jueves, enero 04, 2024

2 NUBES DE HOSPITAL (2)

 

2

Recorro pasillos. Ahora es tiempo de despedirse del trabajo, de la labor donde las manos mecen las vidas. Entro en el vestuario, no hay nadie. Me ducho con la rapidez del agotamiento y me marcho. De pie, con mis espaldas cansadas, retorno a casa. Paso primero por una churrería y dejo que la brisa fresca recoja mi rostro, mi cabello, se incruste en mis ojos rayados por el sueño hasta abrir la puerta. Allí me recibe kena, mi perrita, la única. Todo lo demás son conversaciones vacías con las paredes de esta casa. Bajo mi techo enciendo la tele, para sentir algo, para que me transmita algo de calor. Mi mente, transita en la noche, transita en la madrugada, transita hasta que los primeros rayos solares dan lumbre para acabar con mi labor en el hospital. Mis errores, mis aciertos y toda esa esfera donde la enfermedad se balancea hasta caer en la supervivencia o no. Todo es relativo, todo trae consigo un mapa de secuelas que las sufre quien adolece. Me asomo al balcón, bajo el un jardín, un jardín que da a un horizonte donde el océano es infinito, es como una eternidad. Sí, esa eternidad que deseamos y que aun no es posible. Y para qué la eternidad, me pregunto, llegar con la entereza de nuestros huesos, llegar con la memoria intacta, llegar con la verticalidad de nuestro ánimo. Sí, así vale la pena. Y pienso asomada en el balcón viendo el despertar de la ciudad, que de otra manera no vale la pena. El sufrimiento, la ansiedad, el desafía de que, si seré autosuficiente o solo un ser con alas de mariposas, frágil…frágil, agonizando. Respiro este crepúsculo y mis ojos se eclipsa por un instante, un instante donde por mi mente pasa toda la noche anterior. Y me quedo así, pensativa, rebuscando los fallos y los aciertos. Aquí, en esta casa con mi soledad y Kena. Pero ahora basta, si basta, me concentro en este océano que rodea la isla. Se ven otras y dicen que cuando se divisan otras es síntoma de lluvia. Una lluvia que vendrá y empara cada acera, cada esencia que se precipite a la calle. Estamos en invierno, el invierno de la isla sobrevuela cuando enero se aferra a febrero, asomándose una brizna de gelidez que evoca esta estación. Doy marcha atrás y entro en la cocina, los churros, un café, un cigarro y el propósito de mi soledad. Una soledad solo rota por Kena. Ella me mira con sus ojos de negros tiernos, meneando su rabo, como diciendo donde has estados. La acaricio y ella como cómplice de mis sensaciones se acuesta en el suelo. Me persigue a todos los encuentros con cada una de las habitaciones que conforman este piso. Tendría que acostarme, descansar pero, no puedo. Quiero saborear de este día como si fuera el último, como si fuera el primero. Me calzó las playeras para correr, me estiro, me desvisto y visto con mi ropa de footing y allí voy. Salgo, aun las calles calladas y aprovecho para ser asfalto de mis piernas. Siento . Sí, siento el despertar de mi emociones, de mi ánimo y avanzo. Una ligera lluvia empieza a caer y mi cuerpo se vuelve húmedo con mis pies mojados. Continuo, el vibrar de los desiertos cubren mis hombros y sigo…sigo hasta encontrarme de nuevo con la puerta de mi casa. Me descalzo, entro, me ducho , me tomo otro café y continuo en las espirales de la existencia. Sentada, frente a un ordenador cruzo el charco de las noticias, nada me sorprende. Se puede distinguir en un solo ser humano todo el mal, todo el planeta de este mundo…de este diminuto Mundo amparado por los barrotes de persistir  y continuará aunque lo vayamos despedazando a cachitos en cada acto ignorante o no de su dolor.

 

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