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Lo escrito son ideas primigenias que después se han corregir y alterar.
La noche con la media luna
distante llegaba, parecía mecer los sueños utópicos que todo humano disemina a
ras del cansancio. Pero no, no todos duermen. Septiembre enaltecido por el
calor tardío viene a complacer los danzantes en el derredor de hogueras
sedientas de paz. Se desnudan en la orilla de una playa donde el ronroneo de
las olas es sutil, solo percibido quien ama al gran y bello océano. Toman sus
antorchas e ingieren del aliento nocturno el sudor para continuar con el ritmo
cierto y puro de los corazones colgantes en la verdad. Llaman al humo, que
ascendente, es olor que los impregna de fuerza. Y sigue la danza, unen sus
manos castigadas por la humedad, castigadas por el trabajosa jornada para
llegar a su fin. Deseos vuelan a ras de sus ojos, abiertos, alegres en la
reunión del sueño. Y sigue la danza con manos unidas que se mezcla con el humo y desaparecen. Luz en el aire transportándose a la catedral del universo. Se
hace silencio, se para la danza y las manos homogéneamente son transferencia
del benevolente vuelo de las emociones. Así, cada noche cuando la luna
menguante es pulso de la sombra que amarra las vidas en la felicidad.
Los cuerpos huyen como si el demonio los quisiera
tragar. La peste de las llamaradas han
llegado al monte. Un monte donde la pinocha hace que se encrudezca
más y más. Vacas, cabras, gallinas, perros pintados de un negro muerte, tiesos,
estáticos ante el miedo impredecible del error humano. Esto no se acaba,
desesperados, lamiendo el ahogamiento la fuga se hace mortal. Y sigue y sigue
ese veneno alentado por un viento calcinando puertas, techos. Sus estragos
aberrantes penetran por cualquier orificio. No, no hay escapatoria. Cenizas
y un quejido agónico comanda esta tierra. Oraciones, rosarios, dioses abarcan el grito
enramado en los presentes. Un grito de llanto, del penar ahora por largo años
¡El monte arde¡ y ahí viene el potente dios de la lluvia…¿qué hacías escondido?
Se pregunta los desparramados en el dolor, en el miedo. Almas sumisa en un
ruego, en un sudor del inframundo agotando sus fuerzas, su ánimo ante los
colmillos de un hedor insoportable. Sobre sus memorias vagará perpetuamente
este sufrimiento, este alocado fuego que no responde a sus súplicas ¡detente¡ Y
llueve, y el ser humano auxilia a quien puede, a cada esperanza
de vida para el continuar del mañana.
Arrimados bajo un viejo árbol que en su esbeltez
resalta las leyendas pasadas, de siglos que se han posado en su sombra. Antes, árbol
de la vida, cuando el pueblo lo veneraba. Ahora, como que se han olvidado en
sus hazañas
en la sanación. Es la muerte, la muerte de la curandera de la cueva, allá, en
lo alto de la cumbre junto a un roque vigilante de la totalidad de la isla.
Ellos lo miran, observan como su savia aún latente hace un recorrido por las
vidas de aquellas gentes del lugar cuando la campana anunciaba la proximidad
del vacío de unos ojos. Y curaba, no sé si por creencia certera o por que el
viajo árbol ante las oraciones de la vieja de la cumbre atendía a su magia.
Ellos no tienen que decir solo y nada más, solo que la celeridad de las
jornadas nos hacen olvidar ¡Ah¡ pero ellos han recordado ¿Quién los ha invitado
al resurgimiento de su entereza? Seguro que algún anciano pastor del
lugar, digo, todavía enamorado de su belleza, del ayer, del recuerdo
atrapando sus manos para indicarles a ellos donde se halla el árbol de la vida.
miércoles, septiembre 20, 2017
No , no estoy penando. Mis lágrimas soplan cuando la nada de
tu aliento ha llegado. No te pregunto el por qué , no ahora, en estos
instantes, cuando la belleza intacta en el tiempo se mece con los pinares. No te
pregunto qué haces aquí. Me da lo mismo…no sé si eres ira demoniaca del delirio
o colmillos salvajes de la naturaleza. La desolación abriga los ojos…miran
la fiereza
con que ardes sus techos. Aún así siento frío, metal hermético envolviéndonos en
la amarga esperanza. Míranos caemos en fosas de cenizas donde el daño, la pena se
nutre de desidia. Por qué no te vas….aquí no tienes nada que hacer, que decir
solo la cruel llamarada de los vientos de la cumbre. Nuestro pueblo, nuestros
montes calmos, apacibles ahora oscuros, negros en el caminar de las horas. Eres
un desgraciado, incoherente, desquiciado, grotesco. No, no te voy a preguntar.
Eres la muerte. Una muerte escalando los vientres compungidos, temblorosos ante
tu nefasta presencia.
Un lirio, dos lirios, tres lirios….ya no sé cuantos lirios
pegaban en mi puerta cada vez que iba cuando el timbre sonaba. La nada cercaba
mis dudas. Todos los días cuando el despertar me embriagaba de un sueño pasado
sonaba y yo somnolienta iba a la puerta. La abría sin mirar quien y estaba el
lirio. No sé a qué se refería esta existencia incierta con poner esa flor para
mi despertar cuando las primeras filigranas solares incidían en mi ventana. Me
asomaba con la avidez del interrogante al balcón, un balcón de geranios rojos,
blancos…, y se hacia el vacío y me condicionaba más a la duda. Sería la memoria de algún amor, de alguna
amistad ausente en los años, en el paso de los años. Cogía al lirio y lo mecía
en mi pecho, mi pecho desnudo ante la amplitud del bochorno de las jornadas
veraniegas. Un día, no recuerdo bien, un lirio negro apareció en mi puerta, no
habían tocado. Iba yo a salir, a absorber de la atmósfera que envolvía esta
ciudad. Extraño…muy extraño. Cuando caminaba por las aceras gastadas y sucias
un cuervo se poso en mi hombro. No sé…no sé si el miedo hizo temblar mis pilares
o el asombro conquistaba estremeciendo todos en mis sentidos. Calles
solidarias, era temprano, sombreando un auto fúnebre en dirección al cementerio
más próximo ¿Quién será? ¿Quién será? El cuervo, el lirio negro, el sonido
inexistente de mi puerta me hacía temer, me provocaba un verdadero delirio de
que tal vez aquel féretro en su auto fúnebre no más que fuera lirios, una
esperanza ida, una muerte precoz de ojos desconocidos. Ahora era el nada más,
se callaron los lirios, se eclipsaron esas búsquedas de cada mañana allá en el balcón
donde geranios rojos, blancos me acompañaban.
Llegas en la noche más oscuras donde los nubarrones se han
ido. Ahora, estrellas consolando el abatido andar de tu cavilar. Un pensamiento
resacado en la verdad del ayer. Pero aquí estás, callado. Examinando lo de tu
derredor como frontera tangible a tus deseos. Avanzas, lento, con tu cuerpo eco de tu
yo. Ojeras invisibles bajo la vestimenta de un arco iris que te hace sonreír.
Vienes, por el camino de los puentes de los sueños para quedarte, aquí, en la
isla. Ya ves, nada ha cambiado, solo la celeridad de nuestras pisadas detrás de
murallones que ya no permite la ensoñación. Pero, vienes, bajo la techumbre de
la existencia. Estás cansado de nutrirte de atmósferas austeras, de un ambiente
donde tus manos se tornan al dolor, al desuso de lo que te motiva. No te diré
nada, solo, bienvenido donde los ojos te vieron nacer. Sí, yo, tu madre.
Anhelaba tanto este momento. Espero que no sea fugaz. Vivamos aunque yo ya soy
vieja en la memoria del hoy el abrazo, lo exquisito de la vida. Yo, tu madre,
manos desencajadas en la suavidad, pero aun así tersas para ti. Sí, para ti. Latidos
enérgicos perdurables en el tiempo. No quiero que me cuentes nada…para qué.
Siempre igual, cruce de miradas nutridas en los astros que ahora nos alumbra.
Anda, vete a descansar, ya es tarde. No, no puedo remediar el dictar estas
palabras sobre ti. Sí, yo, tu madre.
Un bosque. Un follaje incesante en el coraje de la madre
tierra. Una mirada perdida. Emotiva cascada surgiendo de la nada. Solo. Pasos.
Prósperos pensamientos disipados cuando el sol conmueve sus pupilas. Una
sombra, su sombra y la tierra hermana del frescor de las aves que por allí se
columpian. Solo. Pasos. Autónomo es cierto desnudo con sus raíces. Ahí están,
enterradas en la perseverancia, en el deseo, en los sueños cuyas singladuras se
acuestan en el alba. El bosque, oquedad de la fuga de los sentidos arrítmicos a
canto bello y triste de las ramas cuando la brisa mece la noche. Solo. Pasos y la luminosidad de su pulso
cuando de los árboles viejos caídos se sienta y mira más allá de las
copas. Inspirar y espirar, espirar e
inspirar en el suceso de un suspiro que lo envuelve en amor. Se recoge en sí
mismo y una lágrima recorre su mejilla en el silencio de su yo. Solo. Pasos.
Puede ser el no retornar donde la ciudad es saqueada por las retorcidas almas
del mal. La huída. La fuga donde lo lindo y lo casi perfecto insuflan su vuelo.
Y volar y volar. Cada vez más alto. El bosque. Solo. Pasos. Sobre un mar verde
se mueve ahora a medida que el ritmo de sus ojos se cierran en un dormitar en
nubes de acuarelas, de pianos flotantes a través del tiempo…
Un encuentro tras el espejo de un alma que en su reboso
despierta sensatez por un lado y una nube oscuro por otro. El quiere acariciar esa sombra negra que la acosa,
que la persigue en cada pensamiento, en cada sensación cuando se sienta frente…si,
frente a ese espejo. Le pregunta que tal estás y ella calla. Se recoge en sus
piernas y hunde su rostro entre las rodillas. El no sabe si llora o se resigna.
Solo que ese espejo sigue ahí, frente a ella. Le ofrece su mano, su mano bruta
tras los vendavales de la vida, tras la lucha por una nueva luz que lo alce
hasta ella. Ella, tan lejana…tan ausente. Se calma y la deja en su silencio, en
ese andar por sus entrañas con el latido perpetuo del ayer. Ya se le pasará, se
dice. Lo cotidiano se vuelve a veces áspero, usurero del respirar del hoy. Se
va, se marcha con hombros caídos por las calles vacías de una noche húmeda,
pesada. Ella levanta la cabeza, una lágrima ya ida cae al suelo. Mira y mira,
le da la espalda el espejo y ante sus ojos una pequeña ciudad donde impera
grises techos y la ida de él. Se yergue, abre la ventana y grita su nombre. El
se da la vuelta. Ojos que toman contacto con el dulce aroma de la amistad, de
un amor sincero. El vuelve, a medida que sus pasos se aproximan a la casa va
desapareciendo. Cuando llega a la puerta ya no es, solo, eco de la sensatez,
del presente.
La…la, la, la fluye en la inconsciencia de los sentidos
arrimados a las huellas de una tarde húmeda, apática que se va. Adiós, le digo.
Yo sigo con mi la, la, la sepultando restos de un poema amargo, agrio para el
reverder de su mirada ¡Qué suene la música¡ ¡Alegría a los desnudos vientres
que danzan en las remotas grutas del descanso¡ Las estrellas ya embriagan a
este planeta mal usado, asentimos y nos revolvemos bajo la pesadez de un
pensamiento. La…la, la, la, ahora no, espérate un poquito, un tiempo donde la
sonrisa sea brío de la esperanza como brutal explosión de manos que andan, de
manos que se acarician en la inquietud de los misterios, de los secretos de la
eterna felicidad. La, la, la…todavía estoy aquí en el sutil aliento de una
atmósfera que me envuelve para los pasos del mañana ¿Qué será? ¿Qué será? Un
pájaro azul se columpia en las manos, esas manos arropadas de la fértil tonada
de amor, del querer trepar en las arboledas lejanas y viejas de sabiduría. La,
la,la…¡qué suene la música¡ Amante en las orillas verticales de las cartas
ausentes ¿Qué será? ¿Qué será? Años fugaces en la nave de la espera. No quiero oír
llantos, ni gritos. Ahora no, en estos momentos donde el solaz de la memoria se
alza por los caminos exuberantes de unas notas. La, la, la…