Llamas se enciende en el firmamento donde las estrellas dibujan el designio de los corazones. Las olas en su libertad se afligen y empiezan a estallar contra rocas de nubes perfilando rostros extraños. La tarde cae. Cae como telón de orquídeas en el paraíso donde las máscaras son vigía de los ritos funerarios cuando el ser se va. Una lluvia enrarecida se queja de su hambre, hambre de campos verdes y sanos. El pueblo ya a estas horas se halla sordo al derrumbe del sol y la edificación de la luna. Solo hay silencio. Un silencio que no más lo rompe algún flacucho perro y los grillos. Es cuando ella sale. Si, espera el resguardar de todos los vecinos y desde la ladera más alta baja con su báculo nacido de la luna llena y el fuego al pueblo. Entonces, sin ton ni son, las campanas comienzan a tocar. Alguien se acerca. Alguien que no es aceptado por el pueblo. Es noche de difuntos y ella con su melena canosa y su rostro arrugado por el sol desciende al pueblo. Se dirige al cementerio y allí, entre muertos, se arrodilla. De su grave voz surge una especie de oración en la que maldice a todos sus vecinos y ruega porque su soledad sea huída en los años que le queda de vida. Los difuntos allí presentes la escuchan y se elevan de sus fosas rodeándola. “Ven”, le dicen una y otra vez. Ella rabiando por esa respuesta escupe. “Maldito seáis. Nunca descansaréis como los holgazanes de este pueblo. Dejadme en paz. Ya vuelvo a mi nido”, grita ella.
Intenta huir del camposanto. Pero de inmediato se ve inundada por cadáveres en descomposición que la agarran y la tiran al suelo. Rasgan toda su ropa hasta dejarla completamente desnuda, desnutrida ante el frío otoñal. La entierran en vida. Ella lucha y lucha pero es imposible ante la fuerza brutal de esos muertos. En el pueblo se escuchan ecos, huesos que se rompen, chillidos descomunales. Nadie abre ventanas ni puertas. Llega el crepúsculo, es hora de levantar. Las gentes regresan a sus faenas incluyendo sepulturero. Cuando llega al cementerio ve sus puertas abiertas. Entra y asombrado ante sus ojos en las tumbas hay cientos de cuervos muertos.
Intenta huir del camposanto. Pero de inmediato se ve inundada por cadáveres en descomposición que la agarran y la tiran al suelo. Rasgan toda su ropa hasta dejarla completamente desnuda, desnutrida ante el frío otoñal. La entierran en vida. Ella lucha y lucha pero es imposible ante la fuerza brutal de esos muertos. En el pueblo se escuchan ecos, huesos que se rompen, chillidos descomunales. Nadie abre ventanas ni puertas. Llega el crepúsculo, es hora de levantar. Las gentes regresan a sus faenas incluyendo sepulturero. Cuando llega al cementerio ve sus puertas abiertas. Entra y asombrado ante sus ojos en las tumbas hay cientos de cuervos muertos.
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