miércoles, diciembre 21, 2016

Agazapados..

Agazapados en la inercia de las raíces que los mantienen a la vigía de las ánimas de antaño, viejas costumbres bajo los ficus de un parque corroído por el paso del tiempo. Se miran, ojos caídos y ojerosos exhibiendo la vejez de sus manos, los trabajos, el sudor y el sufrimiento del ayer.  Alguien pasa ante ellos, los mira con la rareza del agotamiento, de alas rotas por la pesadez de plomizas nubes. Lloverá. Ella es joven,  ha alzado su vuelo más allá  del interrogante escondidos en sus miradas cuando la ven. La voz de la sabiduría le viene lenta, ya decaída y en su reconditez vuelan las conversaciones de ellos. Se lo imagina, en otra época, más maravillosa pero que garraspea alguna pena. Detrás de ellos la iglesia que por siglos ha estado ahí, solemne, abatida por oraciones triste de un pasado. Es inerte, agarrada a todos los que ante ella son pisadas. Llueve. Los ancianos se meten dentro mientras ella observa, cierta vergüenza la sacude y prefiere estar fuera, mojándose. Le da por correr, galopar más allá de aquel lugar, su pueblo. Se interna en la densa penumbra del Monteverde, ahí se siente protegida, escudo ante la voracidad de la evolución de la existencia. Y espera, espera la calma del chubasco. Huele a tierra, a musgo. Embriagada mira al cielo gris, tormentoso y respira. Con lo bien que estaría bajo el techo del templo de un Dios insonoro. Tirita, muerde sus labios, un leve arroyuelo de sangre maná y regresa. Sí, regresa al pueblo, su pueblo, sin miedo al que dirán. Ahí los ancianos sentados bajo los ficus contando sus historias, ya ha parado de llover. Pasa y no la ven, ha desaparecido en las entrañas del bosque solo su luz es vista por algunos que en las venideras estaciones será contada. 




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