1
Hace
días que no abría el buzón. No sé, no
tenía ganas. No recibía alguna correspondencia hacía tiempo. El timbre suena y
suena. No esperaba a nadie. Abrí recién salida de la ducha y con albornoz. Era
la cartera con una notificación. No me acuerdo bien pero creo que le dije
perdone y firmé y ella sonrió y ella se fue. Era una carta de no sé quien,
pausadamente y sin prisas me hice el café, me fumé un cigarrillo y en la mesa
del salón la abrí. Cuidadosamente resbalaba en cada palabra que iba ingiriendo
de manera calma, inspirando y espirando, espirando e inspirando. No me
disgustó, no me entristeció. Creo que un halito de alegría envolvía mi sombra
que ahora se levantaba por los pasillos bajo mi techo. Me hice otro café, me
fumé otro cigarrillo con papel en mano. Algo de misterio, algo de un aroma de
un ayer desconocido, difuso, nebuloso me envolvía. Lo más que me aturdía era
preparar el viaje, ese largo viaje a un lugar sibilino, enrarecido por la
memoria del ayer, del hoy. Sería verdad lo que contaba esta carta. No sé, me sentía feliz pero había algo que me
inquietaba en esta búsqueda, en este encuentro con la verdad. Podría ser
inseguridad, temor a un nuevo error. Solo sé que tenía que partir
inmediatamente. Deprisa…deprisa, antes que la noche viniera para poder realizar
ese largo viaje. Revisé toda la casa, por si todo estaba bien. Ya con mis
objetos personales en la maleta salí pero no sin antes fumarme otro cigarro. Un
cigarro cuyo humo en espiral giraba en torno a mis sienes. Sería la ansiedad,
el miedo a cosas nuevas, la aventura del saber lo cierto. Es temprano…muy
temprano, nadie me vería salir. Mejor, dejaba la casa sola. Me monte en mi
coche y con el pensamiento estático con lo me encontraría cerré los ojos. Es
invierno, un invierno donde la lluvia palpita en ocasiones, donde lo gélido
consume en su letargo a los sin hogar. Cada día más y más, como si esta ciudad
estuviese abandonada al desvarío, a la desgana. Edificios grises de polución
iba dejando atrás cuando mis ojos tomaron la luz del sol, cuando mis ojos
penetraron por ese asfalto atestado de tráfico. Más y más coches, cada día más
masificados, más hacinados a la lumbre de la contaminación. Y a lo lejos el
mar, ese mar que absorbe, que se nutre de toda nuestra basura. Fije mi cavilar
al encuentro, a esa carta pequeña pero exacta. No hacen falta muchas palabras
para redactar lo esencial, a veces, solo con unas pocas basta. Para que decir
más, para que dar más explicaciones. Y aunque fuera invierno el día había
aparecido despejado, perfecto, bello, solo un frío que agrada, que deja una ajena
a todo lo que le rodea. Salir de esta
ciudad y tomar rumbo hacia el monte, ese era mi objetivo. Una ciudad preñada,
dislocada. Deprisa…deprisa, si, tenía que llegar antes de que esta jornada se
oscureciera total. No me gusta conducir cuando el nocturno, la soledad me
agarra, me estrangula aunque la radio me acompañe.
2
Dejo
la urbe atrás, un paisaje desolador y entrado en infertilidad me acoge. No hay muchos autos en esta carretera donde
me muevo ahora. Incluso la atmósfera que me envuelve ha variado. Una calima
densa y pesada…muy pesada, me hace cerrar la ventanilla y poner el aire
acondicionado. La radio sigue dando su
información rutinaria, monótona, con la visión adulterada de quien habla. Es ensordecedor, la ruina de una civilización alcanzada por la
voracidad de la violencia, de la maldad. Nos nutrimos de nosotros mismo, nos
alimentamos de almas inocente. Esto me agota y pienso en esa notificación.
Ojalá fuera verdad. Pongo un poco de música, me es terrorífico, de alto
contenido monstruoso la sangre derramada en esos mares. Ahora pienso en aquella
foto de aquel niño en la orilla de la playa. Aún soy incrédula. Aún soy ciega.
Aún soy sorda. Aún soy la nada que ronda en la crueldad de humana. Solo, una
imagen. Y lloro, no sé por qué me viene ahora a mí cabeza. Pero la fuerza me
llama y me ayuda a continuar, a dejarla apartada en un rincón del silencio. Sí,
un rincón que visito de vez en cuando estoy la insonoridad. Se tiene que sanar
este mundo de tanta y tanta maldad. El testigo de la gasolina marca el límite
del fin, parare en la próxima gasolinera y nutriré esta chatarra para que me
lleve a mi destino. De paso tomaré algo, un descanso siempre viene bien en
largos recorridos, un descanso que desentumezca estas piernas cuasi estáticas. Hay
que soñar. Sí, me digo…hay que soñar en las bonancibles oportunidades de un
mañana, un mañana acurrucado junto un sol donde el arco de colores sea puente a
un jardín de igualdad, de justicia, de imperios terminados en cloacas. Aquí en
la terraza de la cafetería de la gasolinera me siento bien, un café para
despertar mis neuronas y espabilar este cuerpo adormecido de tanto
kilómetro. Y porqué no un cigarro, me
sienta bien. Saco la notificación del bolso y vuelvo a leerla. Ya casi me había
olvidado de que la encontraría. Pero será cierto hallarla. Me sobreviene cierto
temblor y en mi ronda unos versos “ viento norte…viento norte/ devuélveme al
olvido/ devuélveme los ojos rotos/ revuéleme el olor de la libertad/ devuélveme
la escalera de la paz/ viento norte…viento norte/ me entrego al coraje de la
verdad/ me entrego al sudario mal hiriente/ me entrego a las huellas de las
palabras/ viento norte...viento norte..”. Sí, el viento norte, sirocos bañando
esta espera que ya termina. Derramaré, si es cierto, flores sobre sus huesos. Derramaré, si es cierto, alguna
emoción en lágrimas de alegría. Me la llevaré y proclamaré a los vientos, al
viento norte, su nombre. Ya he terminado este café, me hallo repuesta para
continuar mí largo viaje.
3
La
memoria de los arboles, paso una extensa planicie donde la naturaleza uniforme
y homogénea se cambia su rumbo. Lo verde…Sí, lo verde se comienza avistar en la
plenitud ascendente de su frescor. El frío aumenta y la vía ya no es recta sino
serpenteante. He dejado atrás el hambre de la lluvia, y subo por un monte donde
todo es sombra, donde todo es sonido de los pájaros que pactan con este lugar.
Todo se mueve en un mar de nubes que atravieso, que penetro en toda su
corpulencia. Aún me quedan kilómetros hasta llegar a ese lugar, ese lugar de
encuentro o desencuentro, según como se mire. No sé cómo me sentiré pero ya
albergo en mí la desesperanza, el horror, la pena. Voy nutriéndome de ella,
asimilándola en mi pecho, en mi alma. Al
menos la veracidad será vertical. Oh, tanta horas de conducción sola, me
estremezco, me erizo y un temblor se adhiere a mí. Encontrarla después de
tantos y tantos años. Solo tengo un nítido recuerdo de ella. Un recuerdo vago
que me retuerce con ternura mi mente. Inspiro y espiro…uhm, el olor a tierra
húmeda, el olor de ella quieto en el tiempo.
Y me pregunto ¿por qué? Porqué de tanto sufrimiento. Me la imagino…no
sé…sola entre los barrotes de la mudez, entre los barrotes de la sangre, entre
los barrotes asfixiantes a la libertad ¿Qué somos?, me pregunto si no podemos
expresar nuestras alas al viento…al viento ¿Qué somos?, me pregunto si no
caminamos en la línea recta de una sociedad. Pero ahora parece que todo ha
cambiado o no lo parece, no sé qué pensar. Ronroneo su vida en la actualidad,
en este presente en la deriva de la humanidad. Sería explosiva, inconformista,
esclava de sus propias ideas hasta llevarlas a cabo. No sería callar y callar entre
los barrotes de la nada. La arboleda es cada vez más espesa, más exuberante. En
este viaje a ese rincón que nunca he estado absorbo todo este fresco que da la
madre tierra. Uhm…una tierra ausente de la basura arrojada sobre su faz, una
tierra ajena a la dejadez, una tierra virgen donde parece que los años no han
pasado, una tierra donde la masa forestal hace que aun podamos respirar.
Inspiro y espiro…uhm , tierra que amo, tierra bella, tierra perfecta. Mi deseo,
que no lleguen aquí las maquinarias de los tormentos, de la devastación, del
dolor. Sí, el dolor, porque ella también sufre. Ella tiene vida, vida propia ,
vida milenaria de una época de muy atrás, terciaria, puede ser. Estoy tan
exhausta ante este monumento de la naturaleza, ante espacio indescriptible que
me pierdo en un ayer remoto, que me pierdo en el descubrimiento ante mi mirada.
4
El
medio día se acerca, lento, apacible, bordeando un aroma a monte de antaño,
intacto, pacífico, sereno. No sé donde me encuentro pero me es lo mismo. Girar
y girar al derredor del callar cuando el sol, esa gran bola de fuego, es astro
ramificándose en mi conducir. Todo aquí parece deshabitado con la única
influencia de los días acordes a las horas muertas, inexistentes. Es como si la
civilización se hubiera detenido en un hueco de un pasado allende, como si la
memoria fuera fuente de fotogramas de un ayer que vuelve. Supongo que tendré
que encontrar algún sitio para comer. Pero, aquí, en este instante eterno,
perdurable en la nada dónde lo hallaré. Avanzaré, de todos modos ya me alimento
de esta masa arbórea que ahora me conduce a pinares hasta llegar a la cumbre.
Después haré una llamada a ese número que había en la notificación. Pero
ahora…sí, ahora, contemplo esta bóveda celeste límpida, inimaginable, hermosa.
Parece que da aliento a mi respiración pausada, calmada. Mis entrañas se
purifican y soy luz de algún que otro deseo, de algún que otro ayer. Freno y
paralizada ante tanta belleza me columpio en mi memoria, la memoria viajera de
benevolentes circunstancias de la vida…uhm, la vida, viene a mí con la brisa
que ronda por estas alturas. Aun con lo único que me falta, el amor. Un amor
libre, espontáneo, vivaracho, desinquieto. Pero no, todavía falta, estoy
tallando su espíritu en la reconditez de mis pensamientos. Y me la imagino,
porque imaginar desencadena lo bello, el
embeleso de sus ojos a mis ojos. Y despierto de este lapsus, remonto lo que no
es y llego a esa carta, a esa búsqueda de años y años. Ya está próximo el
encuentro. Titubeo conmigo misma y afronto la realidad. Los pinares se han
quedado atrás y yo aquí, en medio del caos vulcanológico. Entiendo ahora la
historia más de esta isla, este enclave es mágico, es hechizante aunque la vida
sea nula. Rocas amorfas y el frío que aumenta. Puedo divisar la nieve de la
cumbre, del pico más alto. Ahí tendré que llegar con la tarde cabalgando en la
noche. No recuerdo bien si habrá luna, ella me rescataría de la oscuridad de
este grandioso paraje. Tomo fotos con mi móvil, fotos de este recorrido por
tierras hurañas, hambrientas para la
vegetación. Tomo la carta en mis manos y observo la dirección exacta “ El
mirador del infierno”. Ya entiendo ese nombre y según como se piense se puede
interpretar de varias maneras. Puede ser por las coladas magmaticas disecadas
existente, por el aislamiento donde la
muerte es el desorden, por leyendas ancestrales de los aborígenes. Tomo de
nuevo el camino…
5
Las
dos cruces. Avisto la señal donde tendré que tomar la desviación a la derecha y
descender a lo largo, en lo tortuoso de este asfalto. Hasta la planicie me dice esta carta donde
las luces de los trajes negros alumbran el pasado. Continúo en el serpentear
del descuido, de la dejadez. Una niebla
viene otra vez. ..Sí, otra vez, con la visión devorando mi entereza en este
volante. La noche ya llega, distingo a lo lejos con la pesada bruma
extinguiéndose los luceros balanceándose en un movimiento circular. Paro y dejo
el coche arrimado, ya es hora de estirarse, se encogerse, de ser pisadas de lo
cierto. Me acerco a ellos. Ellos y ellas, con trajes negros, olisqueando un
pozo amplio en su diámetro, con sus rostros serios, rígidos, alumbrando el
encuentro. Saludo y de sus voces nace lo mismo. Solo me dicen “Te estábamos
esperando, ya los hemos sacado.” Bolsas negras que atrapan el ayer en la
memoria que se había perdido. Ahora, hallado. Y observo esos hombres y mujeres
de trajes negros, de edades confusas, de conductas difusas para lo que
esperaba. No, no hay alegría. No, no hay pena. Solo, un río de retorcida venganza
se mueve en los ojos de ellos, de
ellas. La muerte, la muerte, la muerte innecesaria por proclamar lo cierto. Los
comprendo, pero los años ya han pasado y que hacemos ¿volver atrás? Estrangularnos, desangrarnos, mortificarnos en
el ayer. Ese ayer mezclado de agonía, de injusticia, de inocentes abrazados a
las hogueras de las malas lenguas. Aquí están sus huesos, un deseo del quizás,
del tal vez si la hubiera conocido me estruja el pecho y siento un vago rencor,
igual que ellos. Pero no, me calmo, analizo el devenir de aquellas estaciones
encarriladas a la cieguitud nublando la razón. La historia no se puede variar,
solo, el hoy. Este presente y futuro que
nos da la amplitud, las notas para que todo no se repita. Mis ojos abrazan el
firmamento ¡qué maravilla¡ lo nunca visto. Estrellas fugaces alimentan la
sequedad de mis sentidos. Ahí están ellos, hablando, murmurando con sus
piquetas y palas que será el mañana. Me
es lo mismo, yo solo quiero sus restos. Qué descanse en donde los cipreses dan
sombran a las flores cortadas, flores los pajarillos picotean el dormir eterno.
6
Tiritar,
sentirse extraña ante extraños. Apagaron sus linternas mientras los restos,
esos huesos sacados del pozo los descubrieron. Desnudos a la intemperie de la
helada que raja las manos, que petrifica el rostro. Se encienden velas en la
madrugada y se arrodillan. Yo, indecisa, no sé qué hacer. También me arrodillo.
Un búho perdido hace presencia y los murmurantes rezos a los muertos del
pasado. Temblor, un sin sentido los está atrapando, una cierta manía del dolor,
de la pena honda aun no sanada. Miro sus cabezas gachas y la verdad es que me
siento incómoda. Ahí, en esos huesos están los de mi abuela, los de mi querida
abuela. No la hallo bien después de tantos años, solo una pizca de amor aislado
en el tic-tac, tic-tac imparable. Se levantan y se aproximan a mí. Me dicen que
para saber quién es quién habrá que realizar una prueba de ADN y después me la
darían. Me la darían. Cojo de nuevo el coche, en la madrugada, voy dejando
atrás esas rarezas de los trajes negros ¿y si no fuera ella?, pero si, si está
ahí, en medio de una atmósfera gélida. La noche, los astros presenciando mi
surcar por esta obsoleta carretera sin farolas. La mudez me embriaga en un
desafío. Yo, sola y la oscuridad, con la radio tartamudeando de emisora en
emisora. Una pausa y mi corazón brindan de alegría, el de su hallazgo. Todavía
tendré que esperar para el último beso.
El beso que nadie le dio, solo, fusil en mano y a expensa de una plaza vacía el
garrote vil. Vuelo perfectamente en su vida, en sus quehaceres, en sus luchas y
en sus victorias retractadas a la nada por mucho tiempo. Todo es espeso. Todo
es pesado. De repente me hallo de nuevo en la ciudad, siento su calidez aunque
en sus aceras, en sus vías, el callar ambule. Pero me brinda quietud, una
tranquilidad de estar bajo su protección. Las constelaciones se hunden en el
cielo y se apagan. Solo alguna que otra logro distinguir. La urbe y el monte.
El monte y la urbe. Bien diferenciados pero todo en la verticalidad de la
existencia aunque exista el desequilibrio entre uno y la otra, entre la otra el
uno. Aparco y el cansancio viene, viene rotundo. Desfallecida entro en mi
casa…uhm, su aroma a humedad y silencio. Y sin más un frío metálico se incrusta en mis carnes.
Me desnudo y un baño de agua caliente extingue de las horas anteriores. Y
vienen a mí los hombres y mujeres de trajes negros. Para qué el luto, me
pregunto. Todo un ritual de algún acurdo llevados por ellos. Para qué esperarme
en medio de la helada con la muerte presente. No sé, extraña entre extraños.
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Sus
huesos ya han llegado, están aquí, frente a mí. Era ella…sí, ella, su presencia
posada en un jarrón es cenizas que aromatiza este salón. Lo miro, ese jarrón, y
mis recuerdos se hacen nítidos pero frágiles. Somos frágiles a veces y otras
fuerte. No sé porqué este cariño por ella, solo un leve suspiro me ampara, el
del adiós. Solo hallo el dolor en la ya fallecida madre. Tanto lloró, tanto
anhelo, tanto mordió sus labios en el silencio de su soledad que ahora que
descansa ante mi sus restos. Restos que me observan, que me examinan, que me
pierden en el vaivén de la figuración de aquellos años de la posguerra.
Batalladora, luchadora, energética, con su boca abierta para decir la verdad y
escupir en la cara de sus asesinos. Me la imagino, de rodillas, con los ojos
sin vendar, mirando cara a cara a su ejecutor, a aquel garrote rompiendo su garganta y ella…ella sin dejar de gritar
¡Libertad¡ ¡Libertad…¡ Así me lo contaron, así queda en este espacio que me
rodea. Libertad…viajes infinitos invisibles de aquellas que tomaron la palabra
como sus armas. Un dolor agudo siento en mi pecho, me levanto y me acerco al
jarrón donde las cenizas de ellas están, las beso. Querida abuela, querida
madre, aquí estáis en el reposo de la paz, en la libertad de vuestras almas.
Siento el vagar incesante pero inexacto de sus espíritus en esta habitación.
Una luz azul-amarilla mana de ese jarrón. Sí, de ese jarrón donde las cenizas
de ellas están. No, no tengo miedo, me abrazan en una calidez asertiva,
plasmada de toda calma. Sobreentiendo que es el amor protector. Un amor
naufrago en los océanos de las miserias del ayer, de este tiempo que ha pasado.
Pero ahora están juntas. Están unidas en la armonía de sus almas. Me da
fuerzas. No, no estoy ahora sola, presiento la presencia de sus manos
invisibles acariciando mis manos. Las miro y un halo azul-amarillo, amarillo-azul
corre por ellas. La danza en el nocturno profundo, alzado en mis pies desnudos
por el eco del pasado. Y habló con ellas. Ellas liadas en mis manos, a mis
pies, a mi danza que me evacua de la frialdad bajo este techo. Me hallo bien, extensa
por el vasto pasillo ando. No, no hace frío y las bombillas de esta casa
desconchada se apagan. Solo, la luz de ellas, su luz en mis manos y las miro y
me yergo como estrella fugaz del mañana...del mañana. Un mañana donde pondré flores nuevas como
signo de respeto, del querer, de lo justo. Temprano iré al mercado, un mercado
que me llena de viveza con su diversidad de color, con su ritmo. Ahora cierro
los ojos y descanso en el acogedor beso en mi frente de sus energías, de sus
luces amarillas-azul, azul-amarilla.
8
Me
acuesto, me dejo ir por mis pensamientos y en ella caigo ¿Cómo sería esa
muerte? Devastadora…que te corten la respiración y el grito a medida que las
tuercas se enroscan en sangre. Sangre derramada, sangre del río de la vida. Su
valentía es incalculable, fuera de toda orden de la existencia, de todo
sufrimiento. Ella lo sabía. Sabía que la iban a ejecutar o matar en cualquier
momento…cuando habló de la verdad. Sí, esa verdad que nos ronda a todos y la
oprimimos y la pisoteamos hasta que habite los llantos del silencio. Ella no
quiso callar, no quiso tragarse la mentira, la injusticia. Me hace gracia y al
mismo tiempo un valor inexacto, estático, descomunal y real me hace descansar
en tranquilidad. Muchas décadas han transcurrido, han abierto la verdad…su
verdad. Ahora la encuentro sin haberla conocido, eso, es lo único que me abate.
No haberla conocido pero tengo la sensación de que su espíritu flota sobre mí.
Sobre este cuerpo agotado y mis sueños serán plácidos, venerados por su aura. Flores
y flores, cuando amanezca el compraré un gran ramo de lirios, azucenas, rosas
como rito de mi amor. Porqué la quiero aun no habiéndola conocido, aún no
habiendo saber de su cariño. Corretear en su aliento, lo siento, me pertenece
en estos momentos. Por mi tez corre una lágrima, me la bebo, me alimento de
ella. Miro el techo y cierro los ojos, ahí está..uhm, la quiero. Sí, la quiero
como parte de mí, como parte de ella. El sueño me está amarrando en un largo
puente de esta madrugada que se evapora ¡El amanecer¡ Qué quiero verlo. Sí,
quiero verlo. Me levanto y voy hasta la ventana de este cuarto. Abro las
persianas quejumbrosas…uhm, quiero borrar imágenes de su tortura, de lo desleal
que fue la compresión, de la tiranía de sus opresores. Todos, este pueblo que
en plena plaza permitió su ejecución ante las cobardías del poder. El sol con su gran potencia enrojece mis
mejillas, ciega mis ojos y me hace suspirar. Inspirar y espirar, espirar e
inspirar…mi vientre es un salto de mariposas en el temblor. Tiemblo. Despacito
la humedad y el frío raja mis sentidos.
Pero me da igual, me dejo ir en la cotidianidad de la nada. La nada que auxilió
aquella mujer. La nada.
9
Es
primera hora de la mañana y el mercado está concurrido. Me expando, me
contraigo en a diversidad de sus gentes, de sus colores, de su gama en cuanto
lo que ofrecen al ciudadano. Delante del puesto flores miro y miro. Compró
varias clases distintas…y más flores…uhm. Flores y flores para ahuyentar la
pesadez de lo sobrio de la casa, para adornar ese jarrón donde se guardan mis
amores. Camino por la acera en dirección de mi hogar, un hogar en decadencia.
Le falta algo, será todos estos años del mal querer, de mi entereza abrazada a
los sueños. No quiero pensar pero llego, despacito abro la puerta y un aroma
lejano y atascado durante años viene a mí. Al principio me sorprende, me paro y
entro. Hay algo extraño, es como si la hubieran reconstruido en aquella época
antes de guerra. Sí, está transformada, todo es nuevo. No se siente el ruido de
las termitas, no hay polvo añejo en sus muebles. Todo está en mismo lugar pero
diferente, ahora ha renacido de entre la dejadez y el paso del tiempo. No
entiendo, unas fuerzas superiores me absorben. Voy al jarrón ¿estará o no
estará? Sí, en el mismo sitio. No comprendo, me hace dudar pero el fuerte olor
a ellas impiden que el miedo siembre mi cuerpo, mi mente. Me asomo y la ciudad
sigue con su cierto ritmo, un ritmo de bocinazos, de ruido contaminante. Por un
momento decido irme, esto no es normal. No, no estoy soñando. No, no estoy
delirando. Aquí traigo flores nuevas para ustedes, para ella en especial. Para aquella mujer que tanto sufrió en la
vociferación de sus ideales, para aquella mujer que rompió las cadenas de lo
cotidiano, para aquella mujer que despertó de la sumisión, para aquella mujer
que soñó y soñó en la libertad. Y ahora que hacer, esta anomalía rara se opone
a mi movimiento. Y de repente mi nombre suena bajo este techo. Sí, mi nombre.
No, no me asusto, el temor hace tiempo que lo deseché ante cualquier
circunstancia ¡Mi nombre¡ y no deja de repetirlo, parece que viene de mi
habitación. Es una voz, como diría yo, vital, segura, tierna, envejecida con un
cariz de cariño, de amor. Me sostengo, los calores ocupan mi cabeza. Me asomo
de nuevo, quiero ver la urbe ante este suceso, salgo a la calle y la nada, todo
igual que siempre. Me cruzo con una vecina del barrio, la saludo como es
habitual pero ella ni se inmuta, como si no me hubiera visto. No me ha visto
quiero sospechar. Voy tras ella y la llamo y vuelvo a llamarla ante su despecho
creo yo. Pero no, es como si no me escuchase y acelera su paso.
10
Estoy
aquí en esta casa con la fragancia, con la escena de un ayer que no se arrima a
mi memoria. Está estática en el tiempo. Coloco las flores alrededor del jarrón, así vistoso, alegre,
con la lucidez de la alegría. Y a mi vienen imágenes no vividas. Sí, tiene que
ser ella , mi abuela, su espíritu en carne ronronea en mí. Asustarme no. Su voz
calma, con la armonía de la vejez entrañable me hace entregarme a este suceso
sin el mínimo de terror. Se sienta a mi
lado. Ella, con su traje negro, con su pelo blanco recogido y me da de la mano.
Una mano tibia, una mano donde el amor se entrega sin nada que pedir a cambio,
una mano alejada de toda maldad, una mano maravillosa, una mano con las
cicatrices de su paso por la existencia. Sus ojos negros me miran y la bondad y
la serenidad recorre por mis venas. Y me habla ahora “ Flores y flores y eso que no llegaste a conocerme. Pero has ido a
buscarme y me encontraste en las entrañas de un pozo donde la memoria se
retuerce. Te lo agradezco. Ahora estoy en paz, aquí contigo, con esas flores
vivas, animadas, sonrientes. Sufrí tanto querida nieta, como tu quería la
libertad, la gracia de mis pensamientos transformado en reales. No soporté el
dolor ajeno, el dolor de mi pueblo ante tanta mentira, ante tanta muerte, ante
tanta venganza, ante tanto odio. Fue una noche, estaba con tu madre, con mi
hija querida nieta. Nos mirábamos a la sombra de la luna. Todavía no nos
habíamos acostado. Sabíamos que esa sería la noche, sabíamos que algo iba a
pasar. Ella acariciaba mi pelo y yo pose su cabeza sobre mis rodillas y le di
un beso, un beso de despedida. Ay ,
querida nieta. La guerra…¡la guerra¡ Ojala nunca te enfrentes a ellos, ojala
nunca sepas de esos temas en tu vida, ojala nunca te toque, ojala nunca su
colmillo ensangrentado no desgarre tus sentidos querida nieta. No sabes del
horror, no sabes de la muerte de inocentes, no sabes de las torturas de seres
que chillan sus derechos, su libertad, su paz. Es catastrófica, la miro y veo
un mundo aburrido, conflictivo, manejado por la maza del horror. Ay, querida
nieta. Tocaron en esta casa. Yo y tu madre lo sentimos pero no hicimos caso, en
esos momentos estábamos abrazadas, sabíamos lo que iba ocurrir. Tu madre
suplicaba angustiada y entraron. No huimos, los mire a los ojos como núcleo de
los sentimientos manejados por las cuerdas que marca este mundo, el poder. Tu
madre atemorizada se abrazo a mí, bien
fuerte. Sus lágrimas si te das cuenta aun están en este traje, en la zona de mi
pecho. Y la empujaron, y me escupieron ante
el rostro demacrado de una herida que perduraría toda la vida de tu madre. No
me importaba que me llevaran, solo, mi hija. Sí, mi hija, verla así,
descompuesta, arrinconada, sola, con un llanto agónico. Qué sería de ella. Yo
le gritaba después volveré. Después volveré querida nieta…solo palabras
desfasadas para ahuyentar su congoja, su miedo, su zozobra, su desolación. Ay
querida nieta, me acuerdo de esa niña ahora” Y calla, se fija por un
instante de tiempo indefinido en el jarrón, en las flores, en las fotos al
derredor.
11
Sola.
Sí, sola, desiertos en esta atmósfera familiar y desconocida a la vez. Hago
como ella observar el jarrón, las fotos y las flores…algunas comienzan a
marchitarse. No lo entiendo, hace unas horas las compré ¿hace unas horas? Me
siento magnífica, emocionada ante la presencia de ellas pero, se mueren
lentamente. Tal vez no haya que cortarlas, dejarlas crecer en la libertad de
sus campos , de sus vientos, de sus estaciones y no provocar ese desdén cuando
la recolectamos para posar estáticas en medio del vacío de sus vidas. Y mi
abuela, ella también estaba mirando y ha desaparecido sin que yo me haya dado
cuenta, es agradable y confortable haber conversado con ella. Y todo sigue
igual. El tiempo detenido en una estación donde trenes desconocidos toman rumbo
de la muerte. Sola. Sí, sola, acaricio el jarrón de sus cenizas, lo único que
poseo. No, no estoy delirando. Estoy cabal, inconclusa, clausurando ese pozo
donde la memoria retrocede a un tiempo concreto. Me asomo y me encuentro en la
ventana claveles, es este estadía de la vida, de la guerra y sin embargo la
ciudad sigue igual. Un mirlo se posa en una de las macetas, un mirlo tardío y
vuelvo de nuevo a este salón donde las flores, las fotos y el jarrón me
acompañan. No sé porqué deseo que venga la noche temprano, rápida. Tengo prisas
para acostarme, aunque me siento a gusto, anhelo despertar en la normalidad.
Salir a la calle y saludar. Las tardes de inverno son demoniacas, son penosas y
la lluvia cae y cae, cada vez con más fuerte. Y si salgo ahora nadie me
conocerá, las horas son puente a un pasado distante. Un pasado de encuentros y
verdades, un pasado de belleza y amor, un pasado de sabiduría y certezas. Un
perro ladra, un gato maúlla y todo es gris. Me voy y me mojo, nadie me observa,
giro y giro en este ambiente raro y la vecina, con paraguas, pasa de nuevo.
Pasa en medio de mi cuerpo. Una sensación extraña agarra fuertemente mis
entrañas. Me toco, me examino mientras la lluvia, la lluvia fuerte cae sobre mi
figura y existo. Sí, existo, estoy empapada, tiritando y regreso. Abro
cuidadosamente la puerta y todo exacto, y todo igual.
12
Me encerraron sola, aislada en un
calabozo asesino. El olor de restos podridos en el tiempo me carcomía. Pero
tenía que ser valiente, no mostrar la pena, las lágrimas. Solo pensaba en tu
madre querida nieta. Me desnudaron y la intemperie de mi carne pegada a los
huesos pasé noche tras noche, solo un reflejo de luz entraba por un orificio
cuando era la mañana y sabía que había amanecido y sabía que aun seguía con
vida y sabía que a mi hija nunca más la vería y sabía que la muerte venia a
buscarme. No sé de qué manera, que forma tomaría pero sería cruel, rígida,
dolorosa. Hicieron de mi toda clase de vejaciones…tantas…que describírtelas
sería un error, que decírtelas sería una maldad para tu existencia. No, no
quiero abolladuras en tu corazón, no quiero lamer la herida de un ayer para el
hoy. No, no quiero más venganza, más quemazón en los corazones. Lo que sufrí me
lo guardo pero no lo olvido. Cada rostro, cada mirada, cada mano permanecerán
en mi y no quiero que caiga en ti.
Dejemos la vida pasar, cada uno con sus derrotas, cada uno con sus
fracasos, cada criminal con su sentencia, cada alma con su castigo. Ay, querida
nieta y llegó ese día, ese día del descanso. Desnuda, en un saco me llevaron en
una camioneta hasta la plaza. Mis pensamientos iban rápidos, incluso,
resbalaban. Me acordaba de tu madre continuamente pero deseaba la muerte. Sí,
cada día que pasaba me abrazaba más a ella y anhelaba ese día, fuese como fuese
el final de mi etapa en esta tierra que pisamos. Me sacaron del camión y
arrastrada fui llevada hasta el garrote. Allí, me sacaron del saco, desnuda,
desnutrida pero sin una lágrima, sin una mirada de temor, solo, odio y solo el
odio. Me fueron apretando y les escupí, escupí sus malas sombras, sombras
negras de la malignidad y no hallo más en mi memoria. Mi cuerpo lo deje y cerré
los ojos, era bastante, demasiado, terrorífico. Y, ahora estoy aquí, tú estás
aquí querida nieta en este salón. Me miras, te miro. Qué te digo, qué el
infierno está aquí, puede estar delante de nosotras o puede estar detrás, no lo
vemos, no lo percibimos solo cuando te chocas contra ese muro de ortigas que
danza con nosotras lo cotidiano. ¡Estás mojada¡ abrígate para que no resfríes. Y
ante sus palabras mi pecho da sacudidas, siento que me mareo, una fatiga
guardada de año en año. Me levanto y ella no está, miro esas fotos, ese jarrón
y esas flores. Cojo las flores y las llevo a la ventana y las tiró en medio de
la densa lluvia, me da igual quien pase por debajo…son flores muertas.
13
Flores
muertas, solo eso. Cortadas en el desdén de nuestras manos. El agua de la
ducha, tibia, corre por mi cuerpo. El vapor arrastra mi visión a un espejo
engorroso, bloqueado. Siento la necesidad de mirar este cuerpo desnudo en
desahucio de su aroma a través del amor, del deseo. Despacio, me acaricio cada
una de sus partes. Piel deambulando en un devenir inexacto, indeciso. A eso si
temo, no el ahora. Voy envejeciendo con la memoria de mis antepasados, un pozo
hondo donde el quejido pierde su sentido. Hace frio, entumecida miro mis pechos
y aun fuertes, precisos manan el yo de mis entrañas. Una reconditez aunque en
armonía, esboza la desesperanza de un mañana.
Aquí, en esta tundra donde los ecos de la memoria me martirizan. Salir
del baño, encontrarme otra vez con viejas verdades que no han cicatrizado,
solo, el callar. Sí, callar. Y mi mano toca mi vientre, de mi ombligo eclosiona
el desafío de un desequilibrio. Pero no, no pierdo el sentido. Una gran
tormenta invernal se prepara. Truenos y relámpagos hacen temblar este piso en
medio de una ciudad desconocida, descuidada. Quiero salir de este baño pero
hallar otra vez de esa mujer derrotada en el ayer me paraliza, me captura en la
duda. Sola, desgarrada, herida con la sentencia de la muerte ¡Basta ya¡ Así es
este mundo y me produce un preciso dolor aguado en mis sienes, en mi estómago. Me
vuelvo y vomito todo mal. Me alejo como loba en busca de su guarida. Me lamo
cada cuchillo que me apuñala, que me pisa, que me mata y salgo del baño. Todo
se vuelve gris, todo se vuelve marmóreo, todo se vuelve caótico ¿dónde ese
hogar del ayer? No, no ha sido un largo
sueño, todo es real, todo es verdad. Voy al salón y miro al techo, las tela de
arañas andan ahí. Nada ha cambiado. Miro el jarrón y ahí está con las fotos.
No, no hay flores. Camiseta, pantalón, y un chubasquero. Salgo a la calle, la
tarde convoca figuras carnavalescas, máscaras desatan la irrealidad, el yo
oculto. Es asombroso ante esta lluvia torrencial que la gente desfigurada,
cerca de sus fuerzas internas baile, corran, canten al son estrepitoso de la
música. Retorno, estoy pasando a lado de mi vecina y me saluda. Una sonrisa
habita muy lejos de ella, no salgo de mi estupor. Volver abrir esa puerta, me
es igual, no tengo miedo. Todo está normal el jarrón y las fotos, las tela de
arañas. Un indeciso resquemor barre mi mente, una soledad que me acecha. Apoyo
mi frente en mis rodillas y vuelvo al presente. Un presente más gratificante.
Sé que ellas están ahí, muy cerca de mí, abrazándome. Y el cansancio tira de
mí, me acuesto en este sofá frente al jarrón y las fotos.
14
Madrugada.
El chubasco que no cesa, el rumor de los gestos carnavalescos que no cesa. Solo
deben quedar restos de una juerga que se emancipa de la cordura. Solo cantos
opacos, desafinados y el chasquido indudable de alguna caída. Despierto en una
masa abrazada a los sueños. Todo es sueño, me pregunto. Pero he hablado con
ella, con esa abuela que nunca conocí y que ahora está ahí en ese jarrón, con
esas fotos. Fotogramas de su entereza ante lo inhumano, ante lo inadmisible,
ante lo desfigurado de las formas de existencia. Me impacta su adiós, en una
plaza rodeada de la nada. Una muerte
lenta y agónica en su resistencia, en su valor. Y el mundo sigue igual, ahora
más cerca, más próximo, con un mando, con una radio que emite crueles masacres,
espantosos genocidios en el devastar de este globo terráqueo. Mis pisadas
dictan la ventana, me asomo y una fragancia húmeda, gélida atraviesa mi rostro.
Mi rostro de ojos dormidos, de boca oprimida. Ahí están los carnavaleros escondidos detrás de sus máscaras con cierta escandalera,
impertinentes ante el chaparrón. Me ausento de ella y mis ojos rozan ese
jarrón, esas fotos. Las cuatro de la mañana. Sí, son las cuatro y parece que la
luna ronda otra vez y parece que la tormenta se evade a otro lugar desplazada
por un puntual viento. Hace horas que no tomo café y lo necesito, siento la
ausencia de su aroma, de su sabor en mi cuerpo. Esperaré unas horas. Sí, dejar
pasar el tiempo donde en un minúsculo espacio de este tiempo desvariado saldrá
el sol. Y el sol me abrigará, y el sol me acogerá con todo su dominio mientras
mis huellas dejadas en la orilla de la playa se sumergirán en un agradable
baño. Caracolas, algas, peces y la
rompiente ola apagada sobre mi ser. Lo necesito. Necesito entregarme a él,
aunque sea por unos instantes pequeños. Quiero, deseo, ambiciono muchas
preguntas sin resolver. Creo que hoy es día perfecto, el día donde todos se
esconden bajo su antifaz en la figuración de la fiesta. Sola, gaviotas y
pardelas evocando el descanso, lo sabroso de la tranquilidad. Aquí, me queda
todavía cigarros y en mi meditación, en mis pensamientos lumbre de mis
antepasados me acercaré a esas imágenes intactas en el tiempo. Observo ese
piano, donde se posa el jarrón, las fotos y me vuelvo por un momento frágil…muy
frágil. Tengo tentaciones a pesar de lo precoz de las horas de tocarlo. El,
acariciado por mi abuela, por mi madre y porqué no yo. Me introduciré en ellas
en el…umh…como viento que rasguea en las ventanas de esta casa. Y vendrá la
inspiración, y vendrá ella y me acompañará en la sonoridad de sus notas. Me
siento dichosa y no sé porqué. Este saber y el acogedor recuerdo de mi abuela
me envuelven en una danza sin fin de verticalidad. Tic, tic, tic…todavía suena
aunque la dejadez de los años no más que haya de él un manto de cenizas y
polvo. A lo lejos, tras las paredes de esta casa aun se escucha algún resacado
en su disfraz, los camiones de la limpieza pasan y arrastrarán toda memoria de
lo que hubo.
15
Las
seis, es hora en este amanecer de culminar mi limpieza, la cura de toda esa
memoria empozada en un ayer y que ahora descubierta me hace sentirme bien. Sé,
que ella me protege. Sí, esa abuela maltratada en su el ritual de la
respiración amparada por esta tierra sigue ahí, mis sensaciones me hacen
percibirla con una sonrisa lejana pero radiante en cada movimiento de mi
entereza. Salgo de esta casa derruida, de esta casa donde mis secretos son
pozos de la memoria y la calle con olor a despecho a la pureza deja mis piernas
avancen hasta playa. Está cercana, solo unos metros donde mi cuerpo dejará la
ropa en la fría arena. Y aquí estoy, un infinito horizonte anaranjado, violáceo
anuncian más lluvias pero sin embargo, un sol me acompañara en este sendero
donde su luz , su calor galopará por un pequeño instante en mis sentidos. Dejo
la ropa y atrevida, con la desnudez de mi cuerpo penetro en su espesura. Está
calma, y no está fría. Mis carnes están a la misma temperatura que este océano
que parece inagotable, que se alimenta de toda clase de males. Me edifico, me construyo, mis pilares se
hacen más potentes y un murallón de absolutos candados me embriaga. No, no
defenderé el pasado, solo diré su historia…su historia terminada en la penuria.
Quizás me crean, quizás no. Nado aguas adentro, una infinidad de vida gravita
debajo de mi. Una vida oscura, una vida de sombras que nadie le importa. Uhm…Solo
el tiempo dirá, un largo tiempo donde la verdad no más adulterada por una voz sin
fondo. Y me pregunto mientras nado porqué tanto terrorismo a los ideales
indefensos. Todo ello provocado por un pasado allende que no vale nada. No, no
más venganza, no más rencorosos de una tierra que nos es de nadie y a la vez de
todos. La guerra ha acabado y retorno a la orilla con un halito de esperanza y
me repito la guerra ha acabado. Batallas locas se desenvuelven en una sociedad
arremetiendo en inocentes, en los indefensos. Qué grotescos somos, una
aberración de la humanidad que se castiga a sí misma. No, no somos conscientes
de nuestros actos destructivos, devastadores, desoladores. Ahora siento un frío
trémulo invadiendo mis huesos. Regreso a casa, esa casa donde un jarrón y unas
fotos me esperan arriba de un piano. La ciudad desvencijada no despierta. Cruzo la puerta, aquí dentro un adusto calor
me ampara. Miro ese jarrón, esas fotos y mi corazón nace otra vez. Un cigarro
vuelve a mi mientras me siento en el piano, sí , este piano donde el jarrón y
las fotos me inspiran. Una inspiración descomunal me acosa de manera buena,
bella, maravillosa. Y toco, toco con el sentido de una mañana que me aguardará
nuevas vivencias. Tal vez livianas, tal
vez pesadas pero desde luego cubiertas del apego de una alegría frente a este
jarrón y estas fotos con el murmullo incesante del hoy. El adormilamiento me
visita, mejor será dejarlo todo y acostarme frente a este jarrón, frente a
estas fotos y saborear el dulce vals de los sueños.
FIN.