
seguro donde las estrellas sean el redoblar que ahuyenta la infertilidad de
esta tierra.
La madre:
No, marido. No digas esas cosas el niño
se asusta y tu aún eres esa ventisca de la fortaleza. Sobrevivirás a la
malaria, esa enfermedad que apesta en este pueblo. Todavía podrás cabalgar
sobre las piedras y bajar en algún lugar de vergel para tu felicidad.
El niño:
Papa se muere
mama.
El padre:
No hijo. Solo
me estoy durmiendo para viajar a otras tierras. Tú no podrás ir. Solo cuando hallas
alcanzado la madurez sabrás a donde ha ido mi espíritu. Es un largo viaje. Tú
no me verás pero yo te protegeré ¡Adiós hijo¡
Voz del fondo:
El padre
muerto ya. Lágrimas secas en la tez de su mujer engendrado un lamento interior.
Nunca más volará con su amado. El niño calla. Calla y observa. Una insonora
tristeza. Sabe lo que ocurre pero no dice nada. Se abraza a su madre temeroso,
cohibido porque la mano de su padre no responde.
La madre:
Padre se ha ido y con el debemos irnos hijo. Viajar hacia ese
horizonte donde el océano azul nos traerá nuevas esperanzas allí donde el
humano es más próspero. Nos vamos a un lugar donde el aleteo de la noche sea
acogedor, donde las auroras rocen la ilusión.
El niño:
Y papa. Papa no podrá ir con nosotros ¿Verdad?
La madre:
¡Si hijo¡ El vagará entre nosotros con su espíritu, con su silencio a
través del viento. Será nuestra brújula en el largo y arduo camino.
El niño:
¿A dónde vamos?
La madre:
Más allá de este desierto. Más allá del
océano. Algún lugar donde el sol deje de ser polvoriento vigilante que nos deje
morir. Un lugar donde el dormir sea apacible y sereno, donde los sueños no se
vayan deteriorando a medida que crecemos y el agua del que bebemos no sea
maligna.
Voz de fondo:
Levantan sus cuerpos y cogen lo poco que
tienen. Ese fardo que ayudados por una anciana yegua va con ellos. Se van. Es
la huída ante tanta penuria, ante tanta enfermedad, ante tanto enjambre de
moscas que como agujas quemantes les azota.
La madre:
¡Adiós¡ Mujer de este pueblo. Me voy.
Mujer:
Te vas. Haces
bien. Muchos se han ido en busca de la felicidad.
La madre:
Adiós. Quizás
algún día vuelva y pueda verter la
semilla del bien en este pueblo.
Mujer:
Buen viaje.
Será duro ¡La sed¡ Tenéis que alcanzar las montañas. Pero llegaréis.
La madre:
Lucharé. Seré
anclar en la vileza. Seré vertical paso a mi propósito. El propósito de renacer
por ello, ser sables sujeta ala defensa de nuestras personas, ser coraza que
sujeta al andrajoso y despiadado, ser vigía de mi hijo guiada por el astro de
la libertad.
Voz del fondo:
Comienza el viaje. Las tonadas sonaran
a través de sus ojos exaltados por la esperanza. Esa esperanza que se retuerce
en su vientre. ¡Que bien aventurado sea tu viaje mujer¡ ¡Que bien aventurado sea
tu viaje pequeño¡ Que os proteja las estrellas en vuestro transitar por ese
desierto.
La madre:
Hijo confía en
mí. Abrázame. Así ahuyentaremos las lanzas venenosas de este viaje sin senda.
Que el hambre no nos acose, ni la sed nos derribe. Se ojos de mis ojos, palabra
de mi palabra, manos de mis manos cuando por ese andar sibilino nos aparten
extraños sucesos.
El hijo:
Si madre. Te seguiré y haré lo que tu digas.
Voz del fondo:
La madre. El
hijo. La yegua. Ya marchan por el desierto. Todo es sereno. Se van alejando del
poblado. Ella no quiere mirar atrás. El pequeño la observa a ella. Una cierta
mirada triste se cobija en su alma, una cierta mirada que confiere en deambular
de la duda. Pero se hace fuerte ante su hijo. Ese hijo para que el desea una
vida mejor. El tiempo pasa y la primera noche se aproxima. Han de detenerse.
Parar y descansar.
La madre:
Aquí nos detendremos hijo. Ya la noche se
nos viene encima y no sabemos del tiempo.
El hijo:
Si madre.
La madre:
Ayúdame a montar la tienda y poner la
alfombra ellas nos protegerán hasta el silbo de un nuevo día.
El hijo:
Madre, no
tienes miedo.
La madre:
No hijo. Tu
padre nos vigila en ese firmamento que se asoma. No lo sientes.
El hijo:
Si madre.
Madre cuéntame algo del abuelo.
La madre:
Si hijo. Hubo
un día en que un anciano que vivía en las altas montañas de un pueblo. Montañas
de difícil acceso para todos los habitantes de aquel lugar lo que implicaba que
su presencia era invisible alma en sus antiguas callejuelas. Sin embargo,
sabían que habitaba allá arriba, en lo más alto de aquel pueblo. Herido
por un amor desafortunado vivía en una
cueva con su rebaño de cabras. Delante de aquella cueva estaba el árbol de la
vida o así lo llamaba él. Cuando caía la tarde se sentaba bajo él y susurraba
palabras bellas en honor a su amor. Un
día en el pueblo un niño cayó desmayado por una extraña enfermedad. El niño
cada jornada que pasaba estaba más débil sin único mañana que la muerte. Desde
la montaña se oían el replicar de los tambores que señalaban la precipitada
muerte. Se dijo, alguien se está muriendo en el pueblo y las circunstancias no
son normales. Me duele. Una pena surca en mi como aquella noche en que ella se
fue. Tu árbol de la vida, dime, que puedo hacer. El árbol de la vida era
silencio pero de su corteza comenzó a manar una especie de líquido. El anciano
comprendió. El anciano cogió ese líquido rojizo donde solía llevar agua para la
caza y bajo de las montañas vertiginosamente. Sabía de donde era el enfermó por
la pena de las calles del pueblo. Sin permiso se introdujo bajo ese techo que
olía tumba y beso al niño. Todos miraban con asombro pues se creían que era un
hechicero. A medida que pronunciaba unas palabras de amor untó el líquido en el
cuerpo del niño. De repente sus párpados se abrieron a la vez que el árbol de
la vida florecía flores blancas.
Voz del fondo:
Y el hijo duerme. Y la madre duerme. La
noche es columna vertebral de la vía láctea. Una noche donde la tranquilidad es
canción que los mece a los dos. Un nocturno que pasa en la levedad de los
sueños. Alguien hay afuera cuando el último astro astro se extingue para dar
riendas sueltas aquel que domina la tierra.
El pastor:
Quien está ahí. Ahí de dentro. (se dice para
si) Que extraño una tienda en estos lares.
Voz del fondo:
Es el pastor y su rebaño que llega.
La mujer:
(sale a la
defensiva)
¿Quien eres
tú?
El pastor:
No ves mujer que soy un pastor con su
rebaño. Iba camino de mi pueblo y…
La mujer:
Buenos días
pastor. Deseáis algo.
El pastor:
No. Solo el saludo. Y ahora que lo dices.
Permite que sea compañía de esta mundo deshabitado.
La madre:
No sé. No viajo sola.
El pastor:
No temas. Se
que estás confuso y eso te hace rechazarme. Pero yo soy respeto del alma
susurrante del desierto.
La madre:
Me fío. Hay
algo en tu voz que me hace confiar. Me dirijo al norte donde la mar brama la
palabra esperanza.
El pastor:
Yo también pero me quedo en mi pueblo que
está en ese sentido.
Voz del fondo:
El hijo despierta. Pastor y ella recogen la
caseta y marchan antes de que la oscuridad sea reconciliación con el enjambre
de constelaciones. Es temprano pero el sol ya es entereza en ese desierto.
La madre:
Joven pastor¿ cuantas soles es vela de
estos parajes?
El pastor:
No cuento los días. Solo soy un ir y venir
del temperamento de la naturaleza. Ella me guía. No me interesa ni su inicio,
ni su fin. Así no habrá apuro, ni prisas. Sigo el ritmo de mis cabras. Ellas
son las horas, los minutos, el tiempo en este sitio.
La madre:
Sabias palabras. Intentaré inculcármelas
para que este viaje no llegue a la
desesperación.
El pastor:
El niño ¿Es
hijo suyo?
La madre:
Si
El pastor:
¿Y su padre?
La madre:
Su
padre…(suspira con un cierto amargo en sus ojos)
El pastor:
Oh, perdón.
Tal vez no debí preguntar.
La madre:
No importa. Pronunciar su nombre es como…yo
que se, un bálsamo que me da paz.
Voz del fondo:
Caminaban y caminaban en silencio. Sin
palabra que decir. No hacia falta. No descansaron aunque el sol con su cuerpo
más alto, con su cuerpo con más brío los hacía desfallecer. Pero la entereza
era espíritu que los conservaba. Y llegó esa otra noche. Noche mágica, noche
desquitada de miedo ya que el pastor estaba con ellos.
El pastor:
Ya es hora de
descansar y de hacer el sacrificio. No, no me miré así. En mi tribu es
costumbre cuando el sol desciende sacrificar una cabra como ofrenda a nuestros
antepasados, como agradecimiento a este día que ha sido bueno. Es un culto de
antaño. Ello dará fertilidad a las cosechas. Comeremos de esa carne en la
fogata de la danza.
La madre:
Mi pueblo también tiene sus cultos.
El pastor:
Bailad, bailad
Aguacero de
las nieblas
Junto a esta
carne que te ofrecemos
Para que seas
erupción de la siembra.
Bailad, bailad
Lluvia
infinita
Desciende
hasta aquí
Y acalla la
sequedad
De estas
tierras.
Eso dice el
hechicero de mi pueblo. Después repartimos la carnes entre los que allí se
encuentran. Esta noche nosotros haremos lo mismo y ya verás que los dioses nos
protegerán. El niño será nuestro hechicero por que ha de ser un alma noble
quien dance alrededor de la hoguera.
Voz del fondo:
El viento es tímido zumbido y el ritual
comienza. Como danza el pequeño con las palabras que el pastor le va diciendo.
Es noche de alegría, de calor hasta caer rendidos hasta el alba.
La madre:
El sol
despunta. El viento es ocaso. Despierta hijo. Despierta pastor. Hemos de
continuar.
El pastor:
Si continuar.
Hoy va hacer un día fuerte, taparos bien. Solo nuestros ojos serán orientación
por este mar de arena.
Voz del fondo:
Y como la
jornada anterior son ese andar lento pero sin pausa. A lo lejos se divisa algo.
El pastor:
Oh, el monte
encantado. Observad. Ya pronto llegaremos.
La madre:
Si, lo veo.
Son árboles lo que yace a sus pies.
Pastor:
Si. Antes de
que el sol decline estaremos allí.
Voz del fondo:
La espesura de
las arboledas. Arroyos que corren por sus callejuelas. Multicolor del zoco.
Multitud de miradas a esos dos extraños que van con el pastor.
El pastor:
Ya hemos llegado. A partir de aquí tenéis que
seguir solos pero no ahora cuando amanezca.
La madre:
Si pastor.
Voz de fondo:
Hospedaje que
enriquece el espíritu en su cabalgar por las sendas solitarias. Dormir bajo el
abrigo de un techo hasta ser eco de un nuevo día. Víveres nuevos y agua que los
auxiliará en casa de necesidad.
La madre:
Adiós Pastor.
Estoy muy agradecida. Tal vez algún día volvamos a vernos. Que los dioses te
brinden larga vida y salud.
El pastor:
Adiós madre
del desierto. El siroco silenciará si yo sois silencio. Las heridas se
olvidarán si sois olvido de su señal. Adiós pequeño, apóyate en tu madre.
Voz del fondo:
La madre y el
hijo. El hijo y la madre se alejaron de aquella frondoso hacia su norte. Ahora
rozaban un mar de piedras. Un mar de piedras donde la soledad les alumbraba. Se
sentían con fuerzas, con esa fuerza con la que se construye mares en el vacío.
El niño:
Madre,
¿Estamos lejos de nuestro nuevo hogar?
La madre:
No hijo. Solo
lo que nuestro espíritu se le antoje.¿ Te encuentras bien?
El niño:
Si madre.
Voz del fondo:
Nubes grises
en el horizonte. Un olor a algo putrefacto se les aproximaba. Se giran
La madre:
¿Qué pasa?
Creo que alguien nos persigue. Pero ¿Quién?
El forajido:
Yo, pirata de
las piedras. Ladrón de por vida de la esperanza que algunos suelen soñar.
La madre:
¿Qué quieres?
Todo te lo ofrezco con la condición de que nos dejes en paz.
El Forajido:
Me quedaré con
todo lo vuestro después observaré como os podrís en esta desolada tierra.
Voz del fondo:
Ladrón sin
escrúpulos. Maldita sea la hora que han tropezado con la madre y el hijo, el
hijo y la madre. Que las grutas del mal se lo lleve para no más se retorcida
sentencia de los buscan la oportunidad.
La madre:
No te
preocupes hijo nosotros somos fuertes y tu padre nos cuidará.
Voz del fondo:
Una luna que nace, un sol que muere. La
amargura pesa en ambos pero como árbol de raíces agresivas se expanden en la
entereza. Oh, que luna. Una gran roca ante ellos. A ella se arriman por el frío
de la noche. Se acurrucan quizás ella le de calidez ante la miseria.
El hijo:
Madre ¿nos
moriremos como padre y lo veremos?
La madre:
No hijo. Claro
que no. Padre no quiere aún.
El hijo:
Cuéntame un
cuento.
La madre:
Si. Ërase una
vez un niño que vivía en la pobreza. Tenía tu misma edad. Sus padres lo habían
abandonado. El niño fue creciendo entre la penumbra. El rey que comandaba en
todo el poblado tenía prohibido dar de comer a las pobres. Por lo que a este
chico no le quedo más remedio que robar para meterse algo en la boca. Pero era
tan inexperto que un mercader lo descubrió. Corrió con todas las fuerzas que
pudo, con su estado fatigado, con la languidez de su cuerpo. A las fuera de la
ciudad descubrió una palmera, allí se escondió. Pasaban los días y no le
ocurrió ir más por la ciudad, se alimentaba de dátiles. Se extraño de que nadie
pasará por allí pero con el tiempo descubrió que en ese lugar era prohibido el
paso por una extraña leyenda. Habitaba
un alma y que por lo visto a quien se introducía por ese laberinto nunca más salía.
Eso son los rumores que le llegaron a medida que pasaba el tiempo. Un día se
internó un poco más de lo normal, de lo que solía caminar y halló una cabaña y
se dijo ¡Ese debe ser el misterio¡ Quiso huir pero ante él se encontró con un
hombre de barbas blancas y túnica blanca. El pánico penetro por su cuerpo pero
el hombre le habló. Hola muchacho para el pueblo soy la leyenda de las
tinieblas y para ese pequeño bosque el hombre de la esperanza. El muchacho
temblaba y estaba asombrado. Le pregunto, es usted el que se nutre de las
almas. El le respondió, eso es lo que dicen de mí. Pero observa…Comenzó
aparecer mucha gente todos ellos en formas de almas desprendiendo cierta luz.
Desde hacia muchos años el rey que gobernaba esas tierras había rechazado a los
que el no consideraba normales y como la leyenda decía estos no volvían porque
una extraña criatura terminaba con la vida de estos, dijo el anciano. ¿Y yo?,
dijo estupefacto el muchacho. Yo soy hechicero y los protejo a ellos, me
entiendes. No lo que ellos creen. A mi esa ley me dolió mucho e intento
ayudarles en todo lo posible. A mi no has ayudado, dijo el joven. Tienes salud
que es lo más importante no careces de algún miembro o nada que se parezca, no
necesitas mi auxilio. Mírate, eres corpulento y sano, dijo el anciano. Me
gustaría ayudarle, dijo el joven. Si, me alegra mucho, entre tu y yo
construiremos los pilares de la felicidad y calidad de vida para aquellos que
lo necesiten.
Voz del fondo:
Dos almas
duermen. El miedo es ocaso y la aurora renace. Levantad avecillas un nuevo día
se columpia en la exquisitez de su aroma.
Madre:
Hijo ya estás
despierto.
Hijo:
Si madre y tengo hambre.
La madre:
No desesperes.
Tengo algunos dátiles. Cree en el poder de tu mente y arrastra el hambre en las
inmediaciones del vacío.
El hijo:
Si madre.
Voz del fondo:
Un dátil como
saciante del hambre . La nada para la madre pero ella con su canto recóndito en
la esperanza es alimentada. Otro día se debatía entre ellos ¿Qué le espera la
jornada? Los buitres al acecho de esos cuerpos que se consumen. El niño quiere
parar, la sed resquebraja sus diques haciéndole perder toda energía, toda
ilusión. La madre no sabe. Lo único que piensa en que tiene que continuar sino
serán pastos de las aves carroñeras. El sexto día se va y séptimo les da la
bienvenida. Miran las últimas estrellas al unísono buscando al padre. El niño
no comprende. No se explica como el padre los ha dejado así. Ellos las
acarician con sus ojos y piden en silencios deseos. El niño desfallece y la
madre temerosa de su salud es universo de la duda.
La madre:
Soy yermo
océano a mi pequeño. Dale fuerzas dioses del firmamento. Sus ojos se cierran y
su voz se apaga con el hambre. ¡No¡ No puede ser. No quiero perder a mi hijo,
eso si que no. Tal vez debí quedarme allá, con los míos. Quizás deba retroceder
pero mi cuerpo se encuentra fatigado. No ¡No tengo fuerzas¡ Mi agonía, su
agonía…ayudarnos. Te lo suplico.
Voz del fondo:
De repente, no
muy lejos, observa un rebaño.
La madre:
¡Que ven mis
ojos¡ Estaré delirando. Tengo que levantarme e ir para que nos vean.
Voz del fondo:
La madre, a
rastras deja al niño y se aproxima a ese rebaño. Tras el una cabaña. Toca a la
puerta entonces…
La Dama perdida:
Pero mujer ¿qué haces? Vienes sola.
Respóndeme. El sol está muy fuerte.
Voz del Fondo:
La madre
señala en la dirección que se encuentra su hijo. La Dama perdida le tiende la
mano y va en busca del niño. Piedra tras piedra con celeridad la mujer recoge
al niño. Se encuentra en un estado de inconciencia. La Dama perdida siente dolor. Un
dolor que la lleva a concentrarse en todos sus conocimientos para salvar
aquellas almas...
continuará