Pensaba que era su cura. Horas y
horas alimentándose de su visión en el rumor de las olas, en ese mar que todo
lo limpia, que todo lo sana. La miraba como se mira al vacío cuando el tremor
de la pena ahonda en el pecho. La miraba como se mira la herida cuando la
herrumbre no deja curar en el curso de los días…los días. Y los días pasaban en
un otoño donde el calor anómalo se pega a nuestras espaldas. Su enfermedad
degenerativa la llevaba al alejamiento, a veces con momentos de lucidez, a
veces con momentos de la nada.
Cómo te encuentras hoy, me dice ella en esa conversación
cotidiano cuando nuestros cuerpos se nutren del despertar en sábanas revueltas.
Yo contestaba que bien , qué más decir, para que contarla de mi tristeza, de
ese llanto que me sondaba a cada instante, en ese preciso momento cuando la
realidad a plena luz del día se aproxima.
Mi madre, oh querida madre se iba. Se iba por esos carriles de la desgana, de la
monotonía, de la demencia hostigadora con el paso de los meses. Y aquí estoy
con ella. Sí, con ella, despechada por la claridad de las ideas, escuchando
como el rumor de las olas se ceba su adiós de las raíces de esta atmósfera. Sus
manos frágiles, transpirables las poso entre las mías y cometo una batalla en
un viaje imposible, donde la memoria de las mareas se pierde, con ella.
Me abrazas, pones tu mano sobre mi hombre y me animas. Aquí,
las tres donde el océano deja la isla. Aquí, donde las gaviotas en sus alientos
en espiral corren hacía su presa. Aquí, donde una mañana de otoño desprende su
olor de algas.
Y esto no es la cura sino disfrutar de sus últimos momentos en
que sus ojos aún pueden hablar, aunque su silencio es eviterno. Las olas vienen
y van. La marea está baja, la calima tiñe de un amarillo pálido el cielo. Oh, madre, querida madre, así es la vida.
Hablaremos cuando los astros iluminen nuestras almas más allá de esta tierra.
Ella no desvía su mirada del vaivén del oleaje. Un perro anda suelto y ello
despierta su atención. Siempre ha amado los animales. Se entretiene con ello y
puedo ver como se perfila una sonrisa en sus labios. Y yo también sonrío y ella
también sonríe. Nos agarramos fuertemente la mano y esta evasión de lo
cotidiano de la vida lame cada preocupación, cada mortificación habida en mi
razón.
Caminamos un poco, ella en su
silla de ruedas. Y en la orilla nos fijamos en esa felicidad comprometida con
el reino animal, con la madre tierra. Pienso en mi final, que no será el mismo,
pues el ultimo aliento está en el testamento vital. Ronroneo mi mañana, que es
mi futuro y escenifico mi ida. Mientras lucho con los demonios de mi
reconditez, quiero que se quede aquí conmigo mientras pueda, que su despedida
sea lo más gratificante, bonancible posible. Regresamos junto a ella, cada una
coge cada mano y con esa sonrisa fiel seguimos ese perro y el aliento en
espiral de las gaviotas.
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