Querida pero que
piensas, estás censurada bajo el exterminio de aquellos que huyen bajo el
infernal oleaje. Ya lo sé. Es duro, todo es una mezcla de cobardía y rechazo
por esos que nos gobiernan ¿Qué hacer? Nuestras manos se anudan a cadenas
oxidadas que nos desgarra hasta inflarnos de impotencia y dolor. Por qué de
esto, ahora estoy aquí sentada frente a una pantalla tecleando y tecleando este
sentir momentáneo, esta repugnancia hacía nosotros mismo. Me pierdo, te
pierdes, nos perdemos bajo la oscuridad absoluta. Una oscuridad que nos sumerge
en las aguas infinitas de la nada. Me cuentas tus penas, tus tropiezos. No
estás de acuerdo en la cuerda floja que nos movemos en esta vida. Pero, qué
hacer. No llores…No, no por favor. Aún tu carta está húmeda, triste. Avísame
cuando llegues, iré con un abrazo perseguido por el aroma de unos vientos de
buen querer. Pero…pero, no sufras más. No te sacrifiques en la ronda de ojos
muertos que te acosan, que se incrustan en tu razón y te tira. Te tira muy
fuerte, demasiado. Ay querida…un suspiro
se expande entre estas paredes. No soporto tu sufrir, mi sufrir, nuestro
sufrir. Hojas que se encogen en el lamento humano. Sí, esto es un lamento.
Ahora me despido, abrazos para ti, para mí, para nosotros.
Así he terminado hoy esta carta.
Tenía que contestarle. Triste mano que se alza ante este teclado, ante está
pantalla. Me la imagino en su corrosión, herida, desgraciada. Hoy se alza una
gris jornada, algunas gotas caen. No sé que ponerme para salir y llevarle estás
palabras de todo corazón. Que los dioses la aguarden. Piedad…Sí, pido piedad
por ella. Un océano se asoma desde mi ventana. Un océano plano, herrumbroso,
cobarde. Yo lo miro como si la mirase a
ella. No más, ya me voy. Sí, iré al buzón más próximo y expulsaré de mí esta
agresión de la vida. Espero volver a verla.