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Lo escrito son ideas primigenias que después se han corregir y alterar.
Silencio. Si, calla. No ves mis
alas que en la penumbra alzan un canto a la vez que el llanto recorre la senda
de la dejadez. Mírame. Sí, mira este ser que se envuelve en la manta del
universo cuando la noche anuncia luna llena. Nubes. Sí, ya ha amanecido y el
cenizo juego de la lluvia anuncia que tienes que levantarte sobre afiladas
rocas de la ida. Adiós. Sí, te vas con el alma oprimida por cierta causa que
nos hace revolcarnos de angustia en nuestros vientres. Vacío. Sí, bajo el techo
que nuestro eco se aprisiona no existe nada, somos fúnebre tonada de la
impotencia.
XX: Y ¿Por qué? Por qué tanta injusticia en este planeta. Mis
piernas cansadas no desean ya volar, no quieren ser ánimo y un impulso callado
me estruja mi pecho contra paredes de alfileres. Pero a dónde vamos. Has visto
amor como todo se hunde en los brazos de la tormenta.
YY: No me preguntes. Yo
tampoco puedo contestarte. Solo se que vamos a la deriva ante tanta hipocresía,
ante tanto egoísmo, ante tanto trafico de sueños que acaban en cualquier cloaca
de esta esfera.
XX: Y ¿Por qué? Los
árboles caen. Arrasados están nuestros hermanos cuales nacieron de un vientre
como nosotros. ¡Tanta hambre¡ ¡Tantas batallas¡ ¡Tantos rechazos¡ Y ¿Por qué?
No entiendo. No llego a comprender por qué otros son lapidados en vida.
Mientras, nosotros no somos valiente cometa que surca la paz.
YY: No. No me preguntes.
Estamos en ese punto del cambio que será para mejor o para peor. Tenemos que
sensibilizarnos, solidarizarnos las palabras del corazón y hacer frente a la
aberrante lluvia de clavos que nos lleva, que nos trae por la pena.
Silencio. Si, calla. No ves que
esta tierra se autodestruye al son de la desgana, de los colmillos ardientes
del poder. Mírame. Sí, mira ese bosque cuyo fruto es el aire limpio que
respiramos como ahora se extingue en las garras de la sombra negra del ser
humano. Nubes. Sí, ya ha amanecido y
tienes que marchar. Adiós. Sí, te vas con el aliento apagado, con un suspiro
que con tus ojos marchitos miran el horizonte. Vacío. Sí, vacío.
Por qué no
despertar, se dijo. Eran la madrugada y entre sus sábanas daba vueltas a un
deseo que repetía en un susurro. Por qué no elevar mis alas a un horizonte
donde la paz de estas horas me alimenta de positivismo, se dijo. Y así hizo se
elevo desnuda por los pasillos de su casa y se dirigió al balcón. Un balcón que
daba a una atmósfera envuelta por la luna. La miro. Se maravillo. Y con su
deseo bien apretado respiro hondo. La nitidez del firmamento era acogida por
una masa de estrellas que no se distinguían bien por el eco luminoso de la
plateada. Decidió salir a la calle. Por qué no. El tiempo estaba en calma y
solo caminaba una brisa con aroma a los Monteverde. Detrás de ella. ¡Si¡ como
aliento que alienta el surcar de su vuelo. Unas nubes se divisaban. Y se dijo,
por qué no danzar con sus siluetas. Paso a paso ascendió hasta una de ellas. La
acogieron. Cada gota no caída a la madre tierra se iba incrustando en sus ojos
azabaches a medida que de nube en nube daba pasos de ensueños. Miró lo que había
debajo de ella. Un mundo en el que viento norte solo dejaba respirar a unos
cuantos, a otros… los dejaba ser tumbas en el infierno de la inocencia. Se
dijo, ¿por qué unos pocos? Se sintió triste. No entendía el por qué de ese
desajuste, el por qué solo unos pocos, casi nada, habían logrado el bienestar.
El resto…la pobreza y la injusticia los azotaba con colmillos de desesperanza.
No lo soportaba, la impotencia es un arma que nos arranca de cuajo de la
tranquilidad. Descendió entonces de las nubes. Poso sus menudos pies sobre la
tierra. Entró en bajo su techo y entre sus sábanas se lío. Y quiso soñar. ¡Sí¡
Un sueño donde el resonar de las campanadas de las esperanza le dijeran algo. Algo
sobre que todo iba a mejorar. Que la humanidad con rostro demacrado desaparecía
y sería solo una pesadilla del ayer.
El crepúsculo
del amanecer es viveza que anuncia el mecer de los cuerpos en el océano. Su
frescura azotada por un gentil viento pausado nos hace emocionarnos en su
cuerpo cuando la soledad es serpentear por nuestras venas. Una soledad que nos
convierte en parte del silencio que gravita a ras de nuestros ojos. Un sol que
viene, unas nueves que se van. Aquí seguimos con esa cuestión que lentamente
nos detiene cuando el alma es deriva de sus sueños. Aquí estamos con el surcar
de un magma que nos impregna del clamor de las gaviotas cuando van a pescar. Y
no se, algunas veces en ese rincón de las mareas somos promesas de las alas que
nos transforman en estrellas marinas libres de ser sendero de la naturaleza, de
su ritmo. Pero no, no. Somos ese eco de cadenas que con su herrumbre nos ensombrece
tras un muro de cristal. Observamos, lo tocamos y con el impulso del
pensamiento nos retraemos bajo las pesadas aguas de la mar. Sin embargo el
crepúsculo del amanecer nos hace ser parte de esa playa donde van los rostros oscuro
de la esperanza. ¡Si¡ como esas nubes que vienen, que van y dejan filtrar de
vez en cuando los rayos solares a nuestra desnudez para ser fragmento de esas conchas blancas en
la arena. Cada una de ellas nos dirá de nuestros sueños, de ese estremecer que
nos envuelva en cada paso, en cada mañana.
Cuando la calidez llega del soplar de la tarde nos
convencemos que somos almas a la conquista de las olas que
vienen y que van. Nos aproximamos a la orilla con el sentido de nuestro aliento
y danzamos de roca en roca con la evocadora brisa que nos ciñe a la calma. Una
calma que rebosa en los corazones alentados por cierta nostalgia. Nos
despeinamos, dejamos nuestros cabellos al vaivén del tiempo que discurre en la
eternidad. Las nubes se alejan con esa mímica especial de sus formas y un cielo
azul nos impregna del abrazo al universo ¡Rompen las olas¡ Nos refrescamos. Y
un grito de alegría y serenidad nos lleva por esos mundos de la naturaleza. Nos
desnudamos y en ese cuerpo de ropas inexistentes lanzamos nuestros suspiros al océano.Alzamos nuestros brazos. Cerramos los ojos y
el misterio de ese manantial de sabiduría recorre nuestras pieles. Dejamos
discurrir cada gota, cada pensamiento al ritmo del rumiar del océano. Y mar
adentro somos esa perfección cuando nos entregamos a la madre naturaleza.
Caballitos de mar giran en nuestro entorno, caracolas lanzan un canto que nos
unen a la caricia incesante de las algas. Y nos sentimos caer en la emoción de
ser hijos de un mismo universo.
Rutas donde el
eco retorcido de la insonoridad nos aleja de la sonrisa. Un anciano árbol cuyos
nidos se envuelve en las nieblas de la extinción a medida que vagamos en el
tiempo. Un piano que no muy lejos anuncia la pena que ronda en los corazones
que al viento esparcen cada pedazo de la mirada que se evapora en el sentido de
la existencia. Las emociones nos recuerdan que hay que avanzar, no ser estática
cometa que gira y gira en la mordida de nuestros pasos. Despacito alargamos la
mano y se la ofrecemos a un crepúsculo donde el tintineo de las olas nos hace
ser nota de la armonía de esos seres que
en el resurgir de la luna son veraz
horizonte del amor, de la paz.
Bajo una tierra acariciada por la sequedad en la comisura fresca del
horizonte. Un pueblo es lago de llamas. Las calles solitarias de habitantes se
declinan en una ráfaga pantanosa
diezmando su vida, con una desnutrición patética donde el alba no se halla ¡Tan
ausente¡ ¡Tan apenado por las furias del hambre¡ Tras esta cortinas hallamos a
un hombre moribundo por la ventisca de hojarasca en sus huesos. Ya es tumba.
Junto a él su mujer y su hijo. Ella lo acompaña porque pronto será latido
acabado en esas cuevas herméticas de su existencia. Su hijo indefenso es lazo
con su madre. Ya no más será suave columpiar en los brazos de su padre cuando
la fría sábana respire.
El padre:
Mujer mía. Triste tonada ambula por mi
corazón. Soy fosa. Seré como esos elefantes que van a esos santuarios a morir.
¡Qué impotente me siento¡ Me voy de este mundo a otro más enigmático, más
seguro donde las estrellas sean el redoblar que ahuyenta la infertilidad de
esta tierra.
La madre:
No, marido. No digas esas cosas el niño
se asusta y tu aún eres esa ventisca de la fortaleza. Sobrevivirás a la
malaria, esa enfermedad que apesta en este pueblo. Todavía podrás cabalgar
sobre las piedras y bajar en algún lugar de vergel para tu felicidad.
El niño:
Papa se muere
mama.
El padre:
No hijo. Solo
me estoy durmiendo para viajar a otras tierras. Tú no podrás ir. Solo cuando
hallas alcanzado la madurez sabrás a donde ha ido mi espíritu. Es un largo
viaje. Tú no me verás pero yo te protegeré ¡Adiós hijo¡
Voz del fondo:
El padre
muerto ya. Lágrimas secas en la tez de su mujer engendrado un lamento interior.
Nunca más volará con su amado. El niño calla. Calla y observa. Una insonora
tristeza. Sabe lo que ocurre pero no dice nada. Se abraza a su madre temeroso,
cohibido porque la mano de su padre no responde.
La madre:
Padre se ha ido y con el debemos irnos hijo. Viajar hacia ese
horizonte donde el océano azul nos traerá nuevas esperanzas allí donde el
humano es más próspero. Nos vamos a un lugar donde el aleteo de la noche sea
acogedor, donde las auroras rocen la ilusión.
El niño:
Y papa. Papa no podrá ir con nosotros ¿Verdad?
La madre:
¡Si hijo¡ El vagará entre nosotros con su espíritu, con su silencio a
través del viento. Será nuestra brújula en el largo y arduo camino.
El niño:
¿A dónde vamos?
La madre:
Más allá de este desierto. Más allá del océano.
Algún lugar donde el sol deje de ser polvoriento vigilante que nos deje morir.
Un lugar donde el dormir sea apacible y sereno, donde los sueños no se vayan
deteriorando a medida que crecemos y el agua del que bebemos no sea maligna.
Voz de fondo:
Levantan sus cuerpos y cogen lo poco que
tienen. Ese fardo que ayudados por una anciana yegua va con ellos. Se van. Es
la huída ante tanta penuria, ante tanta enfermedad, ante tanto enjambre de
moscas que como agujas quemantes les azota.
La madre:
¡Adiós¡ Mujer de este pueblo. Me voy.
Mujer1:
Te vas. Haces
bien. Muchos se han ido en busca de la felicidad.
La madre:
Adiós. Quizás
algún día vuelva y pueda verter la
semilla del bien en este pueblo.
Mujer1:
Buen viaje.
Será duro ¡La sed¡ Tenéis que alcanzar las montañas. Pero llegaréis.
La madre:
Lucharé. Seré
anclar en la vileza. Seré vertical paso a mi propósito. El propósito de renacer
por ello, ser sables sujeta ala defensa de nuestras personas, ser coraza que
sujeta al andrajoso y despiadado, ser vigía de mi hijo guiada por el astro de
la libertad.
Voz del fondo:
Comienza el viaje. Las tonadas sonaran
a través de sus ojos exaltados por la esperanza. Esa esperanza que se retuerce
en su vientre. ¡Que bien aventurado sea tu viaje mujer¡ ¡Que bien aventurado
sea tu viaje pequeño¡ Que os proteja las estrellas en vuestro transitar por ese
desierto.
La madre:
Hijo confía en
mí. Abrázame. Así ahuyentaremos las lanzas venenosas de este viaje sin senda.
Que el hambre no nos acose, ni la sed nos derribe. Se ojos de mis ojos, palabra
de mi palabra, manos de mis manos cuando por ese andar sibilino nos aparten
extraños sucesos.
El hijo:
Si madre. Te seguiré y haré lo que tu digas.
Voz del fondo:
La madre. El
hijo. La yegua. Ya marchan por el desierto. Todo es sereno. Se van alejando del
poblado. Ella no quiere mirar atrás. El pequeño la observa a ella. Una cierta
mirada triste se cobija en su alma, una cierta mirada que confiere en deambular
de la duda. Pero se hace fuerte ante su hijo. Ese hijo para que el desea una
vida mejor. El tiempo pasa y la primera noche se aproxima. Han de detenerse.
Parar y descansar.
La madre:
Aquí nos detendremos hijo. Ya la noche se
nos viene encima y no sabemos del tiempo.
El hijo:
Si madre.
La madre:
Ayúdame a montar la tienda y poner la
alfombra ellas nos protegerán hasta el silbo de un nuevo día.
El hijo:
Madre, no
tienes miedo.
La madre:
No hijo. Tu
padre nos vigila en ese firmamento que se asoma. No lo sientes.
El hijo:
Si madre.
Madre cuéntame algo del abuelo.
La madre:
Si hijo. Hubo
un día en que un anciano que vivía en las altas montañas de un pueblo. Montañas
de difícil acceso para todos los habitantes de aquel lugar lo que implicaba que
su presencia era invisible alma en sus antiguas callejuelas. Sin embargo,
sabían que habitaba allá arriba, en lo más alto de aquel pueblo. Herido
por un amor desafortunado vivía en una
cueva con su rebaño de cabras. Delante de aquella cueva estaba el árbol de la
vida o así lo llamaba él. Cuando caía la tarde se sentaba bajo él y susurraba
palabras bellas en honor a su amor. Un
día en el pueblo un niño cayó desmayado por una extraña enfermedad. El niño
cada jornada que pasaba estaba más débil sin único mañana que la muerte. Desde
la montaña se oían el replicar de los tambores que señalaban la precipitada
muerte. Se dijo, alguien se está muriendo en el pueblo y las circunstancias no
son normales. Me duele. Una pena surca en mi como aquella noche en que ella se
fue. Tu árbol de la vida, dime, que puedo hacer. El árbol de la vida era
silencio pero de su corteza comenzó a manar una especie de líquido. El anciano
comprendió. El anciano cogió ese líquido rojizo donde solía llevar agua para la
caza y bajo de las montañas vertiginosamente. Sabía de donde era el enfermó por
la pena de las calles del pueblo. Sin permiso se introdujo bajo ese techo que
olía tumba y beso al niño. Todos miraban con asombro pues se creían que era un
hechicero. A medida que pronunciaba unas palabras de amor untó el líquido en el
cuerpo del niño. De repente sus párpados se abrieron a la vez que el árbol de
la vida florecía flores blancas.
Voz del fondo:
Y el hijo duerme. Y la madre duerme. La
noche es columna vertebral de la vía láctea. Una noche donde la tranquilidad es
canción que los mece a los dos. Un nocturno que pasa en la levedad de los
sueños. Alguien hay afuera cuando el último astro astro se extingue para dar
riendas sueltas aquel que domina la tierra.
El pastor:
Quien está ahí. Ahí de dentro. (se dice para
si) Que extraño una tienda en estos lares.
Voz del fondo:
Es el pastor y su rebaño que llega.
La mujer:
(sale a la
defensiva)
¿Quien eres
tú?
El pastor:
No ves mujer que soy un pastor con su
rebaño. Iba camino de mi pueblo y…
La mujer:
Buenos días
pastor. Deseáis algo.
El pastor:
No. Solo el saludo. Y ahora que lo dices.
Permite que sea compañía de esta mundo deshabitado.
La madre:
No sé. No viajo sola.
El pastor:
No temas. Se
que estás confuso y eso te hace rechazarme. Pero yo soy respeto del alma susurrante
del desierto.
La madre:
Me fío. Hay
algo en tu voz que me hace confiar. Me dirijo al norte donde la mar brama la
palabra esperanza.
El pastor:
Yo también pero me quedo en mi pueblo que
está en ese sentido.
Voz del fondo:
El hijo despierta. Pastor y ella recogen la
caseta y marchan antes de que la oscuridad sea reconciliación con el enjambre
de constelaciones. Es temprano pero el sol ya es entereza en ese desierto.
La madre:
Joven pastor¿ cuantas soles es vela de
estos parajes?
El pastor:
No cuento los días. Solo soy un ir y venir
del temperamento de la naturaleza. Ella me guía. No me interesa ni su inicio,
ni su fin. Así no habrá apuro, ni prisas. Sigo el ritmo de mis cabras. Ellas
son las horas, los minutos, el tiempo en este sitio.
La madre:
Sabias palabras. Intentaré inculcármelas
para que este viaje no llegue a la
desesperación.
El pastor:
El niño ¿Es
hijo suyo?
La madre:
Si
El pastor:
¿Y su padre?
La madre:
Su
padre…(suspira con un cierto amargo en sus ojos)
El pastor:
Oh, perdón.
Tal vez no debí preguntar.
La madre:
No importa. Pronunciar su nombre es como…yo
que se, un bálsamo que me da paz.
Voz del fondo:
Caminaban y caminaban en silencio. Sin
palabra que decir. No hacia falta. No descansaron aunque el sol con su cuerpo
más alto, con su cuerpo con más brío los hacía desfallecer. Pero la entereza
era espíritu que los conservaba. Y llegó esa otra noche. Noche mágica, noche
desquitada de miedo ya que el pastor estaba con ellos.
El pastor:
Ya es hora de
descansar y de hacer el sacrificio. No, no me miré así. En mi tribu es
costumbre cuando el sol desciende sacrificar una cabra como ofrenda a nuestros
antepasados, como agradecimiento a este día que ha sido bueno. Es un culto de
antaño. Ello dará fertilidad a las cosechas. Comeremos de esa carne en la
fogata de la danza.
La madre:
Mi pueblo también tiene sus cultos.
El pastor:
Bailad, bailad
Aguacero de
las nieblas
Junto a esta
carne que te ofrecemos
Para que seas
erupción de la siembra.
Bailad, bailad
Lluvia
infinita
Desciende
hasta aquí
Y acalla la
sequedad
De estas
tierras.
Eso dice el
hechicero de mi pueblo. Después repartimos la carnes entre los que allí se
encuentran. Esta noche nosotros haremos lo mismo y ya verás que los dioses nos
protegerán. El niño será nuestro hechicero por que ha de ser un alma noble
quien dance alrededor de la hoguera.
Voz del fondo:
El viento es tímido zumbido y el ritual
comienza. Como danza el pequeño con las palabras que el pastor le va diciendo.
Es noche de alegría, de calor hasta caer rendidos hasta el alba.
La madre:
El sol
despunta. El viento es ocaso. Despierta hijo. Despierta pastor. Hemos de
continuar.
El pastor:
Si continuar.
Hoy va hacer un día fuerte, taparos bien. Solo nuestros ojos serán orientación
por este mar de arena.
Voz del fondo:
Y como la
jornada anterior son ese andar lento pero sin pausa. A lo lejos se divisa algo.
El pastor:
Oh, el monte
encantado. Observad. Ya pronto llegaremos.
La madre:
Si, lo veo.
Son árboles lo que yace a sus pies.
Pastor:
Si. Antes de
que el sol decline estaremos allí.
Voz del fondo:
La espesura de
las arboledas. Arroyos que corren por sus callejuelas. Multicolor del zoco.
Multitud de miradas a esos dos extraños que van con el pastor.
El pastor:
Ya hemos llegado. A partir de aquí tenéis que
seguir solos pero no ahora cuando amanezca.
La madre:
Si pastor.
Voz de fondo:
Hospedaje que
enriquece el espíritu en su cabalgar por las sendas solitarias. Dormir bajo el
abrigo de un techo hasta ser eco de un nuevo día. Víveres nuevos y agua que los
auxiliará en casa de necesidad.
La madre:
Adiós Pastor.
Estoy muy agradecida. Tal vez algún día volvamos a vernos. Que los dioses te
brinden larga vida y salud.
El pastor:
Adiós madre
del desierto. El siroco silenciará si yo sois silencio. Las heridas se
olvidarán si sois olvido de su señal. Adiós pequeño, apóyate en tu madre.
Voz del fondo:
La madre y el
hijo. El hijo y la madre se alejaron de aquella frondoso hacia su norte. Ahora
rozaban un mar de piedras. Un mar de piedras donde la soledad les alumbraba. Se
sentían con fuerzas, con esa fuerza con la que se construye mares en el vacío.
El niño:
Madre,
¿Estamos lejos de nuestro nuevo hogar?
La madre:
No hijo. Solo
lo que nuestro espíritu se le antoje.¿ Te encuentras bien?
El niño:
Si madre.
Voz del fondo:
Nubes grises
en el horizonte. Un olor a algo putrefacto se les aproximaba. Se giran
La madre:
¿Qué pasa?
Creo que alguien nos persigue. Pero ¿Quién?
El forajido:
Yo, pirata de
las piedras. Ladrón de por vida de la esperanza que algunos suelen soñar.
La madre:
¿Qué quieres?
Todo te lo ofrezco con la condición de que nos dejes en paz.
El Forajido:
Me quedaré con
todo lo vuestro después observaré como os podrís en esta desolada tierra.
Voz del fondo:
Ladrón sin
escrúpulos. Maldita sea la hora que han tropezado con la madre y el hijo, el
hijo y la madre. Que las grutas del mal se lo lleve para no más se retorcida
sentencia de los buscan la oportunidad.
La madre:
No te
preocupes hijo nosotros somos fuertes y tu padre nos cuidará.
Voz del fondo:
Una luna que nace, un sol que muere. La
amargura pesa en ambos pero como árbol de raíces agresivas se expanden en la
entereza. Oh, que luna. Una gran roca ante ellos. A ella se arriman por el frío
de la noche. Se acurrucan quizás ella le de calidez ante la miseria.
El hijo:
Madre ¿nos
moriremos como padre y lo veremos?
La madre:
No hijo. Claro
que no. Padre no quiere aún.
El hijo:
Cuéntame un
cuento.
La madre:
Si. Ërase una
vez un niño que vivía en la pobreza. Tenía tu misma edad. Sus padres lo habían
abandonado. El niño fue creciendo entre la penumbra. El rey que comandaba en
todo el poblado tenía prohibido dar de comer a las pobres. Por lo que a este
chico no le quedo más remedio que robar para meterse algo en la boca. Pero era
tan inexperto que un mercader lo descubrió. Corrió con todas las fuerzas que
pudo, con su estado fatigado, con la languidez de su cuerpo. A las fuera de la
ciudad descubrió una palmera, allí se escondió. Pasaban los días y no le
ocurrió ir más por la ciudad, se alimentaba de dátiles. Se extraño de que nadie
pasará por allí pero con el tiempo descubrió que en ese lugar era prohibido el
paso por una extraña leyenda. Habitaba
un alma y que por lo visto a quien se introducía por ese laberinto nunca más
salía. Eso son los rumores que le llegaron a medida que pasaba el tiempo. Un
día se internó un poco más de lo normal, de lo que solía caminar y halló una
cabaña y se dijo ¡Ese debe ser el misterio¡ Quiso huir pero ante él se encontró
con un hombre de barbas blancas y túnica blanca. El pánico penetro por su
cuerpo pero el hombre le habló. Hola muchacho para el pueblo soy la leyenda de
las tinieblas y para ese pequeño bosque el hombre de la esperanza. El muchacho
temblaba y estaba asombrado. Le pregunto, es usted el que se nutre de las
almas. El le respondió, eso es lo que dicen de mí. Pero observa…Comenzó
aparecer mucha gente todos ellos en formas de almas desprendiendo cierta luz.
Desde hacia muchos años el rey que gobernaba esas tierras había rechazado a los
que el no consideraba normales y como la leyenda decía estos no volvían porque
una extraña criatura terminaba con la vida de estos, dijo el anciano. ¿Y yo?,
dijo estupefacto el muchacho. Yo soy hechicero y los protejo a ellos, me
entiendes. No lo que ellos creen. A mi esa ley me dolió mucho e intento
ayudarles en todo lo posible. A mi no has ayudado, dijo el joven. Tienes salud
que es lo más importante no careces de algún miembro o nada que se parezca, no
necesitas mi auxilio. Mírate, eres corpulento y sano, dijo el anciano. Me
gustaría ayudarle, dijo el joven. Si, me alegra mucho, entre tu y yo
construiremos los pilares de la felicidad y calidad de vida para aquellos que
lo necesiten.
Voz del fondo:
Dos almas
duermen. El miedo es ocaso y la aurora renace. Levantad avecillas un nuevo día
se columpia en la exquisitez de su aroma.
Madre:
Hijo ya estás
despierto.
Hijo:
Si madre y tengo hambre.
La madre:
No desesperes.
Tengo algunos dátiles. Cree en el poder de tu mente y arrastra el hambre en las
inmediaciones del vacío.
El hijo:
Si madre.
Voz del fondo:
Un dátil como
saciante del hambre . La nada para la madre pero ella con su canto recóndito en
la esperanza es alimentada. Otro día se debatía entre ellos ¿Qué le espera la
jornada? Los buitres al acecho de esos cuerpos que se consumen. El niño quiere
parar, la sed resquebraja sus diques haciéndole perder toda energía, toda
ilusión. La madre no sabe. Lo único que piensa en que tiene que continuar sino
serán pastos de las aves carroñeras. El sexto día se va y séptimo les da la
bienvenida. Miran las últimas estrellas al unísono buscando al padre. El niño
no comprende. No se explica como el padre los ha dejado así. Ellos las
acarician con sus ojos y piden en silencios deseos. El niño desfallece y la
madre temerosa de su salud es universo de la duda.
La madre:
Soy yermo
océano a mi pequeño. Dale fuerzas dioses del firmamento. Sus ojos se cierran y
su voz se apaga con el hambre. ¡No¡ No puede ser. No quiero perder a mi hijo,
eso si que no. Tal vez debí quedarme allá, con los míos. Quizás deba retroceder
pero mi cuerpo se encuentra fatigado. No ¡No tengo fuerzas¡ Mi agonía, su
agonía…ayudarnos. Te lo suplico.
Voz del fondo:
De repente, no
muy lejos, observa un rebaño.
La madre:
¡Que ven mis
ojos¡ Estaré delirando. Tengo que levantarme e ir para que nos vean.
Voz del fondo:
La madre, a
rastras deja al niño y se aproxima a ese rebaño. Tras el una cabaña. Toca a la
puerta entonces…
La Dama perdida:
Pero mujer ¿qué haces? Vienes sola.
Respóndeme. El sol está muy fuerte.
Voz del Fondo:
La madre señala en la dirección que se encuentra su hijo. La Dama perdida le tiende la
mano y va en busca del niño. Piedra tras piedra con celeridad la mujer recoge
al niño. Se encuentra en un estado de inconciencia. La Dama perdida siente dolor. Un
dolor que la lleva a concentrarse en todos sus conocimientos para salvar
aquellas almas.
La Dama perdida:
El viaje por esta estéril tierra. Arrima
corazones a veces inocentes de la brutalidad de estos lugares hasta llegar a la
muerte. Pero no. Ellos no. Yo soy mujer creyente en el agua que da vida. Poco a
poco sus corazones volverán a retozar con sus sueños. Poco a poco serán
vertical almas que continuarán su viaje. Oh ¡Qué débil está este niño¡ Pero se
recuperará solo es cuestión de paciencia, una paciencia que con el tiempo será
el brotar de su sonrisa.
La madre:
¡Mi hijo¡ ¡Mi
hijo¡ ¿Cómo está mi hijo?
La Dama perdida:
Tu hijo está renaciendo. Descansa mujer que lo
necesitas. No digas palabra. Imagino lo que os ha pasado. Llevo tantas lunas
aquí…
Voz del fondo:
Un pájaro pasa cuando la noche es cima de
las estrellas. La Dama
perdida no se aleja del niño. Lo mira. Lo observa. Lo acaricia. Y con solo eso
logra reunir toda su vitalidad de nuevo. La madre la mira. Mira como esa mujer
nacida de la nada sana a su hijo. Ella también se recupera. Con solo saber que
no lo ha perdido sus fuerzas ascienden hasta su alma y es vertical mujer que
goza de la alegría.
El niño:
Madre.
La madre:
Hijo. Hijo mío. Me has asustado. Tanto que
pensé que mi mañana sería nido de angustias. Pero ya veo. Ya veo que te has
recuperado ¡Que alegría¡ ¡Qué satisfacción¡ No se como agradecer esto querida
Dama. Es algo grande lo que me has devuelto. No se…No se lo que hubiera hecho
si a mi hijo le hubiera pasado algo. Nunca me lo perdonaría.
La Dama Perdida:
No mujer. No
me tienes que agradecer nada. Para eso estamos. Para ayudar aquellos que lo
necesitan en su encuentro con la esperanza. Sois almas nobles y ello es lo
suficiente para que yo os haya echado una mano. Ahora levantaros tenéis que
continuar con vuestro viaje. Aquí tengo unas provisiones que os ayudará.
Voz del fondo:
La despedida. El llanto pasea por sus
rostros. En ese corto periodo de tiempo son amistad eterna.
La madre:
Adiós mujer
del desierto.
La Dama perdida:
Adiós no.
Mejor di hasta luego. Nunca se sabe. Los
vientos nos llevan y nos traen los rumores de esas tierras lejanas y a veces
también son vosotros míos quien los insuflan.
Voz del fondo:
Se alejan por ese
océano de piedras hasta perder de vista la cabaña y la mano alzada de la dama.
Por un momento la madre mira atrás y se queda pensativa con las palabras de
ella pero ha de continuar. El astro rey se entorna con toda su viveza, con toda
su energía. Algunas nubes parecen que quieren atraparlo pero no lo logran.
Caminan el niño y la madre por esa senda que le van marcando cada rostro dejado
atrás. Pasan los días y las noches y todo parece en calma.
El niño:
Mira allá
madre. Se ve verde.
La madre:
Parece un
pequeño bosque hijo. Vamos. Tenemos que llegar a el para recoger de su frescor
después de tantos días en la nada. Vamos
la naturaleza nos acoge con su exhuberancia.
Voz del fondo:
Se introducen en aquel majestuoso boscaje.
Un boscaje que atrae pajarillos que trinan al compás que pequeños arroyuelos
surcan bajo sus pies. La bondad del lugar los asombra. Nunca habían visto algo
así. Algo difícil de interpretar para dos almas que vienen de tierras comidas
por el vacío de vegetación. Directamente
beben de esa agua pura, límpida. Alguien observa sus movimientos y se acerca.
El divino:
Buenas tardes madre e hijo ¿Qué hacéis en la
ruta del norte?
La madre:
Buenas señor.
Vamos en busca de la paz.
El divino:
La paz es el ascenso del alma a vuestra
consciente.
La madre:
Vamos en busca
de un techo de donde guarecer nuestras carencias.
El divino:
El techo es
servidumbre de los corazones nobles y el esfuerzo de tus manos con otras manos.
La madre:
Comida. Agua.
Vamos en busca de no ser destruido por ellos.
El divino:
Agua. Agua que viene y que va.
La madre:
Vamos en busca
de donde abrigarnos de tanta escasez.
El divino:
Acaso, ¿ no
tenéis manos para tejer ese abrigo que os dará la felicidad.?
La madre:
Tenemos que seguir. Si seguir la ruta del
norte.
El divino:
Os entiendo.
Pero antes pasar algunos soles en este lugar. La paz que aquí existe os ayudará
a conseguir vuestro propósito.
La madre:
Me siento en paz. No siento el remorder de mi
conciencia.
El divino:
¿De donde
sois? Acaso, ese desierto no os ha acogido bien.
La madre:
Si señor.
El divino:
Pues ahí
tenéis vuestro techo. Esos amigos que habéis encontrado en vuestra trayectoria
Hay que ser realista. Algunos que han huido han tenido suerte pero la mayoría
no. Presos en tierras extrañas. Aquí la libertad.
La madre:
Le entiendo.
Pero mi aldea se pudre y con ello se lleva las almas.
El divino:
¡Se pudre¡ Hay que trabajar, trabajar para
que generaciones venideras vean vuestro pueblo como un lugar placentero. Tus
manos, que bellas manos mujer. Con ella podéis edificar esa cueva que os acoja
cuando el frío azote.
Voz del fondo:
Pasan los
soles. Y con ellos el niño y la madre tienen que partir.
El divino:
Hoy es el
adiós. Os vais. Me quedaré solo con mis consejos. Así es la vida. Pero recordar
que aquí seguiré.
El hijo:
Por qué no nos
quedamos un poco más madre?
La madre:
No hijo. Debemos seguir nuestra ruta. Ellos ya
tienen su vida, sus costumbres, sus razones. Pero nosotros tenemos que
encontrar la nuestra. ¡El norte¡ ¡El norte¡
Voz del fondo:
Y se van. Se
van. Se alejan de esa naturaleza viva de color hacia sus destinos. La noche
llega y con ella el rumiar de las bolas brillantes les dice que han de parar,
que han descansar hasta que el alba les anuncie una nueva ilusión en ese vagar
al norte.
La madre:
Hijo. Hace
muchos años se perdió en una brutal tempestad de la guerra. Desolado,
desorientado corría despavorido por las calles de su ciudad. Calles que no era
más que ruinas por las espumas negra de la pólvora. Se alejo tanto que llego al
desierto donde la nada solo eco de los estallidos de su pueblo. El niño ya
fatigado se sentó en una roca que por casualidad había visto en su huída.
Escuchó entonces una voz.” ¿Quién eres? ¿Dónde estás?, pregunto el niño. Soy
yo, el alma inquieta. No tengas miedo. Solo he venido para desquitarte de tus
penas, de tu fatiga, dijo aquella voz. Pero ¿Dónde estás?, preguntó el niño.
Bajo tu cuerpo, contesto aquella voz”. Entonces el niño se levanto y observo
que en la arena había una especie de agujero. De ahí surgió un anciano y una
anciana. “ Vamos pequeño ven con nosotros, dijeron al unísono. “ El niño que
casi ya no tenía fuerzas descendió junto a los ancianos. Ahí encontró la
felicidad que se le había robado.
Voz del fondo:
Esbozan la sonrisa
del despertar. Una sonrisa que los llena de esperanza en el acontecer de un
nuevo día. La calma ha reinado toda la noche. Madre e hijo se sienten con
fuerzas, con fuerzas de continuar ¿Cuándo verán el mar? Ese océano tan deseado
para ellos. Ello les da una gran valentía. Recogen sus cosas y un encuentro les
espera ¿Quién será? ¿Quién será?
El nómada:
Hola Mujer
valerosa que pisa esta tierra azotada por las inclemencia de los dioses.
La madre:
Buenas buen
hombre.
El nómada:
Que hace una
mujer tan bella por estos lugares ¿A dónde vas? Me lo imagino
La madre:
Vamos al norte.
El nómada:
Si, ya lo se. Todos
queremos un norte. Un norte donde nos ayude a desalojarnos de tanta muerte, de
tanta injusticia.
La madre:
¿Por qué me
miras así?
El nómada:
Por qué te
esperaba. Sí, tal vez no comprendas mis palabras. Pero tus ojos me dicen de lo
bonito que es tu corazón. Una lluvia de estelas que me deja encantado. Si,
parece que la quiero, que me he enamorado en el cráter del infierno que es esta
tierra. Me gusta usted.
La madre:
Oh, sus
palabras. Nos acabamos de encontrar en medio de esta tierra donde solo hay sol
y piedra y usted me dice que quiere ¿Qué ves? ¿Qué ves en mi ¿
El nómada:
La belleza de
ser mujer. La belleza de esas olas que llegaran y nos acogerán en el abrazo.
Voz del fondo:
Y se aman. Se
enamoran. Se quieren. Son hijos del desierto, transeúntes de un clima abstracto
donde todo tiene cabida. Hasta el amor, ese amor que crece a medida que el
tiempo pasa en la caricia sutil de dos almas que aspiran a ser arco iris de la
libertad. Esa libertad exenta de enfermedades y precariedades. Pero ella y el
hijo tienen que seguir. Ya ha amanecido. ¡Despertad¡ ¡Elevad vuestros cuerpos a
la continuidad de los días¡
La madre:
Que acogedora
han sido tus manos. Pero ahora debemos irnos. Si, marcharnos en busca de nuevas
tierras. No quiero más lamentos
El nómada:
Eso es el
ayer. Pero ahora estás conmigo mujer. No te vayas.
Voz del fondo:
Los amantes. El niño. El sol calla una masa de
nubes lo bloquea. Un día gris. Un día de despedida. Ella no se lo esperaba.
Pero de sus ojos laten salinas gotas que la callan. Se van. Ya queda poco. Casi
nada. El mar está ahí, ante ellos y la impresión que le da ese océano olivino
es grandiosa. Llegan al pueblo pesquero.
Todos los ojos que recorren sus callejuelas los miran, saben a que han venido.
Agachan la cabeza como si la indiferencia fuera una alerta, un mal presagio. La
madre pregunta y pregunta hasta que una voz le responde.
El pescador:
Está en la playa. Solo hallarás más
miseria, serás esclavas de un pueblo que no entiende el por qué de tu huída.
Allí también existe la pobreza, el hambre ¡Tened cuidado¡
El nómada:
No sea tan agrio señor. Mira, allí está el
barquero. El os llevará a esas costas de los milagros.
Voz del fondo:
El barquero.
La madre. El niño. El nómada. Se saludan. El barquero, hombre seco este de
mirada desconfiada, frío como el hielo. Los mira de reojo. De arriba a bajo. De
bajo arriba.
El barquero:
Solo tienes que darme el dinero y mañana
partiremos. Vais los tres.
La madre:
Solo el niño y
yo.
El barquero:
Bien. Mañana
seremos tierras nuevas donde lo agreste de esta no os desemboque en la miseria.
Voz del fondo:
Se despiden del barquero. El ni mira cuando se
van de aquella orilla solo cuenta el dinero. El niño, la madre y el nómada se
alejan de aquella playa espejo de la hermosura. El día es radiante envuelto en
camaleónicas siluetas que da sombra cuando la brisa suena. Preguntan donde
quedarse y les señalan una casa media derruida como lugar donde alojarse esa
noche. Esa noche última en que el nómada estará con su amor. La acompaña a
todas partes. En su presentimiento se deduce que hay algo que no está claro. No
se fía del barquero. Pero que hacer. En ese pueblo todos callan. Entran en esa casa destartalada. El olor a
humano es perceptibles. Todos hacinados. Todos esperando a que con la aurora el
barquero los lleve a su nuevo destino. El nómada cae en la pena, en el dolor.
La mira. Pero, ella, vertical y ausente se acurruca en una esquina también
pendiente del mañana.
La madre:
Tu mudez me acuchilla. Sabes, que tengo que
irme. Te amo.
El nómada:
Laguna de incendios brama en mi alma. Te vas
y yo aquí. Todavía tienes tiempo para meditar y quedarte. Yo también te quiero.
Yo seré tu libertad, esa caricia que te hará vivir en la felicidad.
La madre:
Es tarde. El
alba se acerca. Lento pero viene y tú y yo tenemos que despedirnos. No me
supliques. No me convenzas. Tengo que partir. Si irme después de tanto
sufrimiento y no lo digo por ti y por otros que me he encontrado en mi camino.
A ti te quiero y en mi recuerdo quedará las noches, los días de amor que me has
dado. No insistas. No me mires por qué sino la pena cabalgará sobre mi pecho,
sobre tu pecho. Intenta olvidarme. Ya el tiempo dirá.
Barquero:
Vamos tenemos que partir. Aprovechar que la
mar está serena.
La madre:
Adiós nómada
del desierto.
Nómada:
Adiós no. Vivirás en mi para siempre. Te
esperaré…
Voz del fondo:
Un adiós que se pierde entre lágrimas y
manos alzadas. Se alejan de la orilla poco a poco hasta introducirse en un
océano donde el rumor de la marea los mece en leves recuerdos, en el temor de
que les deparará en esa nueva tierra. Pasan muchas horas, un tic-tac que oprime
sus corazones desesperados, inseguros. No tienen nada que perder. Solo la vida.
Y de repente se divisa tierra. Una tierra de playas amarillas y finas arenas.
El barquero los deja y se va sin mediar palabra.
El niño:
Madre, ¿hemos llegado a otro desierto?
La madre:
Nada.
No queda nada. Fíjate allí, algo se ve. Vayamos.
Voz del fondo:
Caminan por la suave arena hasta llegar a
una especie de avenida, tras ella, casas blanco están pintadas. Se oyen sirenas
azules. Se aproximan.
Policía:
¿A dónde creéis que vais?
La madre:
Buscamos….
Policía:
Cállese. A la comisaría con ellos.
La madre:
¡Que pasa¡ ¡Que pasa¡
Voz del fondo:
Se los llevan. Se los llevan a los calabozos
donde otros como ellos vagarán en la penumbra de la duda. Son registrados de
arriba a bajo. Tratados como si seres humanos no fueran. A una especie de
refugio son llevados como todos. La madre no se lo imaginaba allí también
estaban hacinados. Se disgusta. Piensa en su
hijo. Aquel lugar tan frío …sin intimidad.
El integrador:
Todos venís a esta tierra como si fuera oro
todo lo que reluce. Pero no es así. Has cometido una falta. Es ilegal y por lo
tanto con el tiempo tendrás te devolveremos a tu país.
La madre:
Como, que
volver. Trabajaré por mis sueños. Me ha costado tanto llegar hasta aquí… que
solo la palabra retorno me produce ahogamiento, me asfixia ¿Qué hacer?
Voz del fondo:
Se estremece su ser ante tantos muros. Su
sufrimiento para llegar hasta ahí se ve ofuscado por el simple hecho que todo
es hipocresía. Sus esperanzas a medida que pasan los días se ven atadas,
atrapadas en ese espacio cerrado. Ese espacio que los trata como si fueran
culpables de algún delito. Culpables de soñar. Cabizbaja la madre y el niño se
van a su rincón. Ese en el cual dos colchones le servirán como almohada del
olvido, del error.
Mujer 2:
Nuevos en este campo de la desesperanza.
Donde el eco terrible de que si hubiéramos cometido algún delito nos arrincona
en estas paredes, en estas rejas. La humanidad decrece. No hay compasión, ni
tan siquiera existe la compresión. Nos ven como presos. Si somos presas ahora
de este extraño lugar.
La madre:
Mujer no me da ilusiones ¿Cuánto lleva aquí?
¿Saldremos algún día?
Mujer 2:
Llevo un año. Vengo de otro campo de
refugiados. Aquí al menos nos dan de comer. Allí la nada ronda como aves
carroñeras sobre nuestros huesos. No se que decirte a la segunda cuestión.
Supongo que sí. Pero hemos cometido un
error o mejor dicho nos han dado pie a cometer ese fallo. Esos negociantes de
personas que en sus barcas ofrecen la buenaventura. Todo es falso. Es como si
fuéramos objetos inanimados. Sí, seres sin rostro que vagan pidiendo limosna
cuando no es así. Las que logran salir su condición de trabajo es precario:
jornaleras, prostitutas, limpieza. Nada. No hay nada. Solo una angustia que te
va llenando tu faz de arrugas hasta que caes en el vacío. No digo que otros tengan más suerte, pero que
es de ellos…
La madre:
No se. Estoy
tan cansada que mis alas me pesan. Retornar…Ay… Que todo sea por el bien de mi
hijo.
Voz del fondo:
Muerte. Agonía. Eso sentía la madre. Mira a su
hijo cuando la luna ya es cima del universo de este planeta. Guarda sus
lágrimas en lo más hondo de su corazón. La desilusión es tan abominable que
ella misma se culpa ante ello.
El niño:
Vamos a volver
a nuestra tierra madre.
La madre:
Si hijo
El niño:
El nómada nos
cuidará
La madre:
Ay…Si hijo
El niño:
Madre cuenta
un cuento hace tiempo que no me dices ninguno.
La madre:
Había un
pescador haces muchos años. Vivía en un pequeño pueblo con sus hijos y esposa.
Una madrugada cuando la luna llena esbozaba su sonrisa más brillante salió a
navegar como de costumbre. Se introdujo mar adentro mucho más que otros días.
Se aproximo a la otra isla. Esa isla marcada por la superstición y lo
prohibido. La curiosidad y ambición lo
llamaba. Clavó sus pies en la pesada arena y dejo su barca en la orilla y se
puso andar. De pronto una largo camino de piedras apareció en el. Estaba
asombrado. Altos edificios había allí edificados pero no se veía a nadie y eso
que ya era de día. Todo era silencio, un silencio que le hacia estremecerse. De
repente ante el se acercó una especie de ser de rostro blanco y sin ojos. Le
preguntó a donde iba. El terror que le causó hizo que regresará corriendo a su
barca volviendo a su pueblo. Cuando llegó a la orilla de su hogar su esposa le
esperaba y le pregunto que donde había estado. El respondió “ El mar me tragó y
fue maestro de mi conciencia me enseño lo que era la muerte y mi trabajo. Yo
elegí mi trabajo por qué es lo que reconforta mi espíritu a igual que mi
familia y aquí estoy”.
Voz del fondo:
Y vuelve y vuelve. El mismo recorrido pero
ahora para regresar a su tierra. Lo que más ansiaba en ese retorno era ver
aquellos amigos que se había cruzado en su camino. Pero dónde estaban. Solo el
nómada. Los demás habían desaparecido, como si la tierra se los hubiese
tragado.
La madre, a
rastras deja al niño y se aproxima a ese rebaño. Tras el una cabaña. Toca a la
puerta entonces…
La Dama perdida:
Pero mujer ¿qué haces? Vienes sola.
Respóndeme. El sol está muy fuerte.
Voz del Fondo:
La madre señala en la dirección que se encuentra su hijo. La Dama perdida le tiende la
mano y va en busca del niño. Piedra tras piedra con celeridad la mujer recoge
al niño. Se encuentra en un estado de inconciencia. La Dama perdida siente dolor. Un
dolor que la lleva a concentrarse en todos sus conocimientos para salvar
aquellas almas.
La Dama perdida:
El viaje por esta estéril tierra. Arrima
corazones a veces inocentes de la brutalidad de estos lugares hasta llegar a la
muerte. Pero no. Ellos no. Yo soy mujer creyente en el agua que da vida. Poco a
poco sus corazones volverán a retozar con sus sueños. Poco a poco serán
vertical almas que continuarán su viaje. Oh ¡Qué débil está este niño¡ Pero se
recuperará solo es cuestión de paciencia, una paciencia que con el tiempo será
el brotar de su sonrisa.
La madre:
¡Mi hijo¡ ¡Mi
hijo¡ ¿Cómo está mi hijo?
La Dama perdida:
Tu hijo está renaciendo. Descansa mujer que lo
necesitas. No digas palabra. Imagino lo que os ha pasado. Llevo tantas lunas
aquí…
Voz del fondo:
Un pájaro pasa cuando la noche es cima de
las estrellas. La Dama
perdida no se aleja del niño. Lo mira. Lo observa. Lo acaricia. Y con solo eso
logra reunir toda su vitalidad de nuevo. La madre la mira. Mira como esa mujer
nacida de la nada sana a su hijo. Ella también se recupera. Con solo saber que
no lo ha perdido sus fuerzas ascienden hasta su alma y es vertical mujer que
goza de la alegría.
El niño:
Madre.
La madre:
Hijo. Hijo mío. Me has asustado. Tanto que
pensé que mi mañana sería nido de angustias. Pero ya veo. Ya veo que te has
recuperado ¡Que alegría¡ ¡Qué satisfacción¡ No se como agradecer esto querida
Dama. Es algo grande lo que me has devuelto. No se…No se lo que hubiera hecho
si a mi hijo le hubiera pasado algo. Nunca me lo perdonaría.
La Dama Perdida:
No mujer. No
me tienes que agradecer nada. Para eso estamos. Para ayudar aquellos que lo
necesitan en su encuentro con la esperanza. Sois almas nobles y ello es lo
suficiente para que yo os haya echado una mano. Ahora levantaros tenéis que
continuar con vuestro viaje. Aquí tengo unas provisiones que os ayudará.
Voz del fondo:
La despedida. El llanto pasea por sus
rostros. En ese corto periodo de tiempo son amistad eterna.
La madre:
Adiós mujer
del desierto.
La Dama perdida:
Adiós no.
Mejor di hasta luego. Nunca se sabe. Los
vientos nos llevan y nos traen los rumores de esas tierras lejanas y a veces
también son vosotros míos quien los insuflan.
Voz del fondo:
Se alejan por ese
océano de piedras hasta perder de vista la cabaña y la mano alzada de la dama.
Por un momento la madre mira atrás y se queda pensativa con las palabras de
ella pero ha de continuar. El astro rey se entorna con toda su viveza, con toda
su energía. Algunas nubes parecen que quieren atraparlo pero no lo logran.
Caminan el niño y la madre por esa senda que le van marcando cada rostro dejado
atrás. Pasan los días y las noches y todo parece en calma.
El niño:
Mira allá
madre. Se ve verde.
La madre:
Parece un
pequeño bosque hijo. Vamos. Tenemos que llegar a el para recoger de su frescor
después de tantos días en la nada. Vamos
la naturaleza nos acoge con su exhuberancia.
Voz del fondo:
Se introducen en aquel majestuoso boscaje.
Un boscaje que atrae pajarillos que trinan al compás que pequeños arroyuelos
surcan bajo sus pies. La bondad del lugar los asombra. Nunca habían visto algo
así. Algo difícil de interpretar para dos almas que vienen de tierras comidas
por el vacío de vegetación. Directamente
beben de esa agua pura, límpida. Alguien observa sus movimientos y se acerca.
El divino:
Buenas tardes madre e hijo ¿Qué hacéis en la
ruta del norte?
La madre:
Buenas señor.
Vamos en busca de la paz.
El divino:
La paz es el ascenso del alma a vuestra
consciente.
La madre:
Vamos en busca
de un techo de donde guarecer nuestras carencias.
El divino:
El techo es
servidumbre de los corazones nobles y el esfuerzo de tus manos con otras manos.
La madre:
Comida. Agua.
Vamos en busca de no ser destruido por ellos.
El divino:
Agua. Agua que viene y que va.
La madre:
Vamos en busca
de donde abrigarnos de tanta escasez.
El divino:
Acaso, ¿ no
tenéis manos para tejer ese abrigo que os dará la felicidad.?
La madre:
Tenemos que seguir. Si seguir la ruta del
norte.
El divino:
Os entiendo.
Pero antes pasar algunos soles en este lugar. La paz que aquí existe os ayudará
a conseguir vuestro propósito.
La madre:
Me siento en paz. No siento el remorder de mi
conciencia.
El divino:
¿De donde
sois? Acaso, ese desierto no os ha acogido bien.
La madre:
Si señor.
El divino:
Pues ahí
tenéis vuestro techo. Esos amigos que habéis encontrado en vuestra trayectoria
Hay que ser realista. Algunos que han huido han tenido suerte pero la mayoría
no. Presos en tierras extrañas. Aquí la libertad.
La madre:
Le entiendo.
Pero mi aldea se pudre y con ello se lleva las almas.
El divino:
¡Se pudre¡ Hay que trabajar, trabajar para
que generaciones venideras vean vuestro pueblo como un lugar placentero. Tus
manos, que bellas manos mujer. Con ella podéis edificar esa cueva que os acoja
cuando el frío azote.
Voz del fondo:
Pasan los
soles. Y con ellos el niño y la madre tienen que partir.
El divino:
Hoy es el
adiós. Os vais. Me quedaré solo con mis consejos. Así es la vida. Pero recordar
que aquí seguiré.
El hijo:
Por qué no nos
quedamos un poco más madre?
La madre:
No hijo. Debemos seguir nuestra ruta. Ellos ya
tienen su vida, sus costumbres, sus razones. Pero nosotros tenemos que
encontrar la nuestra. ¡El norte¡ ¡El norte¡
Voz del fondo:
Y se van. Se
van. Se alejan de esa naturaleza viva de color hacia sus destinos. La noche
llega y con ella el rumiar de las bolas brillantes les dice que han de parar,
que han descansar hasta que el alba les anuncie una nueva ilusión en ese vagar
al norte.
La madre:
Hijo. Hace
muchos años se perdió en una brutal tempestad de la guerra. Desolado,
desorientado corría despavorido por las calles de su ciudad. Calles que no era
más que ruinas por las espumas negra de la pólvora. Se alejo tanto que llego al
desierto donde la nada solo eco de los estallidos de su pueblo. El niño ya
fatigado se sentó en una roca que por casualidad había visto en su huída.
Escuchó entonces una voz.” ¿Quién eres? ¿Dónde estás?, pregunto el niño. Soy
yo, el alma inquieta. No tengas miedo. Solo he venido para desquitarte de tus
penas, de tu fatiga, dijo aquella voz. Pero ¿Dónde estás?, preguntó el niño.
Bajo tu cuerpo, contesto aquella voz”. Entonces el niño se levanto y observo
que en la arena había una especie de agujero. De ahí surgió un anciano y una
anciana. “ Vamos pequeño ven con nosotros, dijeron al unísono. “ El niño que
casi ya no tenía fuerzas descendió junto a los ancianos. Ahí encontró la
felicidad que se le había robado.
Voz del fondo:
Esbozan la sonrisa
del despertar. Una sonrisa que los llena de esperanza en el acontecer de un
nuevo día. La calma ha reinado toda la noche. Madre e hijo se sienten con
fuerzas, con fuerzas de continuar ¿Cuándo verán el mar? Ese océano tan deseado
para ellos. Ello les da una gran valentía. Recogen sus cosas y un encuentro les
espera ¿Quién será? ¿Quién será?
El nómada:
Hola Mujer
valerosa que pisa esta tierra azotada por las inclemencia de los dioses.
La madre:
Buenas buen
hombre.
El nómada:
Que hace una
mujer tan bella por estos lugares ¿A dónde vas? Me lo imagino
La madre:
Vamos al norte.
El nómada:
Si, ya lo se. Todos
queremos un norte. Un norte donde nos ayude a desalojarnos de tanta muerte, de
tanta injusticia.
La madre:
¿Por qué me
miras así?
El nómada:
Por qué te
esperaba. Sí, tal vez no comprendas mis palabras. Pero tus ojos me dicen de lo
bonito que es tu corazón. Una lluvia de estelas que me deja encantado. Si,
parece que la quiero, que me he enamorado en el cráter del infierno que es esta
tierra. Me gusta usted.
La madre:
Oh, sus
palabras. Nos acabamos de encontrar en medio de esta tierra donde solo hay sol
y piedra y usted me dice que quiere ¿Qué ves? ¿Qué ves en mi ¿
El nómada:
La belleza de
ser mujer. La belleza de esas olas que llegaran y nos acogerán en el abrazo.
Voz del fondo:
Y se aman. Se
enamoran. Se quieren. Son hijos del desierto, transeúntes de un clima abstracto
donde todo tiene cabida. Hasta el amor, ese amor que crece a medida que el
tiempo pasa en la caricia sutil de dos almas que aspiran a ser arco iris de la
libertad. Esa libertad exenta de enfermedades y precariedades. Pero ella y el
hijo tienen que seguir. Ya ha amanecido. ¡Despertad¡ ¡Elevad vuestros cuerpos a
la continuidad de los días¡
La madre:
Que acogedora
han sido tus manos. Pero ahora debemos irnos. Si, marcharnos en busca de nuevas
tierras. No quiero más lamentos
El nómada:
Eso es el
ayer. Pero ahora estás conmigo mujer. No te vayas.
Voz del fondo:
Los amantes. El niño. El sol calla una masa de
nubes lo bloquea. Un día gris. Un día de despedida. Ella no se lo esperaba.
Pero de sus ojos laten salinas gotas que la callan. Se van. Ya queda poco. Casi
nada. El mar está ahí, ante ellos y la impresión que le da ese océano olivino
es grandiosa. Llegan al pueblo pesquero.
Todos los ojos que recorren sus callejuelas los miran, saben a que han venido.
Agachan la cabeza como si la indiferencia fuera una alerta, un mal presagio. La
madre pregunta y pregunta hasta que una voz le responde.
El pescador:
Está en la playa. Solo hallarás más
miseria, serás esclavas de un pueblo que no entiende el por qué de tu huída.
Allí también existe la pobreza, el hambre ¡Tened cuidado¡
El nómada:
No sea tan agrio señor. Mira, allí está el
barquero. El os llevará a esas costas de los milagros.
Voz del fondo:
El barquero.
La madre. El niño. El nómada. Se saludan. El barquero, hombre seco este de
mirada desconfiada, frío como el hielo. Los mira de reojo. De arriba a bajo. De
bajo arriba.
El barquero:
Solo tienes que darme el dinero y mañana
partiremos. Vais los tres.
La madre:
Solo el niño y
yo.
El barquero:
Bien. Mañana
seremos tierras nuevas donde lo agreste de esta no os desemboque en la miseria.
Voz del fondo:
Se despiden del barquero. El ni mira cuando se
van de aquella orilla solo cuenta el dinero. El niño, la madre y el nómada se
alejan de aquella playa espejo de la hermosura. El día es radiante envuelto en
camaleónicas siluetas que da sombra cuando la brisa suena. Preguntan donde
quedarse y les señalan una casa media derruida como lugar donde alojarse esa
noche. Esa noche última en que el nómada estará con su amor. La acompaña a
todas partes. En su presentimiento se deduce que hay algo que no está claro. No
se fía del barquero. Pero que hacer. En ese pueblo todos callan. Entran en esa casa destartalada. El olor a
humano es perceptibles. Todos hacinados. Todos esperando a que con la aurora el
barquero los lleve a su nuevo destino. El nómada cae en la pena, en el dolor.
La mira. Pero, ella, vertical y ausente se acurruca en una esquina también
pendiente del mañana...