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Blancas
paredes de esta cueva. He regresado. He enterrado aquella anciana donde nació y
con quien la amamantó, la madre tierra. He puesto un crucifijo de romero en su
tumba para que ahuyente los malos vientos según sus creencias. Ahora. Aquí. Un
sudor destempla mis huesos. Un estado febril y amargo me succiona y me siento
decaer. Me tumbo en mi cama, me arropo con todo lo que encuentro hallo encima
de ella y el temblor estremece mis cimientos. Sueños podridos se aposentan en
mis pensamientos corroyendo todo lo que soy. Siento navegar sin rumbo,
desorientada, más allá de estas islas. Cuervos olisquean mis ojos ¡Mis ojos¡ y
estoy despierta , esa es mi impresión. Cuervos me avisan , me agarran en su enorme
tamaña y me llevan lejos…muy lejos, donde las cárceles del horror aplastan mis
deseos, mis ganas de seguir con vida. Escucho el retumbar de su graznido,
escucho el retumbar de mi lucha. Me agarro a mi cama porque me siento caer. Un
vértigo insoportable me sacude y la fatiga y la angustia recae en los ojos de
esa mujer, esa mujer de la cumbre. Me santiguo o creo que lo hago, lo único que
sé es que este estado febril delirante me abandona. Empapada de sudor mis ojos
recaen en el techo de esta cueva y me siento revivir. Y no entiendo esta
insensatez de la vida. Es como un exorcismo, como si vomitara todo mal que hay
en mí, en este mundo distorsionado, trincado en la venganza y poder. Comienzo
por desquitarme de todo lo que está encima de mí. Me levanto, me miro en un
espejo estropeado y soy yo, soy la misma. Detrás se descubre una sombra, una
sombra negra humana por su silueta. Sin temor me doy la vuelta y no hay nadie
solo, la entrada a la cueva donde aun la claridad del día se percibe, donde aun
callan las bombas hasta que la oscuridad llegue. El sol toma su brío , las
ganas de vivir son intensas, sigo sus pasos hasta que se vaya. Mi memoria
recoge aquella mujer anciana, esa curandera de soledades. Sí, de soledades. En
su atención por el bien. En su esperanza del mañana. Y, sin embargo, ella no lo
verá o sí. Miro al cielo, no hay nubes, solo un azul perfecto, como un nuevo
renacer, unas nuevas ganas de vivir. En la verticalidad del horizonte el rumor
del oleaje lo percibo…desde hace tiempo…desde que los pájaros dejaron de
cantar. Inspiro y espiro. Me consagro como las mariposas que emigran muchos kilómetros
y escuchan el dolor, las amarguras de este planeta, pero también hay alegrías,
reconciliaciones que unas sobre otras manos son propósito de paz. Vale la pena
esperar, me digo. Esperar que esas otras
manos sean unión en la isla de Nor ¡Qué belleza¡ tan perfecto me lo imagino que
solo cabe en mi corazón, en otros corazones que lo anhelan fervientemente. Pienso
que vale la pena esperar, con un canto, con un silencio la viveza del ser
humano. Un arco iris se extiende en el horizonte, las olas murmullan y yo soy participante de este estado de la
climatología. Un estado agarro al existir, al estar vivo para que generaciones
venideras sepan con su escucha activa lo que no se debe repetir solo, el abrazo
y flores columpiándose a medida que nos respetamos sea cual sea la clase de
idea. Ideas positivas , constructivas, mecenas de un nuevo mundo, de un nuevo
despertar de esta sensación nefasta que nos hiere con su veneno. Sí,¡ qué
belleza¡ quiero esta tierra. Esta tierra que vio nacer, crecer, consumirme
hasta regresar donde el sol marca las horas, donde el arco iris habla de la
esperanza, de una libertad alentada por las palabras al viento cuando el oleaje
me susurra que volveré. Sí, volveré, regresaré donde la sangre es danza
monótona de los días y todo habrá acabado. Nos daremos de cuenta que solo
estamos de paso y en ese camino nos tenemos que deshacer de lo malévolo, de
esas barricadas que nos impide, que nos prohíben degustar de la diversidad de
este planeta. Porque el ser humano es diverso oh ¡ Cuan bello es¡
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