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Me
siento en mi silla blanca en el balcón. Se divisa una noche donde la luna clara
me seduce, tomo un café. Las sombras de una noche callada. Las sombras de la
música del cosmos convergen en mi corazón y mis sentidos se rinden a él. Zas,
mis ojos impactan en el jardín en esta noche de luna clara, en esta noche donde
el cansancio de mi trabajo prima en cada uno de mis movimientos, mis
articulaciones se paralizan y me cuesta , me cuesta levantarme de esta silla
blanca en el balcón. Veo que entre las arboledas imágenes de mujeres vestidas
de negro. Sí, son mujeres por la balada remota que impregna en mí. Se
aproximan, vienen con la carga de los años. No atino adivinar su triste canción,
pero algo me dice que es el horror de los años. La vejez de nuestros
sentimientos. Las palizas sobre sus rostros de niebla rozando lo insensato, la
incoherencia. Y no sé porqué escucho la misma balada en mi piano ¡Suena el piano¡
Ese es mi tremor, un anquilosamiento de mis presentimientos me dicen que nada
bueno traen! Y vienen y yo en mi silla blanca en el balcón. Mujeres de negros en
el rumiar de una canción de heridas, de cicatrices, tatuadas en lo anónimo. No
se cuantas son, me es igual. Solo escucho su quejido. Una queja que me hace
temblar en esta noche de luna clara. Intento levantarme de mi silla blanca y me
levanto. Desde este balcón de un nocturno de luna clara veo las cristalinas
lágrimas de sangre y dolor de cada una de ellas. El tono se hace grave y me
entrego al daño. Ese daño que en los años ha sido forzado a estas mujeres de
negro. Su caminar lento. Sus miradas miran al frente, la sequedad de sus labios
, maltratados, muestran el desdén de su balada de duelo, un himno a todas las
que se han ido en el crepitar de los siglos. Ya cerca, ojos con ojos, manos con
manos , me saludan y hacen un coro donde su balada es quejido que estremece mis
huesos. Y me siento. Me siento en mi silla blanca en esta noche de luna clara. Mi
memoria mira el pasado, que no más que es una milésima de segundo del ahora. El
piano no deja de sonar. Ellas, no dejan de cantar. Yo , cierro los ojos transportándome
en ese preciso instante donde una caída cruel, maldita, sombría me enraízo en
el presente, que no es presente que es pasado. Y me agarro al futuro, a ese futuro
que será mañana con el brío de un jardín donde las mujeres de negro se hallan
ido. Y se van, dos cuervos se posan en mis muslos , los miro y una cierta
debilidad me acaricia hasta no más que ser un pájaro sin alas. El móvil suena,
el piano no deja sonar, las mujeres de negros se han ido y yo en mi silla
blanca en una noche de luna clara que me dice , descansa.