Viento. Son las seis de la mañana. Todo oscuridad, todo
callado al compás del tic-tac del tiempo. Giro ralentizada contra la voracidad
de la calima. Sé que puedo llegar. En la reconditez de las ramas rotas busco la
mirada incierta del mañana, un mañana confuso. Sé que puedo escalar los
desagradables interrogantes de un cementerio cercano. La tos me acusa, sin embargo, sigo. Sirio me
acompaña, me vigila en cada zancada retorcida en las manos del viento. El
viento. Acusada de perdedora, de mordientes aventuras a ras del vacío. No.
Sudo, un sudor extinguido a medida que avanza. Calles mudas, solo el viento.
Pasan coches con luces de agonía de una jornada que quiere comenzar. Las
farolas aún encendidas dan lumbre a mis pensamientos- pesados, tuertos- yertos
en el menear del agotamiento. No hay cansancio. A veces parezco desfallecer,
mentiras obradas de la luna aun ahí con su caricia al sol venidero. La luz del
día empieza a divisarse, una luz disfrazada de arena de un continente cercano.
Viento. Regreso, tengo que alcanzar mi techo. Tiemblan bruscamente los árboles.
Les temo, espacio de la nada donde me muevo. Cierro la puerta, el zumbido
penetra en las ventanas de esta casa. Ahora me ducho, agua fría que galopa por
mi piel. Así, rápido. Viento. Escucho música acompañada por el viento, siempre
por el viento. Schubert en su melancolía, en su doncella perdida. Viento…
Este blog esta bajo los derecho de autor para cualquier información laguna198@hotmail.com Lo escrito son ideas primigenias que después se han corregir y alterar.
viernes, diciembre 30, 2016
miércoles, diciembre 28, 2016
VIDA
Llega los soles cercanos al rotar de esta esfera, noche
inconfundible donde las emociones se emancipan del letargo y acogen una leve
sonrisa. Ella, ahí, en la oscuridad de cipreses mirando estos astros como
fuente de vida. Sus huesos se encuentran dolidos, unidos a una fuerza
engrandecida por su voluntad. Entera no deja de avistar su horizonte. Sí, el de
ella, ese conquistado por la exuberante lucha del seguir ¡Vida¡, se dice. Agárrate fuerte a mí en estos instantes donde mis
pensamientos alcanza la guerra infinita de los humanos. Ábrete bajo barcas de
pétalos en los océanos de la armonía y deja en paz aquellos inocentes. Me
siento derrotada pero levanto mi cabeza, bien alta, hasta más allá de los
agujeros de la nada. No lloro. Llorar ya no sirve. Une las manos, los cuerpos
en uno solo y seamos espejo del alma que surca los jardines de la paz ¡Paz¡ vuela
hacía mi, aquí te espero desarmada, equilibrada pero cubierta de plumas de
palomas blancas ondeando lo cierto de nuestro destino. Caminemos juntos,
juntas, con el solemne grito de banderas alzadas al son de caracolas sonoras de
nuestras entrañas. Ven, ven rápida, con la celeridad de un mundo cansado de
tanta…de tanta arma grotesca contra nuestro pecho tranquilo. Subo un roque,
tiro de las ojeras de nubes que me arrastran en un sinfín de dudas …¿Vendrás?
Claro que si, anoche lo soñé, anoche lo soñamos …muchos, lo bastante para
aniquilar, extirpar el mal de los valles desnutridos, destruidos. Mientras
esperamos no quiero palabras baldías, campos azotados por gente sin el mecer de
una manta abrigándoles, distanciándolos de la rabia, del odio crecido en el hoy…¿Vendrás?...con
tus mezquitas, con tus iglesias, con tus sinagogas, con tus santuario sea el
que sea alumbrando los corazones. Todo tiene que llegar vida aunque sea lento,
muy lento. Estática aguarda el paso del tiempo, el paso del temible huracán
corrompiendo a los seres andantes a ras de la tierra. De su mano fría, huesuda
y alargada al firmamento mana luces, luces de arco iris y aves saboreando el
elixir de la vida.
martes, diciembre 27, 2016
Te sigo...
Te sigo. Sí, tempestades al compás de mis huellas alejadas
de la armonía de los ensueños. Presente. Estás presente en el sentido de los
cuerpos bellos adormilados al son del invierno. Hoy he venido…aprisa, aprisa…para
ver el surcar de tu mirado en el ritmo ciego de la calma. No sé lo que dirás
pero ante ti estoy en vertical, ascendente, tangente al soplo de tu aroma. No,
no me ves y quizás ni sepas quien soy. Soy el hueco del silencio, de un túnel oscuro
cuyo término se afinca bajo estrellas fugaces. Ha oscurecido, la temperatura ha
trepado hacía abajo y el resonar de un piano me anuncia la pena. Pena
harapienta, pena moribunda en el tintineo de tus manos obrantes de la vida. Te
sigo, aquí, ya, sonido capturado que oscila en las entrañas temblorosas del tiempo.
domingo, diciembre 25, 2016
No despertéis...
No aún no despertéis, dejad que
esta jornada donde la lluvia y el viento os deslice en el silencio de un largo
letargo. Cierro ventanas, cierro puertas, es oscuridad casi eviterna hasta que
este día que viene se extinga en las manos de la luna ¡Ay mis hijos¡ Doce como
las campanas de hace pocas noches. Duermen, que sigan así en este día donde las
emociones se exaltan al descubrir los regalos de una larga madrugada del seis
de enero. Ellos no lo saben, son aún muy pequeños. Qué se yo, muy inocentes. Yo
me miro al espejo, estoy acabada, desdeñada. No tengo recursos suficientes para
un detallo, un regalo que haría que sus bocas hambrientas se regocijarán en la
alegría. Cierro ventanas, cierro puertas. Por un orificio secreto mío veo la
sacudida del amanecer. No se oye nada. Mejor. Me siento cobarde, no sé cuánto
durará esto pero espero la celeridad de las agujas del reloj. Escucho unos pies
desnudos andar por la casa, será el mayor ¡Vete a la cama hijo mío todavía es
de noche¡ Me mira, sus ojos buscan, ojean, inspeccionan. Aún legañoso pero
vital observa, me pregunta el por qué esta todo clausurado. No sé qué decir,
que se yo… hace mucho frío hijo mío vuelve con tus hermanos, con tus hermanas
al sueño de los ángeles que nos protegen. No. No sé quiere ir, sospecha algo,
algo extraño se mece en el ambiente. Algo que me desencaja, que me abate, que
me aísla en mis pensamientos. Siento terror, se me estremecen las manos, la
voz. Pero hoy no son los reyes madre ¿Hoy no son los reyes madre…?, me
pregunta. Una ola de hielo se implanta en mi corazón, me siento caer a ras de
la desesperanza, de la desilusión. Ay su carita, su ignorar de las miserias
bajo este techo. Todos despiertan. Todos vienen. Intento mantener la compostura
pero no puedo. Me llevo las manos a mi rostro y lloro ¡Mis niños¡ Ellos conmigo
expulsan lágrimas desgarradoras, abolicionista de toda mi entereza. No, no
puede ser. Abro ventanas, abro puertas y ellos, ellas miran con ojos tristes
está atmósfera infectada de pobreza ¡Son solo niños¡ No comprenden ¡Por qué os
habéis levantado¡ A ras de agujas candentes me columpio. Me detengo y medito.
No más. No más desoladas sorpresas.
Mañana…Sí, mañana no sé cómo me embarcaré en una hipoteca. Sí, hipotecaré todo,
todo lo que tengo y algo les traeré. Les diré…les diré que se han retrasado,
no, a lo mejor…ya plantearé algo. Mientras cerraré de nuevo ventanas, puertas.
Qué el dolor no se escupa más allá de estas desconchabadas paredes. Iros a
dormir hay tormenta, esperemos un nuevo amanecer donde los sueños se hacen
realidad. Os quiero tanto…
jueves, diciembre 22, 2016
Invierno
Invierno. Oscurece temprano. Instante donde inaladas barcas
derivan a la incertidumbre. Una sintonía angosta en el querer se despliega bajo
su sombra. Sombra diluida en el mecer de las horas. Ya no la siente, ya no la
ve. Invisible es huella de la nada, de la oscuridad pertinente que asusta a los
corazones. Invierno…ecos zumbando a ras de su rostro pálido, patético, temeroso
de andar sobre cumbres hiladas con la nevada sutil. La valentía se inmiscuye
tras su espalda, encorvada tras el paso del tiempo. Un sombrero oculta su
verdad. Camina y camina desorientada, con el desfallecido aliento de los
astros. Ay silencio, se dice, dame calor. Se detiene, jornada melancólica
atrapada en un clavo a un muro. Sí, delante de ella. Lo mira, cierra los ojos y
una leve música suena ¡Qué será¡ ¡Qué será¡ Su adiós.
miércoles, diciembre 21, 2016
Agazapados..
Agazapados en la inercia de las raíces
que los mantienen a la vigía de las ánimas de antaño, viejas costumbres bajo
los ficus de un parque corroído por el paso del tiempo. Se miran, ojos caídos y
ojerosos exhibiendo la vejez de sus manos, los trabajos, el sudor y el
sufrimiento del ayer. Alguien pasa ante ellos, los mira con la rareza del
agotamiento, de alas rotas por la pesadez de plomizas nubes. Lloverá. Ella es
joven, ha alzado su vuelo más allá del interrogante escondidos en
sus miradas cuando la ven. La voz de la sabiduría le viene lenta, ya decaída y
en su reconditez vuelan las conversaciones de ellos. Se lo imagina, en otra
época, más maravillosa pero que garraspea alguna pena. Detrás de ellos la
iglesia que por siglos ha estado ahí, solemne, abatida por oraciones triste de
un pasado. Es inerte, agarrada a todos los que ante ella son pisadas. Llueve.
Los ancianos se meten dentro mientras ella observa, cierta vergüenza la sacude
y prefiere estar fuera, mojándose. Le da por correr, galopar más allá de aquel
lugar, su pueblo. Se interna en la densa penumbra del Monteverde, ahí se siente
protegida, escudo ante la voracidad de la evolución de la existencia. Y espera,
espera la calma del chubasco. Huele a tierra, a musgo. Embriagada mira al cielo
gris, tormentoso y respira. Con lo bien que estaría bajo el techo del templo de
un Dios insonoro. Tirita, muerde sus labios, un leve arroyuelo de sangre maná y
regresa. Sí, regresa al pueblo, su pueblo, sin miedo al que dirán. Ahí los
ancianos sentados bajo los ficus contando sus historias, ya ha parado de
llover. Pasa y no la ven, ha desaparecido en las entrañas del bosque solo su
luz es vista por algunos que en las venideras estaciones será contada.
domingo, diciembre 18, 2016
Juro...
Te lo juro anoche estaba acostada con ella. Sí, un dulce
cuerpo acompañaba al mío en toda su lucidez. Hicimos el amor, apasionada
derrumbe de los cuerpos desnudos en sábanas blancas. Sus ojos interceptaban a
los míos en el campo de la emoción, de una sonrisa culminante al apego de
nuestro querer. No había nada extraño,
una atmósfera prodigiosa se adosaba a nosotros con el auge del frío. La calidez
de nuestros alientos y el jadeo eterno de aquel instante ronda aún mi memoria.
Cuando me había levantado ella ya no estaba, mi existencia despojada de toda
ropa, de toda máscara aun sudaba. Lentamente me duché, me bebí mi taza de café
y fui al cementerio. Mis hombros caídos ansiaban comprar un ramo de lirios, un
ramo de rosas, un ramo de azucenas, etc…Así lo hice, en vertical me erguí ante
su tumba. Una lágrima de la noche pasada me estremecía. Adiós amor, le dije.
sábado, diciembre 17, 2016
UNA ROCA...
Una roca. El mar en las vespertinas luces de otoño. La
decadencia de los cuerpos, cubiertos de cierta nostalgia. Ella, sentada, vigía
de un horizonte bañado por un tierno oleaje. El ronroneo de las olas la duerme,
la embelesa hasta que sus ojos azules son besos de una embarcación perdida. Se
aproxima, desaparece y ante ella el esbozo de ballenas en un brinco sonriente
bajo los destellos de una noche que se arrima. Noche de luna, noche grande
dibujando reflejos de su mirada al amor ido. Algo del ayer requema sus latidos
en celeridad pero se siente en calma, tranquila bajo los efectos de la memoria.
Tira una botella al océano con un mensaje inelegible a los labios insonoros a
la paz, a la verdad ¿A dónde llegará? Lejos, muy lejos desea ella. Donde el
chirriar de un amanecer no sea certero con las almas en su solitaria danza
sobre tumbas anónimas. Ganas de abrirse y cerrar cada una de sus vivencias.
Sostenida ejecuta un movimiento que la anima a levantarse. Alza sus manos a la
brisa marina entregada a su existencia, modela en sus pensamientos el camino
que recorrer para el logro de su vejez. Envejecer. No queda otra. Manos expandidas en la
plenitud de las arrugas, de una historia tal vez ajena a otros. Hace círculos
en la arena: su vida. Todo es un ciclo que debemos continuar hasta volver a
brotar en las raíces de cipreses cantando al silencio.
martes, diciembre 13, 2016
Arrobados...
Arrobados en la extensión de ojos blancos,
En el precipicio de una sonrisa
Consumida por la boca de nubes
Adyacente a las almas aladas
De la fortuna.
Arcaicos riscos elaboran un recital
Donde el alentar del viento
Nos evoca la dulce y transparente existencia
De manos ancladas en el equilibrio
Del ritmo de una angosta paz.
sábado, diciembre 10, 2016
Sentada...
Sentada. Oscuros ojos de la noche dan a luz a mi mirada.
Pero no ves. Permaneces ahí sentada frente a la ventana abierta. Tiemblas.
Hojas de otoño resbalan por las calles en su mutismo. Te hablo y te hablo. No
respondes. Sentada y tus sueños de papel en blanco. Ya no recuerdas yo, sin
embargo, te puedo ir mencionando uno por uno. Porque te has ido. La memoria
rayada comienza un viaje donde yo no puedo llegar, donde tú solo atisba alguna
sombra del ayer.
El reloj con su
tic-tac no cesa. Quisiera detener este tiempo acechante y disolverlo en las
mareas remotas del pasado. Me siento envejecer. Ya no soy la misma de antes. Mi
memoria se entorpece y mi corazón se apaga con sutil aliento del viento ¡Deja
de mirarme¡ Sí, callada. Estoy callada porque ya no puedo elaborar las palabras
que tanto quisiera. Te quiero. Pero cierto apagón de mis sentidos me detiene en
este instante, en todos los instantes venideros degradándome en el adiós. Ahí,
ese reloj ¡Páralo ya¡ Que se detenga y me deje este momento en que aun puedo
reconocerte.
No sé he ido a comprar el periódico por si querías leerlo.
Son horas de levantar, también he traído un par de revistas de las que te
gustan. Estás ahí, sentada como te deje ¿No sientes frío? Las temperaturas han
descendido y es probable que copos de metal aterricen en esta jornada sobre los
arboles que ves. No se oye nada, ni el canturreo de un mirlo, de un canario
ante la calma enfermiza que existe en estos momentos. Espero que no te halles
olvidado de mí. Hoy es 10 de diciembre ya queda poca para el 25, las navidades
se nos echan encima mujer y tu ahí. Sí, mirando a través de la ventana,
estática, ida ¡Reconóceme por favor¡ ¡Tiéndeme la mano¡ No oyes. Te apartas de
esta vida poco a poco a un mundo desconocido por mí, extraño, abordado por las
dudas crecientes en mi corazón, en mi razón.
¡Dolor¡ Siento dolor. Se me olvidan las cosas, hasta la más
simple. No sabía que andabas aquí. Me creía sola. Sola y mi mente desnutrida, corroída
por los balanceos de los años. ¡Herida¡ Quisiera fallecer. Sí, ser estampa de
la muerte antes de hacerte daño. Me traes el periódico, revistas y para qué me
pregunto, ya no puedo articular palabra, ya no puedo comprender cada letra que
ahí se dibuja. No te das cuenta ¡Qué viejo estamos¡ Ya no más seré la que era.
Aquí me quedaré hasta ser sepultura, hasta ser vencida por la tumba. No llores
querido mío, no me mires. Cómo decirte…imposible, no puedo hablar. Ya no hay
fuerzas para lanzar la más nimia palabra para que te des cuenta. Solo soy
desmemoria, poco a poco me voy. Aun así quiero que disfrutes ¡vive¡ No, no
recuerdo tu olor, se me va.
Aquí estoy. No te dejaré. Retorcido destino. Aun la belleza
se refleja en tu rostro, en tus ojos fijos en un horizonte que yo puedo
penetrar. Tu no solo olvidas, todos olvidamos que somos olvido. Me dejas que
cierre la ventana…no quiero que te enfríes. Puedes seguir mirando por los
cristales. Ahora leeré el periódico y estas revistas en voz alta. Quizás, tal
vez te vires y me mires.
miércoles, diciembre 07, 2016
Ritmos...
Ritmos acelerados, con el
trepidante pulso de la danza alrededor de una hoguera. Ellas desnudas, conjuros
nocturnos en noche cerrada dando la bienvenida a sus deseos. Una playa vacía.
Un faro a lo lejos. Cruces que entonan el rito del aullido de sus entrañas.
Magia voraz canturreando algún maleficio contra las ánimas que vienen, que las
visitas en el oleaje infinito y tierno. No se miran. Sobre sus rostros una
máscara que las deja a la invisibilidad de las jornadas venideras. Pócimas
bebidas y la locura de sus saltos, de sus bailes desenfrenados expulsando todo
mal en sus existencias. Se sienten libres con el hechizo de sus manos que se
unen para ser un coro al derredor de la hoguera. Sigue la danza. Siga el expulsar
de la negatividad en sus venas. Alguien vigila. Alguien mira. Una pareja pasa y
extrañados y con el temor ante lo que ven quieren huir. No pueden. Ellas los
rodean. Se hace un movimiento de ecos más veloz, con la celeridad escalofriante
de un duro invierno. Por un momento se detienen, estáticas miran. Ellos
temerosos y sin salir del asombro suplican, ruegan que los deje ir “ Son hijos
del mal” dice una. “ Hijos de las sombras que nos enloquece, que nos palidecen
y deja que el corrosivo aliento de este mundo nos disparé” dice otra. Y los
dejan ir, los echan de la tonada agónica de sus voces. Huyen. Ellas, en medio
del sudor y el helar se visten sin dejar que máscara que llevan las descubran.
Todo ha terminado. Sombras difuminando en medio de un paraje perdido de la
isla. Cada una toma su camino, como si nada. Se van quitando la máscara y una
luz blanca comienza a envolverlas, a alzar el vuelo entre nubes vagas hasta
llegar a cada una de sus guaridas, de ese techo del disimulo.
martes, diciembre 06, 2016
Ella y las olas...
Pájaros huecos arrastran las palabras de una luna menguante
donde ella se mece. Salvaje corre a ras de la arena alimentándola del ensueño.
Sola habla con el ronronear del oleaje. Le pregunta al océano el por qué de la
deriva de su entereza en los pozos inmiscuidos en su aliento. Noche, oscuridad.
Solo el leve reflejo de sus ojos bajo este mundo desconcertante,
desequilibrado. Ahuyenta las mosca que vagan por la orilla con sus manos,
libres, pacíficas, calmadas. Se acuerda de una frase “nunca le des la espaldas
al mar” . Ella no obedece y se vuelve. Solo observa la nada, un paisaje
desalentado y apagado. La brisa viene, viene con su corpulencia fina y sutil.
Decir Dioses de las mareas austeras a mi
espalda el por qué de esta congoja, de este temor a batir mis alas desechadas
en la plenitud de las constelaciones bosquejo de yeguas que nos llevan a los
sueños. Estática. Ya no sueño. Hermética. Ya no anhelo. Fría. Ya no quiero la
verticalidad de mis pasos por esta tierra. Miro fijamente mi mañana y no avisto
el exalta de la alegría solo, un legado de míseras manos engarrotando mi
garganta, borrando cada huella de mi respiración. Muerte. Sí, eso soy. Vacío. Sí,
han pasado muchos años aniquiladores de mis singladuras. Daño. Mucho,
demasiado. Tanto que la ventura del vivir no es carruaje para mí. Un papel
blanco se interpone entre mis ojos y este mundo. Qué decir….qué decir….
Sí, no obedece a los añejos consejos. Una ola arremete
contra ella. Se la lleva, la estrangula en el paraje de los ahogados. No
intenta liberarse. Se deja llevar por la violencia del oleaje. Se detiene. Y la
armonía y su temple hace que vuelva a la orilla, fatigada, dudosa. No entiende
como aún puede estar viva. No le queda más remedio que seguir bajo la noche y
su espalda el océano.
Decir Dioses de las mareas me habéis
devuelto aquí, a este lugar de mi huída. Que la ceguera y la sordera me llegue
para no seguir olisqueando esta loca esfera. Mis brazos parecen raíces, raíces
incrustadas muy fuertemente a este sitio. Sigo sin comprender ¡Si no quiero
seguir¡ Continuar despertando en la desnudes del albo bajo los influjos de un
espejo rajado. Quiero irme. Lejos, muy lejos. Ausentarme de todo mal errante en
estas entrañas. ¡Por qué me habéis hecho brotar de nuevo¡ No. No…No quiero que
venga la mañana, permaneceré dormida en círculos donde llameantes cuchillos
arranquen cada herida, cada llaga, cada cicatriz erecta en la memoria ¡Huida¡
Si, ya me voy.
Se da la vuelta, pardelas la acompañan. Ella en el callar
del nocturno deja de tejer sus cavilaciones. Se introduce en el mar. Una marea
brusca la viene a recoger, a darle la mano para llevársela.
lunes, diciembre 05, 2016
divagaciones de una mañana de otoño
Son las 7, el despliegue de los párpados solapados al
letargo es de manera lenta. Una mirada cae en la cuenta que hay que
desperezarse, sumirse en la historia venidera de las últimas estrellas. Ella, se mira al espejo aunque el frío
invierno le atice se halla desnuda. Sin más se vuelve hacia la ventana y ahí el
océano. Cachalotes aún danzando con la madrugada, con los que suspiran por la
belleza de un mundo pacífico, de una madre tierra consumida la perfecta luna.
No se sabe lo que piensa, está sola. Ella y cada habitación vacía de un tono
blanco tirando al desgaste de los años. Se viste, se le ha caído un botón de la
camisa. Va hacía su caja de costura y lo remienda, ya está lista para el salto
a la calle, a ese ambiente helado meciéndola en su andar. Las luces todavía
andan encendidas, las aceras vacías, rodeadas de una calma que la hace
respirar. Alguien precoz ensaya con un violín en alguna de las viviendas de su
barrio. Lo escucha, le gusta esa tonada temprano bajo la senda de la nada. Se
detiene, qué misterio guardará esa música, si se le puede llamar música…Los
últimos astros se van, se pierdan ante el amanecer, un horizonte broncíneo rompe
sus ojos que atentamente observan la
hermosura de este nuevo día. Su estado de ánimo es de entereza, de seguridad,
de la seriedad que sus pasos a través de la ciudad. No se pregunta nada solo
medita en que todas las auroras deberían de ser así, pacíficas, llenas del
encanto de algún pájaro extraviado en esta estación. Vuelve a su casa, bajo su
techo escribe algo, a alguien después se ducha. Otra vez la desnudez en su
piel. Agua fría que corre por su carne, por sus sentidos. Se siente bien,
restaurada para comenzar una nueva jornada donde las prisas dejarán a un lado
las emociones de esos momentos en su silencio, en su soledad.
viernes, diciembre 02, 2016
LA ISLA...
Pisadas dan abundancia a un nuevo amanecer. La isla,
enfrente, sobresaliendo entre pesadas nubes. El piensa, ella piensa que tendrán
que ir. Hace años de sus aislamientos en ínsulas mayores pero, la isla, la isla
diminuta donde lobos marinos desembarcan su aliento hace tiempo que no la
visitan. Maravilloso pedazo de tierra donde emerge lava y arboledas
inconquistables para el hambre humana. No sabe quien la protege, será algún
Dios de estos rincones del universo el que vierte su escudo a ella. Es sagrada
para las danzas ancestrales ahora idas, decaídas en la perdida de la creencia.
Ellos irán cuando la oscuridad condene los ojos que miran al horizonte en el
eclipsar. Cuando la noche llegué se
desnudarán y de orilla a orilla serán gaviotas negras que con sus braceadas la
visiten. Lo necesitan por unos instantes sentirse libres, anclados en el tiempo
ido. Cuando la noche llegué saborearan de ese paraje inaccesible para muchos
otros donde sus garras no más que son cemento y taladros. Podrán pasear en su
belleza y sentir un aire distinto, como diría, un aire donde la fogosidad de
las entrañas del planeta y la naturaleza los haga vivir lo hermoso, lo perfecto.
La isla, elixir de la fraternidad, del respeto a la madre tierra congregada por
aves emigrantes que les dirán de los secretos que guarda este mundo. Y llega y llega la noche, ahí van, liados en
sus cuerpos a la isla. No está lejos, solo, la ausencia de nuestra memoria. No
hay nadie, pájaros de colores les da la bienvenida, palmeras abundantes en su
mecer anuncia la llegada. Caminan por a ras de su corpulencia suave, tierna,
enhebrando los deseos del mañana. Solos se ven alumbrado por la densa virginidad
de su lindeza, más perfecta no podría ser. Es como si hubieran realizado un
viaje al pasado, ese pasado que se halla ahora frente a ellos, de donde
vinieron. Desnudos no saben si regresar. A lo lejos un faro preñado de lluvia
se deja ver. Aquí, la nada los rodea, los absorbe, los mima. Se besan, así,
como apoteosis del elixir de este lugar. Estrellas fugaces les da la
bienvenida, la mar en calma los solicita como únicos que pueden acariciar su
frondosa riqueza. Puede ser que no regresen más, que se transformen en cenizas
que toman raíz ahí. Así, abrazados en la bonancible que los consume.
jueves, diciembre 01, 2016
La mar...
La
mar. La noche. Mareas infranqueables donde caracolas alzan barcas del olvido. Náufragos.
Muerte. La búsqueda de la verdad cuando la luna blanca es alianza de los
rostros demacrados por la inclemencia de nuestras palabras. Adiós, amigos-as
mías en la densa capa de gaviotas vigías de la extensión de vuestros cuerpos a
la deriva. La noche. La noche embelesada al compás de inmutables sonrisas
orientadas al desdén del vivir en sus tierras. Somos propietarios de la nada y
a la vez tenemos derecho de alzar nuestros pasos en cualquier lugar, libres.
Sí, libres del volcar de nuestras alas en las entrañas distorsionadas de un
globo comido por la insolidarias almas andantes en su superficie, a ras de
nuestra mirada decaída cuando buscamos el sosiego. La mar. La noche. Qué guarda
en su vientre de acero. Frío. Decadencia. Heladas manos acogen sus manos ya
fenecidas, ya carcomidas por el vuelo fugaz de la vida...
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