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Lo escrito son ideas primigenias que después se han corregir y alterar.
Una tormenta solar viene
arrastrando la atmósfera tierra, su plasma se enciende y una aurora boreal cae
sobre la isla. Sí, la isla, en medio de un océano donde los cetáceos llaman a
los atlantes. Un pensamiento visionario se rompe en nuestro corazón e
intentamos recomponer nuestra casa , tierra. Mientras la tarde se hace espesa,
la calima se transforma en un alma de arena que nos caricia al momento que las
pisadas se hacen pausadas, sudorosas. Un pensamiento de que quizás te encuentre,
de que tal vez te busco en los sentidos contrarios de la isla. Levanto mi
mirada, al horizonte, la gama de colores se enquista en mi memoria y arrastro
todo el mal que poseía hacia una calma certera. Converso con los días y el
desánimo se enfrente a columnas de hielo que se derriten. Pero, me levanto
querida. Sí, me levanto y mis ojos en el hechizo de una aurora ve el reflejo de
tu silueta como espíritu conectado con mis manos. Nuestras manos, unión de un
mañana. Sí, de un mañana donde los astros cantan y la vida se agita en las
banderas blancas de la paz. Y te espero. No, no hay prisa, aquí te escribo como
anónima estela de estos días, de estas islas donde los cuerpos se mueven al son
de un sol, un sol verde, amarillo, azul exaltando la alegría. Ahora, me
despido, me envuelvo entre paredes blancas en sintonía con un letargo
prolongado sin el temor de no hallarte, de no hallarte y conversar con tus
labios.
Nos sentamos, miramos esta tarde apagada, plomiza.
Meditamos sobre las flores marchitas que pronto reverdecerán. Sentimos , que
aquí estamos, con la singularidad de pájaros susurrantes. Nos apiadamos de esos
hombres donde el viento impredecible e implacable nos trae malos recuerdos. Y,
sin embargo, aquí, en el ahora nos sentamos en la particularidad de una nueva
jornada que nos silba en el todo del universo, en la nada de una materia oscura
donde la vida se hace la nada. Callemos, todo está quieto y nosotros sobre esta
pequeña roca esperamos la luna, cuando los nubarrones se distraigan con otros
lugares ajenos a nuestros sentidos.
Venid, venid quiero escuchar el
canto de las olas rotas, de la hierba estrangulada por un noviembre donde el
sol truena. Venid, venid sé parte de mi corazón cual confunde el amor cuando de
sus lágrimas pena en la penumbra.Venid,
venid amadas de mis sueños, conversar con los cielos yermos es muy cruel, es
muy duro y el mal alborota esta casa donde mis pasos se pierden en la nada.
Venid, venid santuario de cetáceos, sed vientre de un nuevo camino que me lleve
hasta la calma tras está tormenta de la dejadez, del desánimo, de los aires
malhumorados de las jornadas.Una luz
penetra en mi pecho y el baile da pie a un piano sollozante cuando su amada se
refleja en un espejo donde mi cuerpo se mece con el sonido de cuerdas de una
vida que no me pertenece. Venid, venid arboledas de la sombra, de la lluvia
grácil de nuestros deseos. Aquí estoy, frente al mar, su infinitud es trinar de
mi verticalidad bajo un horizonte callado, remoto. Me descalzo, corro por el
pasillo y el sudor expulsa el olvido ¿Me recuerdas? Aquí estoy amor en las
esferas enrarecidas de quererte, de amarte en la oscuridad de las lunas. Venid,
venid deseos vanos, caracolas murmuran su nombre y aquí estoy, donde las manos no
alcanza tus labios, bajo el abismo de acantilados donde las olas rompen.
Aquí estamos donde las islas ovacionan a las mareas
inmortales en el transcurso del despertar. Nos comprometemos con alistarnos en
los caminos de la paz con la sostenida armonía conversando con los astros. Un
amanecer se vierto lento, broncíneo con el halago de una brisa suave que calma
las gargantas secas. Mis manos , tus manos, nuestras manos son el sonido de la
palabra muda, de la calma retratada más allá de las olas. Y sonreímos, mientras
una pardela gime a lo lejos entre los acantilados del silencio. Aquí estamos
donde los brazos se extiende en el angosto pasillo de una nueva jornada,
libres.
Ella baila sola, como todas las
bailarinas. Se fue donde la bahía llamaba a las ballenas y en la orilla donde en
la arena dorada del crepúsculo hundió sus mullidos pies, su dolor, su
sufrimiento. En un gesto lento alzó sus brazos donde el sol llamaba al
despertar. Y en esta danza se movía al son que las voces de las olas
eclosionaban sus sentidos, verticales, expansivos en su baila. Ella baila sola,
detrás del escenario cuando una grave lágrima estrecha su rostro como mujer
fuerte, como bello espíritu en al danza con las gaviotas. Ella baila sola,
ajena a todo aplauso, a todas luces se fijaba en sus pies, desvariados, destruido
en el sonido imperfecto del mar. Después se detuvo, una parada que la hizo
inspirar y espirar con lo vaguedad de sus pulmones, de su garganta rota. Caviló
sobre esa soledad, sobre ese encuentro con la memoria de las mareas que era su
memoria, que era su vida en el ritual de las jornadas. Por un instante se levantó
el telón y el escenario era vigor de las gentes que ocupaban sus asientos. Era
gratificante por segundos después el silencio, un manojo de rosas de algún admirador,
el hervor de su cansancio. Ella baila sola, como todas las bailarinas. Se miró
al espejo y el maquillaje difuminado por el sudor , el esfuerzo marcaba su
destino, en el mañana. Ella baila sola, se sentó en la playa, un poco de
quietud no viene mal y como dicen los sus antepasados, frente a frente, nunca
le des la espalda, a la soledad de las mareas que bien traidoras son. Estática y
con su respiración lenta se quedo mirando el mar, el faro, esa bahía donde el
errante desierto de su corpulencia le hacia mirarse sus pies, huesudos, heridos
y el más allá de su existencia. Y comprendió todo lo que le habían robado, su
plenitud en vuelco del oleaje, cada vez más agresivo a medida que su terreno
era invadido por cemento. Y ella baila sola, mujer de cristal donde los espejos
reflejan el amargor de su pena, de su agotamiento, de su resistencia a la
caída, al abismo. Su cuerpo también había sido invadido, por la dicha de la
gloria, por los esos aplausos cuando los cisnes cantan a la oscuridad.
Pensaba que era su cura. Horas y
horas alimentándose de su visión en el rumor de las olas, en ese mar que todo
lo limpia, que todo lo sana. La miraba como se mira al vacío cuando el tremor
de la pena ahonda en el pecho. La miraba como se mira la herida cuando la
herrumbre no deja curar en el curso de los días…los días. Y los días pasaban en
un otoño donde el calor anómalo se pega a nuestras espaldas. Su enfermedad
degenerativa la llevaba al alejamiento, a veces con momentos de lucidez, a
veces con momentos de la nada.
Cómo te encuentras hoy, me dice ella en esa conversación
cotidiano cuando nuestros cuerpos se nutren del despertar en sábanas revueltas.
Yo contestaba que bien , qué más decir, para que contarla de mi tristeza, de
ese llanto que me sondaba a cada instante, en ese preciso momento cuando la
realidad a plena luz del día se aproxima.
Mi madre, oh querida madre se iba.Se iba por esos carriles de la desgana, de la
monotonía, de la demencia hostigadora con el paso de los meses. Y aquí estoy
con ella. Sí, con ella, despechada por la claridad de las ideas, escuchando
como el rumor de las olas se ceba su adiós de las raíces de esta atmósfera. Sus
manos frágiles, transpirables las poso entre las mías y cometo una batalla en
un viaje imposible, donde la memoria de las mareas se pierde, con ella.
Me abrazas, pones tu mano sobre mi hombre y me animas. Aquí,
las tres donde el océano deja la isla. Aquí, donde las gaviotas en sus alientos
en espiral corren hacía su presa. Aquí, donde una mañana de otoño desprende su
olor de algas.
Y esto no es la cura sino disfrutar de sus últimos momentos en
que sus ojos aún pueden hablar, aunque su silencio es eviterno. Las olas vienen
y van. La marea está baja, la calima tiñe de un amarillo pálido el cielo. Oh, madre, querida madre, así es la vida.
Hablaremos cuando los astros iluminen nuestras almas más allá de esta tierra.
Ella no desvía su mirada del vaivén del oleaje. Un perro anda suelto y ello
despierta su atención. Siempre ha amado los animales. Se entretiene con ello y
puedo ver como se perfila una sonrisa en sus labios. Y yo también sonrío y ella
también sonríe. Nos agarramos fuertemente la mano y esta evasión de lo
cotidiano de la vida lame cada preocupación, cada mortificación habida en mi
razón.
Caminamos un poco, ella en su
silla de ruedas. Y en la orilla nos fijamos en esa felicidad comprometida con
el reino animal, con la madre tierra. Pienso en mi final, que no será el mismo,
pues el ultimo aliento está en el testamento vital. Ronroneo mi mañana, que es
mi futuro y escenifico mi ida. Mientras lucho con los demonios de mi
reconditez, quiero que se quede aquí conmigo mientras pueda, que su despedida
sea lo más gratificante, bonancible posible. Regresamos junto a ella, cada una
coge cada mano y con esa sonrisa fiel seguimos ese perro y el aliento en
espiral de las gaviotas.
La noche. La calima. Quietas mareas donde la memoria se
difumina. Mi silencio. Mi soledad. Mis palabras insomnes en medio de la nada. Lo
estático de las estaciones. El final del aliento donde las olas rompen. Ando
donde las cerraduras cabalgan en su hegemonía. Ando donde los ojos se oscurecen
al termina el día. La noche. La calima. Entregada a las alas de la esperanza me
compongo y cada pedazo de esta isla que piso es soga que me enmudece. Callo y
el callar es una tristeza o tal vez una desgana o quizás un cansancio. Pero la
noche viene. La calima se hace densa. Los astros hablan del mañana y ese mañana
será un despertar donde los sonidos de cuerpos mecidos en sus callados camino
andan en lo ausente, en la memoria que muerde su ayer. La noche. La clima….
Lo simple, lo humilde, lo pacífico de lo cotidiano. Un sol
recae en mis hombros y levanto en la verticalidad del horizonte. Un abrazo mece
el vacío y levanto en la verticalidad de mis ojos. Aquí, ahora y lo efímero de
este tiempo que nos observa con la sutilidad fértil del vivir. Inspiro y espiro,
lento, con las cerraduras a todo mal. Escucho los pájaros y el callado ritmo de
las arboledas. Aquí, ahora y la quietud de mi ánimo en el hábito de la rutina.