domingo, enero 14, 2024

NUBES DE HOSPITAL (6)

 

6

Kena ladra a este resto de luna. Parece perdida a igual que yo cuando en la madrugada antes del crepúsculo damos un paseo. Y me gusta esas horas, el desierto de la urbe ronda por mí. De los jardines los pájaros trinan, a estas horas de la madrugada. Son las cinco y el fragor de esta masa de floresta invade todas mis entrañas. Caigo en la levedad, soy leve como el vuelo de algún mirlo que se cruza en mis pisadas. La brisa ha dejado de respirar y siento calor, el invierno se vuelve invertido, lejano, es como si estuviéramos en pleno recital de una primavera. No para muchos. Un taxi pasa, deja a una muchacha, joven, se va. Mi cerebro se revuelca en esas niñas que son casadas desde la infancia en este mundo. Si este mundo deteriorado, anclado en costumbres pasadas que remueve los sentidos. Me abato y a ras de un acuario las veo partir al sufrimiento, al lamento, al dolor, a la tragedia. Son no más que niñas cuyas raíces son enjambre de una sociedad patriarcal e injusta. Las siento, escucho el sollozo de unos jazmines con su olor empalagoso atravesando mi pecho. Y hay que estar en la situación. Una situación incómoda, anómala, mortífera para quien la parece. Desgarrada de sus orígenes. Desgarradas de su inocencia. Desgarradas de su verticalidad en estaciones venideras. Kena ladra a este resto de luna. Y la miro. Y la absorbo. Y la lamo como si ella me pudiera salvar de estos pensamientos. Y caigo y me enraíce que la queja mía no vale, no vale la pena. Vivimos en una sociedad en la borramos, en la que censuramos todo mal fuera de nuestras fronteras. Y que son las fronteras, una línea continuar e imaginaria de nuestra forma de hacer. Una navajilla, una obsesión de que no sientan y la sangre y la enfermedad y la muerte, para algunas. Me nublo en esa entrega donde los ojos de ellas miran el suelo, miran el miedo. Me nublo la mirada de la viciosa, deseosa de poseer la ternura de la niñez. Esto es una violación, una menor. Ella no sabe. Ella ignora. El sabe. El entiende. Se la lleva y después la destrucción de su sentidos, de su existencia. Intento quitar estas imágenes de mi mente como tantas otras de este desgraciado mundo. Miro a kena . Miro a la luna difusa. Miro los jardines esbozando el ajetreo de los pájaros de la madrugada. Y me despisto, kena ladra a la luna. Gracias le digo, me observa con su flamante rabo meneándose, continuamos por las aceras deshabitadas. Solo los jardines, coches callados , farolas haciendo de mi sombra un puente al abismo. Quiero distraerme. Me gustaría ser indiferente, no puedo. Y no es feminismo, pero, el hombre es una masa dañina en muchos frentes de culturas convencidos de su poder, de una verdad de conveniencia empecinada en ultrajar a la mujer, a la niña. Velos sonoros abogando por este planeta. Sí, este punto en el cosmos. No somos nada y a l vez grandes. Un vértigo me produce nauseas, escupo. La niña vuelve a mi, kena tira. La niña vuelve a mí. Amenazada, asesinada con ojos blancos buscando la tumba de sus difuntas, de otras. Kena la luna ya no está, le digo. Volvamos al piso. El móvil suena , son las cinco de la mañana de un mes de noviembre y el frío no acecha. Una masa de polvo impacta en mis bronquios. Respiro, cierro la puerta y voy a la ducha, Velos apaleando la sensatez, la verdad. El callar es la salvación. La resignación es la salvación. La impotencia es la salvación. Una esquina. Una casa destartalada y el llanto. Ella llora.

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