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Paredes blancas. Suelo gris. Diseño
rectangular, una cama, una mujer en la espera. Me sitúo frente a ella. Frente a
la madre que me vio brincar en este encogido, en este mundo donde los humanos
se matan entre ellos, se distorsionan en la ovación a las guerras perdidas…infrahumanas.
Me voy deformando a medida que la
observo, que la examino y tomo aire, sonrío. Su mirada se pierde en mis ojos. Los
buscos. Los encuentros. Paredes blancas. Suelo gris. Una cama, una mujer. En
ella, en sus hombros, todos los sufrimientos de sus hijos. Yo sola, aquí y la
nada de las dos. Le cuento como me ha ido hoy y creo que me escucha, me
entiende…si me entiende. Sus ojos , ahora, fijos al techo. Paredes blancas.
Suelo gris. Le acerco mi móvil, pongo una de mis composiciones sencillas, minimalistas,
humildes y un brío de jardines poblados con la belleza de las flores, de la
vida se enciende en su rostro. Tiene buen color. Ella no lo sabe o sí pero
demuestra como si no supiera. Se muere, aquí, en este hospital de paredes
blancas y suelo gris. Siente una impotencia que quiere hacerme temblar,
respiro, la alejo. Hay que aceptar la muerte cara a cara. Es nuestro legado
después de la existencia en esta tierra de nadie. Pero se me hace imposible,
una adaptación desplegando mis sentidos que se entretienen con mi dolor
particular, con mi dolor singular. Voy al servicio. Por unos momentos la dejo y
mis párpados se revientan en su caída. No se si estoy derrotada, no puedo
estarlo. He hecho todo lo posible por su bienestar, por su calidad de vida. He
entregado mis años a su cuidado y ahora se va. Me despido del apego., alas de
mariposas limpian mis lágrimas y me evaporo en un hábitat nuevo, desconocido.
Abro los ojos y salgo del baño, vuelvo a la habitación. Paredes blancas. Suelo
gris. Una cama, una mujer en la espera. Solo me quedo con su lo bonito de su
sonrisa, con los pasos de lo bueno. Y lo demás…si, lo demás , sufrimientos y
heridas. Pero madre, te tomas las cosas a pecho, te tomas tus hijos como si nunca
fueran a volar y volar algún paraje donde tu mirada no se percibe. Qué más da.
Ahora, aquí, en esta habitación de paredes blancas y suelo gris. Estamos las
dos solas. He dejado bien a tu perrita. Tiene esa gracia que tanto te gusta,
que tanto adoras. Las horas pasan rápidas y yo solo en me estratifico en su
pulso a veces calmo y otras convulsivo. Este es nuestro destino madre, me digo
en mi cavilar. No hay más. Solo somos eso carne y hueso que se pudriera en
algún cementerio de esta isla. Me quedaré mirando el firmamento y será una
energía con los colores del descanso. Te dejo, mañana volveré y algo te
narraré. Sí, algo. Vivimos tiempos extraños o es que la información actual es
tan real que siempre hemos estado así y no nos enterábamos. Estoy en la parada,
un calor agobiante se aploma sobre mis piernas, pierden fuerza. Todavía el humear
de la erupción es visible, todavía su malvado olor es ingerido por mi nariz
hasta llegar mis pulmones, toso.