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Es de noche, el verano se yergue en
la pesadez de la humedad y el calor. Ahora aquí, bajo mi techo, donde las
paredes plomizas hacen que me pierda en la inmensidad de mis pensamientos.
Ahora aquí, sola. Pero grito, no. Un no que remueve mis tripas, mi crispación ,
mi distancia de alguien querido. La he dejado dormida, inconsciente en el
infinito beso del hasta luego, mañana volveré. La profundidad de sus pómulos,
la estimulación de mi ansiedad ha sido olvidada. No me responde. No me mira. Un
vacío se concentra en mi pecho y mi latido, es como su aliento , exhausto, cansado.
Y a la vez agradezco su tranquilidad de su largo sueño. Ahora aquí, donde la
extrañeza del silencio me guía por cada habitación donde una pena contenida me
consume cuando estoy frente a un espejo, consumiendo toda mi energía, toda esa
positividad que fluye cuando respiro y su olor es latente. Hace una semana que
llegué de la cumbre donde los Dioses de esta isla, de este mundo me llevo en el
aire del universo, besándolo. Tengo los restos en mi caja secreta, escondida,
donde nadie sabe de mis investigaciones. Pero hay una cierta fatiga que me
obliga a no hacer nada, ser quieta inquietud a lo que me rodea. Me aparto del
espejo, desvencijado. Retorno al salón y miro mi piano y miro su mesa donde
ella comía, donde ella garabateaba a cada estímulo de su mutismo. Sola, estallo
en mi solidez, avanzo, me siento ante el piano y lo abro. Acaricio sus teclas
como parte de nuevo estado. Tengo que nacer de nuevo y nazco, enlazo mi grito a
una monótona pieza que viene de un espíritu dolido, es que duele, pero a la vez
salvada, cuando me giro y veo su foto, sonriente, ausente de la dejadez de
estos últimos meses. Y es de noche, sutilmente , con los ojos caídos donde los
vientos rajan la entereza, logro componer algo, algo triste. Una tristeza que
me absuelve de cualquier tal vez, de cualquier quizás, de cualquier idea que me
lleve un hondo quejido. Así, con la suavidad de mis alas busco su gracia, su
tono. Sale algo, del pulso de mis manos, del pulso de mi corazón y la paz nada
sobre mis sentidos, se establece hasta que una cierta somnolencia me hace
pesada, me hace levantarme y acostarme en el sofá del salón donde su retrato me
mira y yo miro. Intento descansar, han sido semanas muy duras. Horas y horas
donde su respiración era lo único que sentía. Y yo le hablo, le converso porqué
se me escuchaba en ese proceso de la desgana, de la dejadez, del desánimo. Es
de noche yo, recostada en el sofá, frente a mi su foto. Un beso se ramifica en
mis labios secos. Y ahora que estoy conmigo, medito sobra la vida. Todos nos
iremos , más tarde, más tempranos. Seremos flores, árboles poblando bajo tierra
con nuestras cenizas y solo seremos eso. Nuestra energía invisible hará un
pacto con los astros y seremos ese velo diáfano que transpira quien creyeron en
nosotros. Ahora aquí, la calma revisa cada sensación y me libero, libero mi
ultimo sueño con ella