Ella baila sola, como todas las
bailarinas. Se fue donde la bahía llamaba a las ballenas y en la orilla donde en
la arena dorada del crepúsculo hundió sus mullidos pies, su dolor, su
sufrimiento. En un gesto lento alzó sus brazos donde el sol llamaba al
despertar. Y en esta danza se movía al son que las voces de las olas
eclosionaban sus sentidos, verticales, expansivos en su baila. Ella baila sola,
detrás del escenario cuando una grave lágrima estrecha su rostro como mujer
fuerte, como bello espíritu en al danza con las gaviotas. Ella baila sola,
ajena a todo aplauso, a todas luces se fijaba en sus pies, desvariados, destruido
en el sonido imperfecto del mar. Después se detuvo, una parada que la hizo
inspirar y espirar con lo vaguedad de sus pulmones, de su garganta rota. Caviló
sobre esa soledad, sobre ese encuentro con la memoria de las mareas que era su
memoria, que era su vida en el ritual de las jornadas. Por un instante se levantó
el telón y el escenario era vigor de las gentes que ocupaban sus asientos. Era
gratificante por segundos después el silencio, un manojo de rosas de algún admirador,
el hervor de su cansancio. Ella baila sola, como todas las bailarinas. Se miró
al espejo y el maquillaje difuminado por el sudor , el esfuerzo marcaba su
destino, en el mañana. Ella baila sola, se sentó en la playa, un poco de
quietud no viene mal y como dicen los sus antepasados, frente a frente, nunca
le des la espalda, a la soledad de las mareas que bien traidoras son. Estática y
con su respiración lenta se quedo mirando el mar, el faro, esa bahía donde el
errante desierto de su corpulencia le hacia mirarse sus pies, huesudos, heridos
y el más allá de su existencia. Y comprendió todo lo que le habían robado, su
plenitud en vuelco del oleaje, cada vez más agresivo a medida que su terreno
era invadido por cemento. Y ella baila sola, mujer de cristal donde los espejos
reflejan el amargor de su pena, de su agotamiento, de su resistencia a la
caída, al abismo. Su cuerpo también había sido invadido, por la dicha de la
gloria, por los esos aplausos cuando los cisnes cantan a la oscuridad.
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