Son las 7, el despliegue de los párpados solapados al
letargo es de manera lenta. Una mirada cae en la cuenta que hay que
desperezarse, sumirse en la historia venidera de las últimas estrellas. Ella, se mira al espejo aunque el frío
invierno le atice se halla desnuda. Sin más se vuelve hacia la ventana y ahí el
océano. Cachalotes aún danzando con la madrugada, con los que suspiran por la
belleza de un mundo pacífico, de una madre tierra consumida la perfecta luna.
No se sabe lo que piensa, está sola. Ella y cada habitación vacía de un tono
blanco tirando al desgaste de los años. Se viste, se le ha caído un botón de la
camisa. Va hacía su caja de costura y lo remienda, ya está lista para el salto
a la calle, a ese ambiente helado meciéndola en su andar. Las luces todavía
andan encendidas, las aceras vacías, rodeadas de una calma que la hace
respirar. Alguien precoz ensaya con un violín en alguna de las viviendas de su
barrio. Lo escucha, le gusta esa tonada temprano bajo la senda de la nada. Se
detiene, qué misterio guardará esa música, si se le puede llamar música…Los
últimos astros se van, se pierdan ante el amanecer, un horizonte broncíneo rompe
sus ojos que atentamente observan la
hermosura de este nuevo día. Su estado de ánimo es de entereza, de seguridad,
de la seriedad que sus pasos a través de la ciudad. No se pregunta nada solo
medita en que todas las auroras deberían de ser así, pacíficas, llenas del
encanto de algún pájaro extraviado en esta estación. Vuelve a su casa, bajo su
techo escribe algo, a alguien después se ducha. Otra vez la desnudez en su
piel. Agua fría que corre por su carne, por sus sentidos. Se siente bien,
restaurada para comenzar una nueva jornada donde las prisas dejarán a un lado
las emociones de esos momentos en su silencio, en su soledad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario