Atardece, casas blancas se asoman
al ronroneo del oleaje, quieto. Es un día cualquiera donde los jardines de
arena aurea anuncian que algún día vendrá. Se perdió en la noción del tiempo
entre montañas agrestes donde la pisada se hace insoportable, intransitable.
Atardece, una ventana de azul se rinde al sol, vahído en el temblor de la
brisa. Y aquí espera…sí, espera , esa mujer de largas trenzas canas, de vestido
negro anunciando el duelo. Pasan los años y sus arrugas es como lo degastado de
las paredes que escuchan su sórdida pena. Y, mientras, friega y pone la mesa
con un mantel a rayas, de rayas rojas. Ese color que la empuja a continuar en
su soledad comida para dos. Pero no llega, los años ya han son almanaques
mugrientos que quema su alma. Atardece y esa mujer de largas trenzas canas se
asoma por un instante y mira esa violácea corpulencia del cielo, la lluvia
viene. Pero el….pero el, efímero sueño donde las caracolas anuncian el hondo y
ultimo aliento de los ahogados.
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