Cuando la calidez llega del soplar de la tarde nos
convencemos que somos almas a la conquista de las olas que
vienen y que van. Nos aproximamos a la orilla con el sentido de nuestro aliento
y danzamos de roca en roca con la evocadora brisa que nos ciñe a la calma. Una
calma que rebosa en los corazones alentados por cierta nostalgia. Nos
despeinamos, dejamos nuestros cabellos al vaivén del tiempo que discurre en la
eternidad. Las nubes se alejan con esa mímica especial de sus formas y un cielo
azul nos impregna del abrazo al universo ¡Rompen las olas¡ Nos refrescamos. Y
un grito de alegría y serenidad nos lleva por esos mundos de la naturaleza. Nos
desnudamos y en ese cuerpo de ropas inexistentes lanzamos nuestros suspiros al océano. Alzamos nuestros brazos. Cerramos los ojos y
el misterio de ese manantial de sabiduría recorre nuestras pieles. Dejamos
discurrir cada gota, cada pensamiento al ritmo del rumiar del océano. Y mar
adentro somos esa perfección cuando nos entregamos a la madre naturaleza.
Caballitos de mar giran en nuestro entorno, caracolas lanzan un canto que nos
unen a la caricia incesante de las algas. Y nos sentimos caer en la emoción de
ser hijos de un mismo universo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario