Andar y andar, eso se decía ella. Andar por barrancos donde
el sol no despertara el sudor, el agotamiento ¿A dónde iba? Ello era más
confuso. Caminaba sin rumbo, perdida entre pinares allá en una cumbre donde los
pinzones azules tornaban en blancas tonadas. Buscar, se decía. En su mano unas
piedras, piedras de la felicidad se decía ella. Piedras a medida que sus pasos
lentos se volvían contra la brisa. Sentirla. Sí, sentirla a ras de su rostro
como nítida fragancia que la lleva al ensueño. Y soñaba…soñaba con sus ojos
esmeraldas plantados en la faz de su delgado cuerpo. Sentía por momentos ganas
de correr y correr y dejarse influenciar por la espesura de una hierba seca , hierba que se lía y retuerce en sus piernas,
en su ser de la naturaleza bella. Qué grandioso es te lugar donde los
arroyuelos despunta mi amanecer entre imágenes edificadas por mis sensaciones,
se decía. Me quedaré aquí. Sí, en este boscaje luminoso donde el engendrar de
nuevas auroras me llevará a la calma. Fuera tormentas, huracanadas palabras que
muelen nuestro ser. Aquí en el monte sobre azules océanos falleceré, me
recogerán las raíces fértiles del amor y seré ave que vuela por estos pinares,
se decía y no dejaba de decirse. Andar y andar con la corriente de vespertinos
astros alimentando mi verticalidad. Soñar despierta en la mirada estática y
veraz de estas tierras, así quiero morir. Sí, morir y galopar en la esperanza,
en la ilusión de una vida reiniciando día tras día en el eviterno arco iris.
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