martes, mayo 24, 2011

EL ÁRBOL...(RELATO)


Campanas al viento que no siente la fuerza comunicativa del ser humano. Están en silencio. En ese silencio pequeño del pueblo que le ronda. Calles vacías. Un firmamento que se mece entre nubes blancas sin dar señales de vida y un monte azulado que allá a lo lejos permanece inmutable pero vigilante. El reflujo de la tarde da un cierto silencio, duermen los pájaros, los perros con sus lenguas rosadas reposan en medio de la pasividad, en la tranquilidad, en el influjo de un sol que ata cada paso, cada ladrido. Despierto en medio de este paraíso aislado sin los espejismos de los sueños. Descalza me yerto hasta la puerta y salgo. La brisa descifra que es la hora del descanso, instantes que desembocan en la siesta. Con este refugio dócil de la tarde voy hasta ese árbol que se está en enfrente de mi casa, de ese techo solitario vigía de la hoguera de la estabilidad, de la comodidad. Me siento bajo sus ramas frondosas en uno de sus troncos. Es un árbol especial, con el puedo por unas horas mantener una grata conversación sin ser interrumpida por las gentes del pueblo en las horas del letargo.
- Las esperanzas son antorchas que insomnes eleva los corazones cuando la luz del despertar incide en nuestros sentidos amado árbol.
Yo le hablo. Por qué no. El tan sabio con esos conocimientos de antaño me escucha mientras dejo que sus hojas verdes me acaricien.
- Ya observo que vas aprendiendo. Siempre te posas aquí, bajo mis ramas y ellas para ti desprenden todo lo que saben, todos esos suspiros aglutinados desde la mañana hasta estas horas. ¿Cómo te encuentras hoy? Te observo tan bella, tan enigmática…
- Si, me poso aquí porque tu sombra me da vida, inspira a mi imaginación. Hoy estoy bien con esta paz que se extiende. Tal vez algo triste.
- ¿Triste? Una joven como tú. Arriba la hermosura, que son esas penas que acosan tu corazón en el día de hoy. Anda cuéntame. Ayer tan vivaz y hoy envuelta en una extraña melancolía.
- Son penas de amor y soledad gran árbol. A este pueblo no llega nadie, siempre sometido a las mismas caras, a los ancianos que aquí habitan. Yo soy la única. Y ansío tanto amar y ser amada. Ellos me dan cariño y ternura, besos en la frente que son como las flores primaverales de la alegría pero no es suficiente. Necesito que me abracen, una caricia que me haga renacer de esta vejez precoz. ¡Obsérvame, examíname¡ Mis pasos cuando la oscuridad se evade y somos tiempo de claridad son más cortos, más cansados, el aburrimiento me acosa.
- Que terrible suenan tus palabras. La pena ensucian tu mirada, la beldad de tu mirada. Es cierto. ¡Tanta soledad¡ Arrímate a mí. No me gusta que estés tan aislada, tan dolida, tan carente de amor. Nútrete de mi savia, abraza mis raíces ellas te donarán todo aquello que necesitas.

Sin más aquel bondadoso árbol se alzo, sacó sus raíces de la profunda tierra y me tendió como si fuera una mano aterciopelada una de ellas. Suave, humedad, con el aroma fresco de la tierra contagiada de amor. Yo la acaricié, la acariciaba como si fuera mi amante. Este árbol que aun día me da sombra me enseño, fue mi maestro en el arte de la espera. Mientras él me daba todo su amor, toda su compresión.

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