Su danza en blanco y negro. El blanco
de ojos abiertos a lo infinito del universo. El negro, un luto postergado que
ahora hacía balanceo en la pesadez de sus piernas. Se miraba en el espejo con
su movimiento sigiloso, sinusoidal, con la lentitud de los años que se le
venían. Su cabello, recogido, se entregaba a plateadas lunas cada nocturno. Una
música con sabor a pena tejía cada uno de sus pasos, monótonos, cansados. Pero ella,
continuaba con su danza en blanco y negro. Avistaba su ayer, solitario, en las
esferas enrarecidas de una libertad. Una libertad invocando a sus callados
labios, su silencioso vientre. Su danza en blanco y negro. Extenuada interpretaba
cada uno de sus deseos, idos, abandonados en la acera del olvido. El olvido de
que amo ….que amo con la entereza de sus sentidos. Ahora, con sus danza en
blanco y negro llega a ese presente
donde se precipita un duelo, marmóreas mareas la esperan, todo ha terminado, el
espectáculo de su danza se ha entregado al adiós. Ella frente al espejo,
inspira e espira con cierta pena. No haber amado más. No haberse entregados a
los sabores de sus pasiones. No se arrepiente, su danza en blanco y negro
oscila en la penumbra del nocturno. Un piano se deja ir mientras ella, callada,
sigue con su ritmo hasta el fin de sus días. Cien octubres ondulan en su cintura.
Cien otoños donde se ha mantenido al frente de la belleza de su danza en blanco
y negro. El blanco de sus ojos abiertos en lo inacabado de su vida. El negro de
un duelo a ras de su corazón. Y ahora
entregada a su danza en blanco y negro es lúcida, es travesía de su tiempo
imperfecto donde el querer ausentado pesan en sus hombros.