Y, ¿por qué yo he de recorrer
entre ortigas y nubes oscuras? Se preguntaba incesantemente mientras la costa
ya estaba cercana. Allí disfrutaría de la soberanía del océano con sus sales y
caracolas. Caminaba por sendas difusas donde el eco ciego de un cernícalo se
alejaba en busca de su presa. Los barrancos en sus flancos le inspiraban cierta
pena. La sequedad de sus alientos le instigaba a ser corriente que corre por
los acueductos de la nada.¡Qué silencio¡, se decía entretanto el sol cobraba
esa fuerza para expulsar a la brisa. Solo sus pisadas era eco que venía e iba
entre esas ásperas y rugosas pendientes.
Ya el océano estaba próximo, mareas que mecen a las almas desvalidas, a
la esencia que estallan en su soledad contra muros que se resquebrajan, que se
agrietan a medida que hallamos nuestro destino. Su mirada se hallaba en el
horizonte, ese horizonte que le mostraba el azul de una manta que se extiende
por este pequeño mundo como abrigo para la belleza. Ahí lo tenía ya, el océano
que con sus sales y caracolas describiría el arco iris norte de la paz. Sus
pasos se hicieron más lentos, la emoción lo embargo en un llanto del cual
emanaron las palabras de las piedras que tanta esterilidad poseían. Palabras
que albergaban el canto de las ninfas de las aguas. Y llegó al océano con sus
lágrimas y su encanto, con su amor y sus sentidos. Se sentía ligero, integrado
absolutamente con la alegría inocente de ver el mar. Todas sus preguntas a lo
largo de su vida estaban ahí, en ese océano que acoge a las almas abatidas por
el mutismo existente en un orbe que se suicida, que se asfixia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario