jueves, diciembre 13, 2007

EL RIO

Existió una vez un pueblo, un pueblo donde la frondosa odisea de sus montes era esplendor al observar fluir su río. Un río que daba esbeltez a las siembras. Siembras siempre coloreadas por los rayos solares por un verdor y un amarillento resplandeciente. Gracias a ellas sus vidas eran proliferas, rasgueando felicidad en cada uno de ellos. Hay que ver aquel río que daba sombra a todo el pueblo. Con su serpentear maravilloso, con sus doradas aguas cuando el ocaso era anuncio, con sus claras aguas cuando el sol era bandera de la bóveda celeste, de serenas aguas cuando algún que otro lugareño iba a remojarse o beber un poco de él. Hay que ver ese río sonriente en la primeras horas, en la fresca, cuando todos iban a recolectar, a sembrar, al mercado a dejar la mercancía o regar sus campos. La verdad que la vida en ese lugar era un placer, el placer de una cotidianeidad vinculada entre montañas, apartados del mundanal ruido, de las prisas. Pero, llego un día. Un día inesperado, un día que se transformo en muchos días en un sequía asesina. El río comenzó a secarse, a destellar un tormento que derivo a los campos sembrados, a los árboles, a todo el follaje allí existente incluso, a las gentes de ese pueblo. Todo se fue secando de tal manera que aquello parecía un campo de muerte, silencio y desolación. Ellos, necesitaban de su trinar diario, de su canto colosal a la naturaleza, de su amor por las tierras. Por ello, una jornada que era más precaria que otras, todo el pueblo se reunió junto al río. Comenzaron a rogarle, a suplicarle el por qué, el por qué de todo esto. No hallaron respuesta solo un silencio atroz peinando sus campos con un olvido de la frondosidad. Entonces, decidieron cavar. Cavar en el río una especie de túnel para así ser parte de él. Querían morir junto al río ya que era el único que les ofrecía ilusión y esperanza. Todo el pueblo se puso en marcha con sus piquetas y sus palas. El río al sentirse tan amado les habló:
“ Gracias amigos míos. Gracias por cavar vuestra tumba dentro de mi. Yo no quiero ser fosa común de vuestras vidas. Queréis morir conmigo pero, yo, no he muerto aún. Aún soy sol de vuestro fruto. Aún soy vena de de vuestra siembra. Cuando la luna llegue ya veréis. Ya veréis como mi, de mi corazón, surgirá de nuevo el agua que necesitáis para sobrevivir. Seré brío portentoso para vuestros campos. ¡No os enterréis¡ ¡Esperar¡ Esperar el despertar de la luna”
Al escuchar las profundas palabras del río dejaron de cavar. Sin embargo, los días pasaban y nada de nada, estaban desesperados y no eran crédulos a las palabras del río. No sabían como afrontar esa perdida en sus vidas y querían morir junto a él. Se introdujeron en ese túnel cavado sin nada y se dejaron que el hambre, el frío, la sed los atacara cruelmente. Nadie decía nada. Todo era un silencio demoledor. Pero, llego ese día. Un día inesperado porque ya no sabían si era de día o de noche en aquella gruta cavada por ellos mismos. De las paredes comenzó a surgir como un líquido marrón. Ello hizo que se despertarán de ese letargo inclinado a la muerte. ¡Parecía un milagro¡. Ya casi sin fuerzas uno por uno fue saliendo de aquel lugar llevándose una sorpresa, estaba lloviendo. Una luz de ánimo se formó en sus ojos, en sus cuerpos. Era tanta la felicidad por aquel retorno a la vida que a partir de ese día, cuando había luna llena, le hacían una ofrenda al río.