jueves, diciembre 01, 2016

La mar...

La mar. La noche. Mareas infranqueables donde caracolas alzan barcas del olvido. Náufragos. Muerte. La búsqueda de la verdad cuando la luna blanca es alianza de los rostros demacrados por la inclemencia de nuestras palabras. Adiós, amigos-as mías en la densa capa de gaviotas vigías de la extensión de vuestros cuerpos a la deriva. La noche. La noche embelesada al compás de inmutables sonrisas orientadas al desdén del vivir en sus tierras. Somos propietarios de la nada y a la vez tenemos derecho de alzar nuestros pasos en cualquier lugar, libres. Sí, libres del volcar de nuestras alas en las entrañas distorsionadas de un globo comido por la insolidarias almas andantes en su superficie, a ras de nuestra mirada decaída cuando buscamos el sosiego. La mar. La noche. Qué guarda en su vientre de acero. Frío. Decadencia. Heladas manos acogen sus manos ya fenecidas, ya carcomidas por el vuelo fugaz de la vida...

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