jueves, agosto 23, 2007

El largo recorrido (relato)

EL LARGO CAMINO

Descubrió su cuerpo semidesnudo ante un espejo y tras de ella la brisa que la alzaba del paraíso de los sueños con el emergente haz de los rayos matutinos, esos que recrean el jolgorio rotativo de las aves en el despertar del alba. Ella las siente como parte de si misma, como hermanas en ese paisaje de las brumas que una urbe contaminada de gases y racistas las hace huir hasta esas ramas donde aun existe un grito de libertad, un atisbo de la esperanza. Hoy tenía que salir, salir de esas paredes donde se reflejaban todas sus vivencias concluidas en un nefasto desenlace. Todas sus relaciones, se acercaban y no se acercaban, ninguna concluía en esa llamada telefónica que sirve de lastre para la amistad, como si ella fuera algo ausente, algo que nadie podía acariciar con el dulce vals de la sonrisa franca. Se vistió meticulosamente, tal vez para que aquel realce de su superficie fuera sólo una imantación para rodearse de apasionantes amistades. ¡Amigos¡ sí, carecía de ellos porque tomaban a su ser como una mediocridad de la sociedad que podían manipular como quisieran, por su pobreza , por esa alerta de su carácter alejado de ser avispado ¡Su ingenuidad¡ Sí , era ingenua por cualquier sonrisa que le ofrecieran como rompen las olas contra las rocas ella donaba todo su corazón, un corazón inalado, siempre errante en esos desiertos donde la soledad la condenaban, donde la miseria la despechaba para salir hacía delante como el aire ¡El aire del arco iris ¡ Sin duda esa pasión envuelta de mirada en mirada para demostrar como era, aquello que se ciñe a sus profundidades.

Salió de su casa por esas calles donde su soterrado ser convergía con la hojarasca que caía de los árboles. ¡Sola¡ Con su alma intentando clarificar el por qué de ese destierro de su ser con un otoño envuelto en hojas agreste y un firmamento bosquejo de la llovizna venidera ¿Qué tenía su sangre? ¿Qué tenía su piel? Con la única respuestas de que ese rechazo mortal no era más por las espadas que habían surcado las lenguas siglo tras siglo, una etiqueta impuestas a todos los que rondaban su raza. Sin más, con el rubor de la ciudad, se hizo hueco en las palabras de la brisa, esa brisa que acariciaba su tez desposeyéndola de esa marea de lágrimas que desgastaba su juvenil tez ante la impactante marginación que había sufrido en las esferas que colindaba ¡Ella¡, sola con sus pensamientos melancólicos ante una sociedad divergente a su haz cálido y una utopía relevante de cómo sería el danzar de su vida si sobre su condición de pobreza y gitana no hubieran manchas tan falsas.
Buscaba trabajo, caminaba bajo la ciudad mientras a través de ella iban pasando escaparates y carteles. Rebuscaba en su bolso un papelillo con las indicaciones. La habían llamado por sorpresa sin ella esperarlo, una de esas fortuna que juega la ruleta de una sociedad. No se esperaba que de su teléfono sonara una voz tan agradable para citarla a una entrevista para trabajar en una oficina. Aunque, se hallaba desterrada, su ser navegaba por una nueva esperanza, una puerta abierta que se volcaba después de haber sufrido casi perennemente esa visita de la nada.
La ciudad era espejo otoñal y detrás de ella seguro que recaería un aguacero pero que ahora no era latido. Su caminar era apresurado, pero al mismo tiempo era invitada por una brisa de serenidad, sabía que las prisas no la conducirían a nada. Lo más que pesaba en su razonamiento ahora es ser puntual, llegar a esa hora exacta como firmeza de su seriedad y descontar que a ella le atisbaba algún problema. Quería estar arraigada como roble de los montes sesgados a la seguridad.
Llego a la parada del autobús. Pensó,”mejor he de coger un taxi” pero la certidumbre de su pobreza le azotó y se conformo en ser espera como tantos otros que se apilaban en la parada del autobús.
Ella creía y era cierto que la miraban de arribo abajo, que olisqueaban el color de su tez y de sus manos, ambos sobresalientes de su raza. Sin embargo, lo tomo sin importancia, la costumbre construye la indiferencia.
Ahora estaba en volandas sobre ese trabajo pero no quería que la ilusión fuera veraz vertiente que danzara en sus pensamientos ¡Muchos portazos¡ ¡Muchas palabras que se quedan en la nada ¡
Cuando el autobús llego se subió a el, por la hora que era, naciente de la mañana para la gente ir a sus trabajos o a la escuela ,estaba lleno , por lo que tuvo que hacerse hueco sin antes olvidarse de un previo permiso para no tambalearse en la duración del trayecto.
-¡Esa gitana¡- escucho entre sus carnes ¿Quién sería ¿ ¿Quién con el alma arraigada a palabras malignas pudo haber dirigido ese insulto? No se viró, siguió en su posición con tesón, con una impotencia desgarrando irremediablemente sus adentros, con una ansiedad súbita de bajarse de aquel vehículo de grandes dimensiones donde el sudor y el olor de cada uno de sus viajantes se introducían en ella.
¡Esa gitana¡ casi al final del viaje esa palabra de nuevo retumbaba en sus sentimientos, pero ahora no era porque algún despiadado la hubiera dicho, era porque su ser se sentía herido, indefenso ante tales puñaladas de la sociedad ¡ No entendía la mala sangre que podía tener algunos seres humanos ¡ ¡No entendía como otros podían proyectar ideales construidos o bajo un manto hipnotizante de rechazo creado por otros ¡ No poseían personalidad. Ese odio por el origen de tu piel, de tu país, de tu cultura, por ser nada más que distinto. Sólo podía ser engendrados por seres con una insalubre inteligencia, seres, cuya vulgaridad desenterraba cada haz de sus fracasos en sus negativas palabras cuando abusaban de otros ¡Sí de otros ¡ Con el vomito despectivo a cada ser humano que se cruzaba por su vereda y no danzaba la misma línea que ellos ¡Mentes obtusas ¡ ¡Mentes clausuradas bajo murallas de ortigas ¡, inactivas para abrirse a la vida .
El autobús llego a esa parada donde tenía que apearse. Descendió con una sonrisa temblorosa por ese temor inducido por otros ¡ Si, sentía temor ¡ A cada mirada, a cada ser. Tenía que hacer una especie de reverencia por miedo a que le escupieran. “¡Bajar tanto.....”, se decía para ella misma “.... para ser aceptada tal como era pero sin llegar a defraudar a mis orígenes ¡¡Soy yo¡ ¡Soy yo¡”, murmuraba en su reconditez cuando ya era pisada de la acera en dirección a la entrevista. “¡Soy como soy ¡ No hago daño a nadie. Ni lo haré ¿¡Por qué a mi ¡? ¿Por qué a mi entonces me clavan esas palabras rebozadas de punzones?”
Se queda en el silencio. Por la ciudad hay una multitud de viandantes y busca lo que la diferencia ¡La personalidad¡ es el único hueco de luz que llega a su interrogante: es el arte que engendramos de nuestros sueños, es aquella marea profunda que nos caracteriza. ¡Todos somos diferentes ¡ pero nos cerca un mismo círculo que para unos ha de ser de manera estática, con la misma monotonía.
Llega al lugar de la entrevista, es un edificio gris entre otros edificios. Frente se alza un exuberante parque, tal vez ella pasee por allí un rato después de acabar. Busca las señas correctas. Toca un timbre y una voz femenina le da paso, el paso a través de esa puerta de hierro. “¿Será una puerta a la esperanza?”, se pregunta. Ante ella se presenta un ascensor y en un lado una angosta escalera. Cae en la duda, si usar aquella máquina que por unos segundos dará rienda suelta a sus nervios o, paso a paso, dejar escalones atrás para que le agolpe un minúsculo cansancio, calma a su certidumbre. Decide subir por la escalera hasta llegar a esa siguiente puerta en la que posa su mano.
Da un toque y con el la puerta se abre sola, no se halla maniatada por un cerrojo. En un momento cae en la duda, pero se afirma y entra. Ante ella se encuentra un estrecho pasillo que sigue hasta llegar a un habitáculo done cinco personas trabajan laboriosamente en sus respectivos ordenadores. Nadie saluda, parecen autómatas. No sabe a quien dirigirse pero sin más es valiente y se acerca al más próximo. Un muchacho entrado en la treintena, perfilado por un pelo cano y una mirada neutral al encontrarse cara a cara con ella.
-Buenos días ¿Qué desea señorita?- le pregunta el cortésmente.
- Buenos días. He venido porque me han llamado para una entrevista de trabajo– contesta ella tímidamente. Se mentaliza en la creencia que ha hablado demasiado rápido por lo que intenta persuadir esa preocupación de su interior.
- Si. Tiene que ir a la puerta que se encuentra en este mismo pasillo a su derecha– le responde el sonriente continuando con su labor.
¡Una sonrisa ¡ ¿Qué es una sonrisa? Es una flor que escapa de las llamas después de tantas tapias a su ser. Insta un hasta luego y se va hacia donde la han enviado. Entra, ante ella se presenta un grupo de mujeres, todas ellas sentadas sobre sillones negros simulando a piel. Todas ellas distraídas en sus pensamientos e ignorantes de su existencia. Se sienta con la duda merodeándola. Algunas de sus competidoras están fumando; otras, aisladas en ese mundo de los libros; otras, no más que vacío ante todo: enterradas en el serpenteante cavilar.
Ella opta por la lectura, desea dar una buena imagen además de prohibir el acceso de ese agobio en el paso de las horas de espera.
¿Por qué ninguna hablará? ¿Por qué se destierran y marginan entre ellas sus miradas? Ella desea conversar. Hace tiempo que sus palabras son vasta alas desamparadas ante la calidez de una conversación. Pero no, no puede ser, ahora no, todas son mutismo brotado por los nervios, por esa competencia tan feroz.
Se siente ahogada, esa sala y ventanas eclipsadas sin dejar huella de la brisa de las primeras horas de la mañana, ese humo de estatuas en forma de círculos que impregna ese lugar cerrado acompasado por cada perfume de cada una de ellas. Disimula. Desearía decir “ Por favor, podéis apagar el cigarro “ Pero no , es compresiva, sabe que a cada una de ellas se encuentra acosada por un temblor ante la cuerda floja que se le aproxima, sabe que cada una de ellas ya está en desequilibrio con lo que la realidad que se palpa en esa habitación. Están ciegas, conjuradas por esa entrevista “¿Seré yo la elegida ¿”.
Los minutos pasan, pasan como si fueran largas millas que tuviera que recorrer y la desesperación y la monotonía de un paisaje yermo no da a su fin. Intenta aferrarse a su libro pero en ella surgen imágenes, imágenes de una infancia. Algunas parecen fugaces; otras, triviales; otras, transparentes, pero todas ellas acentuadas por el don de la sonrisa, por el don de la tristeza.
Recordaba esa época de su pequeñez, durante esos días estivales, donde toda la familia concurría a la playa cuando sabían que la mar que reinaba era bajamar y el buen tiempo era ventura.
Allí jugaba, corría, saltaba, se daba chapuzones siempre con esa rehuída de las olas pues le tenía pavor. Le gustaba sentir el océano. Sólo relámpagos y truenos caían cuando se acercaba a otros niños, normal a esas edades tempranas: la imantación de sus iguales y el no tener aun configurado en su mente que el racismo existe ¡Como no¡, esos renacuajos en la flor de lo innato, en volandas con sus travesuras sanas, rodeados de ese deseo denso de conocer y relacionarse. Pero en ese juego con otros niños hubo un eterno hachazo, no por parte de ellos: almas inocentes, sino de sus mayores. Ellos desataban esa fuerza que los empujaba a compartir sus juegos como iguales, los mayores con disimulo los separaba, tan atroz que ella en sus primeras vivencias no se daba cuenta, sólo después, con el paso de los años. Sólo en su mente de aquella época perseveraba las palabras de sus padres “No te mezcle con extraños “.
Ahora entendía por que lo hacían: huir de otros niños de su misma edad para que el daño y el dolor no fuera fogonazo y, más, en esas edades cuando uno es siempre horizonte de la aurora, siempre con gigantescas energías cuando aun estamos desarrollando y aprendiendo de la vida.
Cierra sus ojos y respira hondo: tres inspiraciones para que su mente, su alma y su cuerpo se sientan sosegados. La sala parece que se vacía, ya algunas de sus contrincantes como se podría decir han desaparecido bajo esa entrevista ¿Qué les habrá preguntado ¿ ¿Qué impresión tendrían de ellas ¿ ¿Podría ella superar a cada una de ellas? No quería mortificarse ni angustiarse con esos interrogantes. Aunque sabía que su autoestima está algo deteriorada.
De repente oye como especie de unos chasquidos lo que hace que sus obsidianas se pierdan en la ventana ¡Graniza¡ ¡Quien lo iba a decir¡ Aunque es normal cuando el violáceo otoñal brota con esas someras nubes cenizas ¡Le gusta¡ Sí, la deleita esa colonización de la naturaleza ¡La naturaleza¡ Eviterna jovialidad ,maravillosa veracidad y súbito salvajismo .
La sala se vacía, sólo queda ella, lo que le da una cierta combinación de respiro y tensión ¡Es la siguiente¡ El silencio del calor humano la amordaza como una especie de trampa que la retrae a esos submundos de su interior . Ve oscuridad pero imperiosamente la intenta anegar. Desea apartarse del pesimismo ¡Quiere vencer¡
Llaman a la puerta, es su turno. Callada y lentamente sigue a esa mujer que la guía hasta un despacho. La invita a sentarse. La mujer con quien va tener la entrevista también se sienta y antes de dirigirle alguna palabra mira sus papeles.
- Buenos días. Yo soy Elis – se presenta con una sonrisa peculiar: agradable con el atractivo de sus llamaradas extensas en un interior difícil de descifrar.
- Buenos días – responde ella cohibida.
Y así comienza una larga entrevista. Una entrevista en que los temas tratados no pisan en que va a trabajar. Solo quiere conocer su carácter y por ello no habla no más que de normas y como al jefe le gustan que hagan las cosas. Termina. Le dice, “Ya te llamarán. “
¡Ya la llamarán¡ Cuantas veces había oído la misma promesa que después se va deteriorando en su esperanza con el paso de las semanas, con el paso de los meses. Desierto donde se intenta cada jornada hacer un último esfuerzo para ser hallazgo de un oasis, pero nada, sólo arena, sólo puertas cerradas.
Se va , se va algo cabizbaja , sumisa en desposeer esa ilusión de ser la elegida ¡ Son muchas¡ ¡Se fijaran en su raza¡ Es cuestión inevitable que la embota, que le da pobreza a un canto de la vida. Sin más a medida que desciende por la escalera como despedida de aquel lugar en su memoria rescata aquel parque que vio antes de entrar. “¡Si¡ daré un paseo antes de volver a casa”, se dice para ella misma.
Se inunda de la espesura de la vegetación y arboleda del parque. Camina obsoleta, meditabunda por esos caminos donde miles de personas han pisado. Se halla consigo misma, un interrogante la asalta “¿No se dan cuenta que en la huella nos acariciamos? ¿Qué tomamos palmo a palmo los mismos pasos?” Esta cuestión queda quebrada, no sabe hallar la solución “Tal vez, no se hallan dado cuenta. Mejor, mejor, así puedo yo participar en algo de ellos, de esos que me anegan. Aunque la verdad, ¿para que compartir su misma huella?”
El frío azota por lo que decide desaparecer de ese minúsculo paraíso, decide retornar a casa donde su estufa será atemperar de sus huesos y algún libro impermeable de la soledad la espera.
Camino a su hogar pasa ante una cafetería, de esas talladas a la antigua y con mirada al mar. “¿Por qué no tomar un café?”, por lo que decide entrar en sus adentros. Entra y se sienta, mientras espera a que la atiendan ojea un periódico que había sobre la mesa. El murmullo de la gente es incesante, pero ella desconecta con todos ellos, se deja imantar por los titulares y las pequeñas noticias que lo recorre impregnándose así de todo aquello que transcurre cotidianamente. Cuando la camarera ya se encuentra ante ella le pide un café, un café bastante cargado para agilizar su ánimo.
En la espera, en ese instante hasta que le traigan lo pedido, levanta sus llamaradas oscuras ¡Alguna mirada¡, algún ser con quien liar la palabra: fragancia del aliento que pasa atrás de la mirada .Pero ¿Cómo ¿ ¿La rechazarían? No estaría mal intentarlo de nuevo ¡Sí, ¡ una y otra vez, sin que la condena del cansancio la deprimiera y la privará de alzar una oportunidad ¡No se atreve ¡ El rechazo son cerraduras que agrietaría más y más su personalidad, sería como danzar sobre cristales de arena ,danzar con la nada a ver si tiene fortuna con algún pétalo de piel de luna, luna donde sus desilusiones serían apagones tragados por el olvido.
Le sirven el café y con el le dan la cuenta. Paga y sus labios es delicia de ese líquido negruzco que suelta una humareda como extracto de su grato sabor. Sorbe lento, despacio mientras sus ojos son capturados por los ventanales de esa cafetería. Su transparencia la yerta hacia un horizonte salvaje. Sólo una bóveda plomiza y un mar con acentuado azul marino es pulso. Navega ahora sobre la muerte y el amor.
La muerte de un hermano suyo en un otoño ya estancado por el paso del tiempo, cuando su fluir por la vida era río lozano. Muerto por clavos ardientes de rechazo a su raza y después tirado a la mar para que su cuerpo fuera anónimo en aquellos quien los buscaban por el amor que le tenían ¡La muerte¡, aullido telúrico por esos desfiladeros de púas donde aun su memoria no lo concilia y piensa en un ojala. “¡Ojala exista¡ ¡? A lo mejor vive todavía? ¡” Todavía, cuando los años son estaca que la carcomen muy gravemente con su imagen. Esa imagen de su pulida piel y candiles risueños que la azuzan. Ella desearía acariciar su fino cabello azabache, pero no puede, se somete al océano y con la imaginación que se despliega en ella misma lo roza, como si se tratara de él ,¡como si se tratara de él¡ Ya ido, incinerado en los campos de la mortandad con la levedad de su gravitar por sus sentimientos. Alguna lágrima cae por el abismo de su faz. Se siente palidecer y se da cuenta que se halla en un sitio con un mogollón de personas, que vienen, que van, que como ella son sorbo a sorbo de un café o cualquier otra cosa.
“¿Por qué es tan injusto el mundo ¿”, piensa ella. “¡Por qué nos destruye disipando a lo que amamos¡ “ Entonces se somete a una idea por allá , por el mundo de los muertos , “A lo mejor es parte de otra vida ¡Nueva vida¡ Donde los deseos y los sueños se convierten en realidad y el descanso es parte de su rutina” Se afinca a este pensamiento: su hermano se encuentra bien tras rebasar esa muralla entre este mundo y el que se halla bajo tierra. Ahora desea obstaculizar ese recuerdo, se encuentra más calmada, por lo que es viraje de nuevo hacia la realidad que cerca con su mirada fija a un océano pacífico donde los fenecidos del ayer ya se han ido y las gentes que entra y salen de la cafetería se quedan .
Saca un pañuelo blanco de su bolso para secar esas lágrimas de hiel que la invaden e intenta de nuevo beber un poco más de ese café. Parece que se atraganta por todo lo que le ha silbado los recuerdos y por lo frío que se halla ese líquido. Frío como su cuerpo al no sentir la calidez de otro cuerpo ¡Otro cuerpo¡ Esta palabra la reduce otra vez en su cavilar ¡Hace tiempo ¡ por no decir nunca, su piel no siente la sedosa y prodigiosa acaricia de un igual.
¡El amor¡ Es entraña de su pensamiento ahora. Sólo un vago y vasto recuerdo traspasa su corazón, pero hay otro, más terrorífico: el de servir de utensilio por su carácter apocado y el pavor bajo unas manos de aguijones que ambulan por nuestra ingenuidad.
Fue ya hace muchos años. No recuerda bien la fecha exacta. La habían contratado de limpiadora por medio de una empresa que se dedicaba a ello. Tenía que ir a trabajar día a día en unos grandes almacenes antes de su abertura al público, es decir, en esas horas donde la aurora es alinear con el trepar del sol. Retrete por retrete tenía que ir aseando, lo cierto que muchos con mierda constante y un hedor que la obligaba a vomitar cuando llegaba a casa. Por lo que muchas a veces usaba esas mascaras similares a nivel sanitario. La gente es indiferente a los que tenemos que estar limpiando su porquería, se decía. Pero ello no era su mayor preocupación en aquellas fechas. Había como especie de un dolor o un pequeño traumatismo causado por uno de sus superiores. Uno de ellos, amablemente, tras acabar el horario de trabajo la invitaba a llevarla hasta su casa. A ella le parecía aquello muy cortes por su parte y también porque no muy cómodo, así no tenía que hacer esa larga espera para coger el autobús. Ella aceptaba sin saber que tenía que someterse a las garras de un telúrico y tétrico ser.
Siempre, cuando en su auto iban a medio camino hasta su casa sus manos sudorosas y frías rozaban su muslo ,¡como si nada, ¡ como si él tuviera todo el derecho del mundo en ejercer dominio sobre ella. Tocaba su piel y ella intentaba apartarlas. No podía. Su acoso era duro y cruel, sin pararse a pensar cuales eras sus deseos.
“¿Qué deseo yo?”, se preguntaba a si misma “¿Deseo acaso que tú me toques? Siempre ante ello se sentía cohibida, con un miedo extenso a que por su negativa le dieran una coz en el trabajo. Su boca podría decirse que era asquerosa, con esos dientes manchados, con ese eco repugnante de la palabras groseras como si ella fuera un objeto de usar y tirar ¡Sí¡, un utensilio sin derecho a los sentimientos, sin derecho a opinar, sin opciones para elegir :¡no¡ , no me gusta esto. Se sentía lisiada, preguntándose una y otra vez “¿ Por qué me ha tomado mi este ser ¿” Pero el agresor como ruta de su mente cerrada es producto de egoísmo e insensibilidad sólo piensa que intimidándola ella es sirena de sus redes malolientes, que su voz no será grito .
“¡El grito, ¡ todas deseamos escalar a el pero a veces es imposible, existen ataduras que nos hace cobarde por eso del que dirán o porque no nos escuchan , pero hay que ser huracán y arrasar con todo los que nos lesiona. Somos débiles cuando nos oprimen. El pánico y el terror son su causa. Pero, hay que saltar. Si, saltar e incapacitar todo aquello que nos hiela en una honda herida”
Mientras esto vagaba por sus pensamientos le parecía que el océano era más azul ¿Por qué será? Son esas horas que caen como pétalos para dar bienvenida al mediodía.
Ya nada quedaba de su café, sólo esos pozos que según algunas creencias son llamada de la buenaventura o llamada indomable de las tormentas.
Ahora el sol se hallaba aletargado entre las nubes, pero deseando se filigranas de las calles, de las aceras, de los parques, de los personajes que conformaban la ciudad. Ahora la cafetería había dado un giro, quien la alberga son hombres y mujeres más mansos, buscando alguna exquisita comida como tributo al almuerzo. Pero ella no, prefiere comer en casa. Se levanta, dejando sus recuerdos al cruzar esa puerta que la lleva de nuevo a la calle. El día parece ahora más afable, ese astro rey que va dando sus pasos hasta el punto más alto con el ofuscar de la brisa helada. Decide ir caminando, así se convierte en vivencia de esa urbe: atascos, pitas, semáforos, escaparates con variopintos ropajes donde la novedad de lo venidero es su acento, viandantes, basureros , mendigos , bares y más bares. Cada cosa en las eras de sus particularidades. Sólo le molestaba un cierto bagaje de la polución ¡La polución¡ ,que baja sus hogueras porque estamos en esa estación de las áureas hojas que crujen al ser pisada en comparación de la estación estival .
Andaba con calma ¿Para que tener prisas? En su casa nadie la esperaba, sólo el frío de no sentir calidez de un cuerpo durante horas.
Por la hora que era casi todo había cerrado, a no ser de algún lugar de puertas abiertas desde el nacimiento pertinaz de la claridad hasta el ocaso. Se sentía estimulada para entrar en uno de esos lugares, en una sala de arte, una sala donde se exponía un arte nuevo y vanguardista para enriquecerse interiormente. Una sala donde el silencio y el blanco puro de sus paredes con unas motas de espléndida iluminación le inducían paz.
Despacio fue introduciéndose en cada uno de los cuadros, en cada gama que lucía, rebuscando su significado, rebuscando con asombro esos recursos que poseen otros para cultivar su obra ¡Desearía encontrárselo¡ Hablar con él o con ella, pues la firma no designaba de si trataba de hombre o mujer. Sólo, había restos de su ser misterioso, un laberinto enigmático que recorrer en cada uno de los lienzos “¿Cómo sería?”, se indagaba para si misma. Según iba pasando cada cuadro intuía que tenía que ser una persona donde prima la armonía acoplada a esa sincronización de los colores.
¡Los colores¡ ¿Qué expresa cada uno de ellos? Seguro que ese estado de ánimo según pasan las horas: más energéticos, más entusiastas, más nerviosos, más melancólicos. Pero para ella aquella pintura era lucidez de pacifismo, de originalidad, de alguien que ha sabido ser un componente más de la sociedad perseverando toda su personalidad.
Y tuvo suerte ¡Si suerte¡, como ola que estalla ante su pisada; como imán de su conciencia que logra atraer aquello que sueña hasta sus pupilas .
Alguien toco su hombro como seda que te cubre en el calor de su mano, alguien cuyo aroma no era masculino ni femenino pues no insuflaba nada hasta ella. Sólo supo de su sexo cuando su voz se alzo.
- Disculpe señorita- sintió detrás de su espalda pero, ella, se encontraba ensimismada en la pintura que atravesaba su mirada, su alma. No quería girarse, pero al final la armonía de esa voz que trotaba tras de ella la hace volverse y ser rostro de rostro de esa voz.
- ¿Si?-dijo ella aun obsoleta en ese mundo de los trazos y el color.
- Es que vamos a cerrar.
- ¡Oh , perdone¡ No sabía que este lugar tuviera horarios. Este cuadro me había hipnotizado–de igual timidez que eran sus palabras su tez también lo reflejaba con un sonrojar nítido al verse en esa situación.
- ¿Te gustan?- le pregunto aquella mujer.
- Si, me gustan.
- Muchas gracias. Yo soy la creadora de estas curiosidades que a usted tanto le deleitan.
- ¡Ah, es usted¡¡Qué sorpresa¡ Encantada de conocerla.
- Encantada a usted- contesto la pintora, esa mujer de tez pálida y ojos oscuros cual la adornaba una densa cabellera rubia.
- Perdone, perdone. No quería molestarla –no sabía como disculparse, su timidez se hallaba exaltada. Ahora tenía ante ella a quien hace unos momentos quería conocer pero no sabía como actuar ¿Qué decir? Que decir cuando los sueños son esa vía láctea que encuentra su final.
- No tiene que pedir perdón. Yo no poseo prisa– entono la pintora con la calidez de una sonrisa-¿Nos vamos? Puedes pasar por aquí por la tarde u otro día si quiere.
Ella estaba como una flor inanimada, sin saber sobre que viento ser mecida: si con el adiós o tal vez impulsar alguna pregunta sobre esos cuadros que había visto ¡Qué leña quemar¡ para que salte la chispa de alguna cuestión y se prolongará ese hermoso momento. Deseaba conversar y como no, con una artista. Ella en su más recóndito hemisferio le hubiera gustado ser como ella: ¡libre¡, representar con sus manos ese universo que se guarda en sus profundidades ¿Por qué no atreverse? , a lo mejor entablaba una amistad ¡Sí¡, una amistad. Ella senda de esos que desaparecen sin el abrigo del amigo destilando suavemente por su vida. “Quizás sea precipitado pero, no estaría mal en arriesgarse”, pensaba ella ¡El riesgo¡, correr esa aventura por muy pequeña que sea y sentir estremecer por un instante el cimbrar de las entrañas.
- ¿Es usted la que cierra?-pregunto ella con esa máscara que tras ella figuraba un alargamiento de sus palabras con la pintora.
- Si, yo soy la encargada. Al menos por las mañanas. Ya por las tardes no estoy aquí –respondió la pintora con un reflejo de la armonía que cabalgaba en su faz; reflejo que se sentía en el aunar de sus manos como delicadas y deliciosas fragilidad de unas alas.
- ¿Cuánto vale un cuadro?-preguntó ella en ese laberinto donde no sabes que decir pero imantada por la tonalidad de su voz.
- Pues, depende. Hay varios precios ¿Cuál te gusta?-dijo la pintora con una felicidad impecable: clarea del brillo de sus ojos.
- Me gusta....- la indecisión la hace vibrar en la confusión y sin más responde – Me gustan todos. Todos tienen algo de originalidad. Cada uno de ellos es algo singular, representa algo que yo no puedo descifrar pero, tal vez, usted....
- Por favor, deje de llamarme de usted-la pintora leía en sus candiles que ella no poseía ese poder adquisitivo para comprar una de sus obras, que sólo era un método para liar un diálogo: un diálogo benevolente que corto, rebuscando entre la hora y la disculpa – Vamos, vamos a comer.
- Ah si, comer – asintió ella
El flujo de una mirada a otra. El imprevisible impacto de palabras tiernas es manantial que supera todo rompeolas y culmina en un enternecimiento de sus interiores. Ella se siente extraña por ello, una sensación nunca pronunciada en sus sentimientos ¡Si ¡, se siente a gusto; sin ningún temor rondándola; sin ningún siroco rajando cada paso que da , tanto, que involuntariamente surge una invitación, una invitación motivada por la confianza que posee en esos momentos en ella misma y la fragancia que yerta esa pintura, esa pintora .
-Le invito a comer a mi casa – ella no quería creer que era capaz de danzar esas palabras, esas palabras de un ofrecimiento como llama iridiscente del ¿¡por qué no¡? Dejaba así, a un lado, su memoria, ese fragmento de sus recuerdos zumbando cuando en su niñez era estrepitoso vagar del rechazo por sus compañeras. Esa situación había sido un asedio traumático pero con la veracidad y la verticalidad de su carácter logro superarla en esos momento en que se instalaba una balada frente a ella de alguien indiferente a sus raíces ¡Por qué no intentarlo¡, nunca se sabe donde la oportunidad de las distintas rutas de la vida toma el mismo rumbo.
- ¡Ah su casa¡ No, no se moleste- contesto la pintora sonriendo.
- ¡No¡ No es molestia . Me parece usted muy interesante. Puede fiarse de mí.
¡Fiarse de mi ¡ es como ese convencimiento de que aun puede , de que aun algún ser humano puede libar con ella confianza como llovizna celeste sonando por las grutas de su soledad .
La pintora acepta y ella como olvido de ese arcén que ha sido donde todos botan la basura difuminando su vida surge de nuevo como ibis del paraíso. Ave que surca tierras remotas y el eco de nuevas arboledas la seduce.
La pintora cierra el recinto y toma su coche en dirección a la casa de ella. El silencio en el recorrido se mezcla entre ellas ¡Si , silencio¡ Ese silencio que crea un clima confidente ¿ Para qué tantas palabras? El magnetismo es creación de ese ambiente propicio para la formación de una amistad, es ese recurso que balancea las almas en un mismo epicentro. Son momentos que no hay que desaprovechar ¡El día a día¡
Y como cisnes son dos bajo un mismo techo, bajo la íntima fogata de unas paredes calladas y un candado que cierra el resoplido de lo que surca en el exterior. Y como cisnes se contemplan, son mezcla de sus cuerpos, son luceros de sus labios, son cumbre de sus manos. Y como cisnes, el amor las ampara cubiertas de esa ráfaga pertinaz de sus miradas, de sus pupilas como clímax de un instante eterno ¡Un instante eterno ¡ Después, sus cuerpos se distancian , un beso es ofrenda de los momentos bellos y la luna es visita colonizando cada rincón de la ciudad. En sus mentes existe una bahía donde se juran un amor perpetuo en un encuentro de sus bellezas. Saben que la noche se acaba y con ella y el vespertino trinar de las aves cada una tornará vuelo hacía lugares distintos pero con ese destino unificado por el apasionante rotar de sus cuerpos cuando el sol es centro de la jornada.
Ella quiere saber más de la vida de la pintora pero existe un silencio de mutuo acuerdo entre ellas : esos pasadizos del pasado no son boscaje espeso donde hay que perderse ¡ Qué más da¡ Exclusivamente les atañe el presente,¡el ahora¡ , esos espacios de horas paradisíacas que en su anonimato con la atmósfera externa las confina en un mismo pensamiento .
-Dime,¿qué discurre por tu mente? Estás tan callada-le pregunta la pintora suavemente. Ella la mira y después desvía su llamaradas para dar con la ventana, esa ventana que solo da apogeo a otros edificios.
- Nada. Será la felicidad –contesta ella
- ¡La felicidad¡
- Sí, la sonrisa que has brotado en mi pecho como amiga, como amante.
- Nunca me imaginé...-
- Porque callas. Sigue, me gusta tu voz. Sentir esa expresión que duerme dentro de ti. Sabes, anoche cuando las alas de los sueños se expandió sobre mi alma soñé contigo. Soñé que nos hallábamos en una llanura rodeada por murallas de donde brotaba hojas secas pero, nosotras, no hacíamos caso a ello, danzábamos en su centro sin importarnos ese disecar que nos oprimía en alejarnos de este amor –la pintora con el tintineo de su sueño la acariciaba, acariciaba la magnitud de su piel como si se tratase de un pétalo en la travesía de las águilas marinas, buscando esa sensación de complicidad.
- Nunca creí que me acostaría con alguien de mi mismo sexo. A veces no sabemos lo que la vida nos depara. Contesto ella con sus pupilas sobre las pupilas de la pintora, unas miradas cristalinas que quedaban ambulando por esas cumbres del unísono viaje donde se entremezclaban sus cuerpos, cuerpos seducidos por un mismo deseo: ser parte de ese abrigo que mana de sus alientos .
- ¡Ja , Ja¡. Me haces gracia. Recuerda, nunca digas jamás haré esto o nunca te gusta esto, sin antes haberlo comprobado ¡Sentir el frescor de una aventura y ser parte de su viento con la certeza de que todo saldrá bien ¡. Así me siento yo ahora.
Ambas ríen, ríen de la situación que se emana en esa habitación con la luz apagada bajo los efectos de la bienvenida plateada, con el trémulo crepúsculo que se lía entre sus labios, entre sus carnes.
– No, no. Yo nunca he pronunciado esas palabras. Ni me lo había interrogado, tal vez, porque estaba sumisa en esta vida donde ventoleras de traición atizaban mi espalda, mis ojos ¡Sí ¡ Mi vida, llena de fracasos , de rechazos y marginación . Ahora habrá uno más.
- ¡Uno mas¡- dice sorprendida la pintora -¿Lo dices por nuestra relación?
- Si. Muchos nos verán como seres extraños, seres de otros mundos que no tenemos derecho a nada. Sin entender, sin comprender que somos humanas y como cualquier humano obedecemos a nuestros sentimientos sin causar daño a nadie y a nada.
- No. No es así como tú piensas. La vida se ha burlado de ti un poco pero tienes que ser fuerte y pisar, pisar y dejar esa huella pacífica y afable que transcurre dentro de ti. Las barreras, opino yo, son la que impongamos nosotras, los demás que se traguen sus lenguas de espadas ¡La libertad¡
- Si, la libertad. Símbolo de nuestro crecimiento tan cordial, tan tierno. Legítimo colibrí surcando entre nuestras almas, nuestro cuerpo: apacible y sedoso.

martes, agosto 21, 2007

GREGOT(CUENTO)






GREGOT
CUENTO
Él, digamos, que era un niño ejemplar. Digamos, que era de esos niños pertenecientes a una sociedad que la agudeza mental maduraba antes de tiempo. Sí, madurar, aunque su cuerpo y sus ojos señalen un estado de niñez latente. El, se llamaba Gregot.
Gregot contaba con solo 10 años, 10 años en los que arrastraba un sin fin de vivencias. En el sitio en que vivía la edad no se miraba, eran ciegos a la niñez, al crecimiento como un niño verdadero. Donde residía era una extensa colina donde se hacinaban innumerables minúsculas casas. Tan pequeñas eran, que sólo conformaban una sola habitación donde convivían: 5 personas que podían ser hermanos y su perro; cinco personas que podían ser primos; cinco personas que podían ser la familia al completo; más de cinco personas que podían ser primos , abuelos , hermanos , padres y madres. Sólo hay que imaginar una chabola saturada de personas, con el sudor como aroma predominante, con la intimidad fuera de lugar, con la alegría para todos los rostros, con el llanto, porque no, corriendo a la misma vez por todos ellos. Era algo unificado, como si se tratase de una sola persona.
Gregot como todos los niños de su edad y criado en ese ambiente tenía que trabajar. Normal en un hogar donde su madre era atacada por los nervios y el padre no más que un borracho. Aunque el sueldo de Gregot era miserable él iba a trabajar con un gran orgullo: vender pañuelos cuando el semáforo estaba en rojo, limpiar zapatos en algún parque donde la asiduidad de las personas era abundante, ir de jornalero en esas tierras que los capataces necesitase mano de obra barata para el proliferar de sus cultivos. Lo cierto es que al terminar el día Gregot terminaba extasiado, con el blanco de sus ojos con rayones rojos, con su tez algo pálida sin ganas de decir palabra. A veces, mucha de las veces, se hallaba mortificado: el ambiente de su casa donde todo era desorden y gritos; el ambiente de su calle; el no poder hacer como otros chicos de su edad. Esos chicos que vivían alejados de la miseria, en sitios por donde sus aceras daban gusto pasear sin ningún hedor en el aire, donde las cortezas de sus casas como su interior gozaba de limpieza, orden, espacio y comodidades.
Gregot estaba afligido por esos hechos que rodeaban su vida, y más afligido se sentía porque los de su clase eran tratado como parásitos; como seres cuyo proyecto en la vida sólo era un mundo de oscuridades y necesidades. Esto lo llevaba en fijarse detenidamente en sus amigos, todos ellos enganchados a las drogas y al alcohol, todos ciegos por no tener otra opción en la vida, casi inválidos ya para adquirir un futuro próspero. La mayoría, seguro, que terminaría en la cárcel o durmiendo sobre un cartón y periódicos en la gran ciudad. Pero, Gregot no, fue de esos pocos que ante las condiciones en que vivía quería alejarse de ese mundo feo, aniquilante para la niñez. El, su mente, la había desviado del espacio que rodeaba y así pensaba: “Más halla existe la naturaleza, tan sola y tan hermosa; más allá existen otros niños, quizás, no tan solos pero con sus caminos han tenido más fortuna para no ahogarse como mis amigos en ese vacío eterno de la mendicidad sin que nadie los ampare. Yo como persona soy igual que los demás: los mismos brazos, las mismas piernas. Quizás, mi condición social sea mi cruz, pero yo esa mancha que recae sobre nosotros, sobre mi, podría aliviarla y porque no borrarla. Pienso que todo es cuestión de tiempo, un tiempo que no se ha de temer por lo duro que sea. Sólo hay que tener paciencia.”
Gregot, pensaba así, tan maduro, pero bien sabía que todo lo que pretendía era muy difícil ¿Y quien le había fomentado esas ideas ? Nada más y nada menos que su abuelo. A él ya no lo recordaba bien, hacía unos años, cuando sólo contaba con siete años, que se había ido. Se había esfumado porque quería evadirse de ese clima en el que vivía, con la excusa de querer empezar una nueva vida. El constantemente repetía: “Fuera de aquí hay un mundo mejor, un mundo lleno de oportunidades. La droga y el alcohol no te conduce a nada .” Gregot a cada día que pasaba recordaba esas palabras de su abuelo, cada vez que veía a sus amigos caer en un profundo letargo, sin ninguna aspiración, sin un salvavidas, como si fueran muertos en vida.
Un día de esos, cuando la humedad del otoño se introduce en los huesos, cuando el alba aun simpatizaba con las últimas estrellas del universo Gregot se levantó, cogió una mochila e introdujo en ella leves recuerdos: la foto de sus padres y la de su abuelo. Entonces, partió, sin pensamiento de volver más a ese lugar que lo llenaba de tanta apatía. No sabía a donde iba ni con que se encontraría pero no le importaba. “ Que más da “ pensaba él, su razonamiento estaba dirigido que de bien seguro algo mejor que su presente y su pasado hallaría. Como no, sentía un poco de miedo. Sí, temor. Sabía que su ida enfurecería a sus padres pues él era la base de su economía. Pero, al mismo tiempo, se afirmaba: “ Tengo que sobrevivir , esta vida me está acelerando la vejez y acabando con mi sonrisa. Además, ellos , me desprecian. Nunca me han ofrecido cariño. Sólo quieren lo que yo gano diariamente. Como decía mi abuelo: parecemos esclavos “. Y con ese firme pensamiento se fue. Descendió esa colina donde vivía y a medida que se iba alejando le encontraba una similitud con los panales de abejas. Se adentro en la ciudad, las calles aun andaban oscuras y desérticas como no queriendo despertar de un largo sueño, sólo, algunos automóviles expulsaba destellos con sus luces, sólo, las farolas parecían que tenían vida. Por ella vago horas y horas sin saber al principio donde dirigirse. La única pregunta que se reiteraba en su mente era “¿Dónde está mi abuelo ¿” El, no dejo señal alguna a donde se había ido ¿Dónde podía encontrarlo?
Gregot se sentía como perdido, sabía que hallar a su abuelo era una misión complicada, sabía que conseguir una vida más aceptable era muy duro y, más, en una ciudad donde todos parecían indiferentes a los otros.
Lo primero que se pregunto fue “ ¿Qué sabía hacer ¿” Su respuesta interior fue nada, no sabía hacer nada. Pero según recordaba de su abuelo todos estamos predispuestos en aprender algo. Si, eso es lo quería, aprender algo nuevo. Aprender cualquier cosa que le fuera de utilidad para alcanzar sus propósitos. Ni más ni menos que una vida mejor.
Los primeros días fueron terribles, vago sin rumbo, sin hallar nada, guareciéndose en algún sitio para que la humedad de la noche no le dañara. Se veía igual que sus compañeros, aquellos donde el vivió. Al final, tras mucho pensarlo, se centro en un mercado. Sabía que la gente como el tenía fama de ladronzuelos, pero él, fue valiente y se introdujo en el en esas horas donde la noche se deja aún entrever, cuando los que allí se afanan en trabajar están descargando para dejar bien bonito cada uno de los puestos para cuando se abriera. Iba con un poco de miedo, sobre todo por su indumentaria ¿Como lo tratarían? Al principio pensó pedir algo de comida: alguna fruta, algo de pan o cualquier otra cosa porque el hambre ya estaba haciendo añicos su estómago. Desde que salió de su casa no había comido nada. Luego lo pensó mejor, opto por pedir trabajo, de cualquier cosa con tal de no hacer la mendicidad. Le costo muchísimo por lo pequeño que era y la niñez e inocencia que representaba su rostro. Muchos de los vendedores sabían que allí con asiduidad pasaba la policía y, entonces, ¿que pasaría si veían a un menor trabajando?, lo más seguro que una multa y una bronca además de la mala fama .
De todos los puestos que habían sólo uno lo acepto; uno de carga y descarga donde nadie pudiera verlo. Era asombroso, como una persona tan pequeña tenía tanta fuerza. El sueldo que ganaba se lo gastaba en comida, no le daba para más, durmiendo siempre bajo el mismo techo: la luna. Pero se fue endureciendo cada día más y más. El bien sabía que se aprovechaban de él, por nada más ser lo que era, uno de esos niños nacidos entre escombros. Sabían que el no abría la boca, que no les provocaría un problema. Pero llego ese día donde el agotamiento y el hastío lo cercó, no avanzaba. Abandono el trabajo con una idea fija en su mente, esa que tenía posada cuando se marcho de su casa: buscar a su abuelo ¿Dónde estaría? , se preguntaba otra vez. Sabía que a él le gustaba la naturaleza, sentirse parte de ella como sus antepasados, pero, la selva era tan inmensa. Entonces, con la misma mochila y con los mismos objetos que se había llevado de su casa se fue despidiendo de la ciudad sin ningún presentimiento maligno de lo que pudiera ocurrirle, sin ninguna pena pues sólo le había dado sudor, sufrimiento y trabajo. Se dirigió hacia las afueras, donde las últimas casas se mezclan con el bosque y, de allí, más adentro, donde la selva hierve de majestuosidad.
Al principio no sabía como caminar, por donde seguir ¿Qué ruta escoger?, se preguntaba. Sin más dilación cogió el único camino que había. Un camino de piedras y tierra moldeado por el paso itinerante del hombre. Un camino donde en sus flancos se levantaba murallas de naturaleza viva. Decidido, se decía a si mismo, que caminaría hasta su termino y sólo pararía cuando los nocturnos no estuvieran capturados bajo el flujo luminoso de la luna. Tras largas horas de andar, aquello le pareció muy monótono: siempre el mismo paisaje aunque esa vegetación desprendía frescor y un aroma especial, como si se estuviera purificando. A veces la humedad lo exasperaba y más cuando una bandada de mosquitos lo azotaban sin escrúpulos. Sin embargo, el seguía. No sentía miedo, su corazón y su esperanza estaban en contacto mutuo con una sensación de energía positiva. No sólo eso, ahora estaba embarcado en la libertad, no tenía que hacer un esfuerzo superior a sus límites, no había nadie con la mirada insensible y neutral dándole órdenes.
La única idea que le asaltaba, que le mortificaba, era no saber donde se hallaba su abuelo. Sabía que él no le maltrataría, sólo, le hablaría con calidez y ternura. Sí, hablar. Hablar de las curiosidades del mundo, de la vida, de los seres humanos de una manera consciente y respetuosa sin forjar un grito en el aire.
A medida que caminaba, un caminar lento para no acabar con sus fuerzas y llegar a la meta que se había propuesto Gregot llegaba a sentirse desorientado y más cuando al lado algún que otro todoterreno o camión pasaba sin pararse a sus señales. Lo salpicaban de barro o con los charcos existentes en el sendero. Ello lo desconcertaba, le hacia caer en un pesimismo que rápidamente era machacado por el sabor de la naturaleza.
Pronto, sin casi darse el cuenta, sólo las sombras oscuras que iban coloreando el boscaje, vino la noche. Sentía cierto pavor por los ruidos extraños y extravagantes que de la selva se desprendía, pero, fue valentonándose. En ese apagón del día se desvió un poco del camino, buscando un buen lugar donde poder descansar. Sabía de depredadores en la zona como algún que otro tigre, por lo que opto subirse en un árbol. Un árbol que aunque estuviera incómodo se sintiera protegido. Le costo coger el sueño en esa primera noche. Acechaba todo lo que en su alrededor ocurría. A él le daba igual porque aunque estaba muy nervioso se hallaba ilusionado. De pronto, sintió cosquillas en su cara. No le dio mucha importancia, sin más pensando de que se trataba de una ramita le propinó un manotazo para que lo dejara en paz. Entonces, una voz como de dolor se escuchó.
- ¿Qué haces? ¿Por qué me pegas?
Gregot al oír esa voz se asusto un poco. ¿ De donde provenía?
-¿Quien anda ahí ?¿Donde estás?- dijo en voz alta
- Tonto. Estoy al lado tuyo. No ves que estaba acariciando tu mejilla - contestó la vocecilla
Gregot miró y miró todo su derredor, pero, no vio nada .
- No te veo ¿Donde estás?- Pregunto en un tono que al mismo tiempo era una pedida de perdón por el chillido que había dado.
- Estoy junto a ti. La ramita más pequeña que se encuentra donde tu estas acostado.
Gregot, ante esa repuesta, fue al principio algo incrédulo, no se lo podía creer ¡Una rama que hablara ¡
- Me engañas. Una rama no puede hablar. Vosotras sois cosas inanimadas. Vuestra vida no os lo permite.
- Y tú, te lo crees ¿ Por qué no podemos hablar? Hablamos entre nosotras, entre todo lo que conforma este bosque. Y tú , ahora, formas parte de el pequeñín.
-¿¡Yo formo parte de vosotros ¡?- contesto Gregot sorprendido.
- Si, Gregot.
-¿Como sabes mi nombre?
Gregot se sentía cada vez más y más extrañado.
- Lo sabemos todo. Y por tu perfil te pega mucho ese nombre -¿Por qué soy parte de vosotros?- dijo un poco asolado porque él no quería pasarse la vida allí. Iba buscando algo. Entonces empezó a imaginarse que se iba a transformar en un animal o en una planta por tener poder de hablar con aquella rama. Eso no lo quería.
-Si, es verdad- asintió la rama -No te apures Gregot . Perteneces a nosotros como algo que viene y se va, como el viento. Tu no vienes con esas manos de acero, ruido y humos devastando este lugar que habitamos ¿Acaso eres un tractor ¿ Sólo buscas o huyes de algo. Algo no muy lejano, aunque, todavía, se encuentre entre tus sueños. No te preocupes. Te lo explicaré mejor. No nos has maltratado. No tienes machetes en tus manos. No vienes con esas monstruosas excavadoras que arrasan con todo. No eres de esos que van talando todo lo que ve a su paso.
- Si, es verdad - asintió Gregot
- Dime Gregot, ¿qué haces aquí?
- Estoy buscando.
-¿Buscar? ¿Que deseas encontrar?
- A mi abuelo. A lo mejor tu lo has visto pasar por aquí.
-¿Pasar por aquí? Seguro y sobre todo si es igual que tu.
- Si . Es parecido a mí pero es más viejo. Es un anciano. Se fue de mi casa.
-¿Y cuando fue de eso Gregot?
- Pues hace unos años. Cuando yo contaba con cinco años.
-¡Qué barbaridad ¡ Cinco años. En cinco años han pasado muchos hombres. Gregot, lo siento pero no hago memoria de él. Te aconsejo que sigas caminando. Seguro que lo han tenido que ver y, quizás, hallan conversado con él .
-Y tú, ¿no podrías ayudar ¿
- Si y no. Yo no soy la más apropiada. Sólo me llegan rumores de lo que ocurre en este bosque. Como tú bien sabes los rumores no son de fiar. Pero se de quien te puede auxiliar, quien en su regazo por ser un muchacho pacífico y no maltratarnos te puede acoger.
-¿Quién? ¿Quien es?- pregunta Gregot desesperado.
- La luna Gregot. Para ello tendrás que aguardar cuando sea menguante. No necesitarás decirle nada porque ella observa a todo el mundo, sobretodo, a chicos como tu. Ahora, duerme tranquilo. Aquí no te pasará nada ¡No temas por los depredadores cuando mañana continúes tu camino ¡ Tu como chico noble de sentimientos nada te dañará.
Gregot lentamente se quedo dormido. Sus sueños se embarcaron por un mundo estelar donde la libertad y las aves eran apacibles encuentros con el océano y los montes. Un lugar donde las oportunidades sobrevolaban sobre aquellos que querían cambiar su vida . Cuando despertó, por un rayo de luz que incidía en sus párpados, se sentía más animado. Estaba sólo ¿Sería fantasía o realidad lo que ocurrió en el nocturno ¿ Se hallaba confundido. Si fue realidad era algo maravilloso, si fue un sueño también. Sin más descendió del árbol y de nuevo tomo el camino del día anterior.
Vagaba y vagaba sin decir palabra, ni el hambre le azotaba. Ahora, meticulosamente, se fijaba más en el paisaje que se iba rociando ante sus ojos. El correr de las nubes con sus figuras inanimadas que a veces formaban barcas de luz, la sombra de los árboles cuando el sol desplegaba sus rayos en distinta inclinación con el paso de las horas. No sabía cuanto había caminado pero a él le parecía mucho, le parecía un camino inacabable. Las horas pasaron y en este segundo día no avistó a nadie en su paso. Otra vez el ocaso que debido a la exuberante floresta no dejaba ver la caída del sol en el horizonte.
Se sentía abrigado ya que intuía que la selva, que la madre naturaleza, lo escuchaba, lo observaba. Todos pertenecemos a la misma tierra, todos somos polvo estelar y como tal regresamos a nuestra génesis. Como alas que le correteaban por su alma Gregot caminaba. Andar y andar hasta que ya el nocturno lo acogiera en su regazo ¡Y qué noche¡ La luna estaba radiante, con una plenitud de su cuerpo de luz que iluminaba todos sus pasos . Gregot dudaba. Dudaba si lo que le había ocurrido hasta ahora era fantasía o realidad. Miraba a la luna atentamente, concentrando su mente en una llamada de ella pero no conseguía respuesta. No quería dormir esa noche, se hallaba hipnotizado por el blancor que soplaba la luna. La miraba y la miraba procurando no perder esperanza alguna: alguna palabra, alguna seña que llevara a la ventura a su ser. Las horas pasaban y no se daba por vencido, caía en una desilusión como barco sin rumbo. De repente , la brisa comenzó a soplar más fuerte, tanto, que las ramas de los árboles y las hojas secas hacían una especie de música, una música que lo serenaba, que lo hacía andar y andar en la profundidad de la noche.
Y llego ese día, ese día cuándo la claridad es absorbida por la noche y la luna es menguante. Gregot la miraba. La miraba esperando una señal. Las horas pasaban y la brisa se hacía más tímida. Él no perdía todo sueño con querer hablar con la luna. Entonces se quedo como anonado cuando la luna le dio una especie de guiño ¿Cómo podía ser?, se preguntaba él, cosas que tomen rasgos humanos.
La luna le guiñaba, y de su redondez sobresalía una especie de brazo de luz que llego hasta su posición.
-Sube Gregot. Sube que tenemos que hablar.
Gregot, indeciso y, con precaución, acato su orden, una orden que era suave, una orden suculenta por la calidez de la voz de esa llamativa luna. Comenzó a subir por esa especie de pasarela hasta pisar la luna y ella le hablo de nuevo.
-Mira Gregot. Mira por ese telescopio que está ante ti.
Gregot dubitativo hizo lo que le dijo la luna. Comenzó a mirar por su lente.
-¿Qué ves Gregot?
-Calamidades , señora luna
-¡Sí¡ Desastres, pobrezas, abusos, guerras estúpidas en determinadas zonas del mundo o en la mayoría de los continentes.
-¿Qué opinas Gregot?
- Qué el ser humano es a veces cruel, inconsciente e incompresible.
- No todos somos crueles. Hay buenas personas que hacen lo posible por que esto acabe y hacen todo lo posible. Hay otras que quieren, pero no pueden. Pero, hay otras, que complican cosas. Qué no atiende a razonamientos elementales por que les han pinchado el cerebro viviendo bajo la ignorancia o tal vez, por que tienen pocos recursos. Algunos, mal repartidos o en manos impensables ¿Me entiendes Gregot?
- Si.
- Bueno Gregot. Ahora voy directo al grano. Ya se que buscas a tu abuelo. Ya se de ello. No te apures. Tu abuelo está bien. Dejemos las injusticias a un lado y vayamos aquellos que creen en el ser humano y que son seres humanos. Tomemos nuestras palabras entorno a los que creen en el ser humano. Por ejemplo, tu abuelo.
-¿Dónde está?
- Observa. Observa muy bien por el telescopio.
- Veo una especie de almacén y jóvenes como yo y también algo mayores a los alrededores ¡Si ¡ ¡Si¡ También veo a un anciano. Es mi abuelo ¡Mi abuelo¡
Gregot se estremecía, no se podría describir la enorme alegría que sentía. El y la luna se sonreían como si estuvieran haciéndose cosquillas.
-Si Gregot ¡Me satisface tanto verte feliz¡
- Pero, ¿qué hace ahí?
- Tu abuelo se dedica ayudar jóvenes como tú. A creado como una especie de colegio donde los chicos van a aprender. Después, se pueden ir si quieren. No sólo van a trabajar sino también toman las riendas de sus vidas.
Gregot se quedo como un poco triste al escuchar su explicación, se quedo como pensativo.
-Dime luna ¿Por qué no cuidó de mi ¿
-Ya sabía que ibas a pensar eso Gregot. No, no te pongas triste. A ti te tuvo que abandonar porque tus padres no le dejaron, ellos están perdidos, ciegos. Además, se fue sin nada, sólo, con unos viejos zapatos agujerados y una harapienta vestimenta para abrigarse algo del frío. Sufrió mucho, mucho hasta conseguir sus objetivos. El seguro que piensa con una gran lástima en ti ¡No pienses en el pasado¡
-Si. Olvidarme del pasado
-Ahora tienes una gran oportunidad ¡Volver con él¡
-¿Volver con él? ¿Me querrá todavía?
-Te espera Gregot. Tú eres todo su sueño. Todos los días piensa y llora por ti. Por ti a echo todo esto ¡Vete ¡ ¡Vete con él y juguetear con el abrazo¡

Fin