Es infranqueable. Despierta con cierta ironía, con cierta
brutalidad cuando avanzamos bajo su manto verde. Hoy la calma no está presente
sino una marea dura, temblorosa que consume las ganas de ser parte de ella.
No digo lo mismo. Nos dejaremos llevar por ella, por los
sentidos de su movimiento aunque toquemos fondo. Ella nos dejará respirar si
nos dejamos ir. Vamos, aticemos el
concierto del océano con nuestros cuerpos desnudos. Sí, desnudo cuando el alba
dice de la tempestad, de la grotesca caricia de su piel.
¿Nos arriesgamos? Eso quieres decir, avanzar
en su templo de barcas naufragadas como si fuéramos parte ella. Pero antes de penetrar en su corpulencia de
oleajes inciertos dame la mano. Iremos
aunados a una sola palabra, la libertad. Una gaviota nos merodea. Una gaviota
nos anuncia. Una gaviota nos induce a ser parte del aire, del mar que nos
rodea. Dancemos con el rubor violento de sus aguas, de sus alas.
Me miras. No estoy acabada. No estoy ida. Solo, la belleza de la madre tierra aunque su
bestialidad este en estos instantes. No, no es ella, somos nosotras. Sí,
nosotras las que en sus entrañas indagamos con el curso de los tiempos.
Sí, mirar los ojos desnutridos de tu espíritu. No, no mientas.
No digas más, vamos. Tu también me observas, me examinas por si seré capaz. Si, lo soy. Acabemos ya,
nadaremos hacia el horizonte donde los sueños se hacen reales, donde la agonía se
desvanece en el pausado cauce de los años.
Alas en vertical
asomo de la serenidad
de almas mecidas por un océano
culminante en dicha