Comenzamos el viaje, un viaje largo o corto según como se mire,
según las manecillas de un reloj marque nuestras vidas. Algún día se irán…si,
por allá, como polvo de estrellas que somos. Pero ahora, mientras saboreamos de
nuestro caminar incesante, a veces retorcido por los temblores del viento,
sonreiremos. Vagaremos en las mediaciones de la concordia y pacíficas palabras
nacidas de nuestro vientre. No sé para que discutir, para que distanciarnos de
ellos de nuestros hermanos manados de esta tierra madre. A veces queremos distinguirnos en la
brutalidad de la fragmentación de nuestra sangre. Mira como mana su color vivo,
no hay distinción solo la meta que se proponga nuestro cavilar, muchas veces
absurdo, caemos en la estupidez de la superioridad ¿Superior a qué? Sí,
tenemos capacidad de pensar, de una cultura que establece nuestro rango entre
otros seres, entre otras formas de vida. Pero a la vez somos tan iguales,
existe una similitud: muerte y vida, vida y muerte. Y así sucesivamente ¡Déjalo
ya¡ ojos desorientados acarician la grosería, duermen en la terquedad, ansían el
yo. Sí el yo, yo soy mejor que tu y me voy, detesta toda la atmósfera que
ronronea en su propio mar, en su propias raíces. Se elevan banderas, se elevan brazos y todos
caemos en la tentación. La tentación de la huida del enlace de los pueblos.
Estamos lejos, muy lejos de una tierra amparada por la igualdad, por la sombra
ausente en pueblos moribundos. Pues sí, comenzamos el viaje, un viaje en la
mirada perdida de la sobriedad, de desencajadas navajas que retuercen los
huesos, ya cansados, de este anciano planeta.
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