La bahía,
Las endechas de los cetáceos
El rincón de las mareas, eviternas
Llegan las noticias de la herida, del lamento
Ojos blancos , ojos fatigados
Y la languidez de las horas
Un tiempo roto
La intemperie de los sentidos
Muerte.
Este blog esta bajo los derecho de autor para cualquier información laguna198@hotmail.com Lo escrito son ideas primigenias que después se han corregir y alterar.
La bahía,
Las endechas de los cetáceos
El rincón de las mareas, eviternas
Llegan las noticias de la herida, del lamento
Ojos blancos , ojos fatigados
Y la languidez de las horas
Un tiempo roto
La intemperie de los sentidos
Muerte.
Su silueta recordaba a algo. Cada
haz de sus movimientos me producía ese instante del tiempo de la memoria. Sin
embargo, no era esa persona. Ya no existía. Una combinación del recuerdo y el
viaje en lo eviterno, en lo recóndito esbozaba su imagen como parte de esa
silueta. Me acerqué, quise olisquear parte de esa extrañeza que se asemejaba al
ayer. Se dio la vuelta, mis ojos cayeron en la súbita nada donde los pozos
enmudecen en el desconcierto. Y ese tal vez me produjo cierta sensación de
desgana. Atravesé la calle y desde el otro lado su silueta, en lo lejano su
presencia se me hacía presente, real. Y ahí, me quede. Me quede con esa nada de
que su silueta me recordaba algo. El temor de que desapareciera me oprimía el
pecho. Estática. En la verticalidad de una jornada que se casaba con el
nocturno. Con ese imperio de estrellas, nebulosas, galaxias y materia oscura. Mis
ojos , quietos, con el agarre del cansancio despertaban en esa silueta. Y es
que su silueta me recordaba a algo. Alguien donde la razón de tiempos perdidos
se enderezaba a medida que los segundos, los minutos, las horas venían a mí. Alguien
que quise. Alguien donde el beso resbalo por los riscos de la distancia. Y ahí,
me quede. Me quede hasta que solo su olor me encontró de nuevo mientras su figura
se había marchado. Uhm, su aroma. Me llene toda , mis pulmones se insuflaron
hasta ese día que nos conocimos, hasta ese día que nos dijimos adiós. Y aquí
está, presente, con lo cierto de una memoria que se expande, que se contrae en
este aire que viene a mí. Y es que su silueta me recordaba a algo.
Y la ola venía. Y la ola se iba
para luego regresar. Estática, vertical con el aliento de las pardelas me
emancipaba de lo material, de lo corpóreo. Mi alma se revolcaba en un suspiro,
en una respiración pausada. Me dejaba llevar, trepando lejos de esta urbe donde
los ojos vacíos, blancos pululaban en la lumbre de mis pasos perdidos. Cierto
sueño vagaba sobre mis hombros, sobre mis ojeras y colonizada de un deseo de
ser ave de paso alcé mis alas. Y la ola venía. Y la ola se iba. Desperté de
este sueño, de estas ganas de ser pájaro en el aire. Mis sábanas de algodón
estaban revueltas. Me levanté y el inconfundible espejo de la mañana beso mis
labios áridos. Y la ola venía. Y la ola se iba. Deprisa…deprisa los cipreses
conjuran un adiós y ese adiós desvanecía cada vivencia insoportable rajando mis
espaldas. Deprisa…deprisa el hechizo de un sol. Me vire hacia la cama, ahí estabas,
plomiza, desheredada de mi corazón y con ausencia precisa eviterna. Mis ojos se
cerraron y tu olor se posó en cada porosidad de mi cuerpo. Y mi suspiro. Y la
ola venía. Y la ola se iba. Cuando quise contemplarte de nuevo ya no estabas,
solo un residuo de un adiós largo e indescifrable. Y mis manos temblorosas cogió
un folio en blanco y te escribió y te habló y te acarició y te beso en el instante
perfecto que los recuerdos acechaban estas mudas paredes. Y la soledad ató un
sórdido llanto. Y tu ida como las olas me revolcaron en un suspiro. Y la ola venía. Y la ola se iba. Y yo me
empecinaba en traerte, en llenarme de ti cabezudamente. Venías como un resto
que en un tiempo amé, que en un tiempo me amó. Claveles secos se perfilan en el
comodín, frente el espejo. No recuerdo su color solo la última vez , Aquella
tarde de nuestra despedida en un parque donde las grullas observaban. Y la ola venía. Y la oba se iba.
La casa vacía. Las paredes
susurran la dejadez. Un espejo pide clemencia y mi rostro desdibuja los
sentidos. Me arrimo donde mis pisadas de un nocturno vista mi desnudez gélida.
Mis ojos bochornosos asumen el silencio y los pájaros cantan cuando un viejo
piano alguna que otra nota. Las horas se pierden, un aliento raja mi garganta y
soy insonora sombra de mi ayer. Me duelen las manos. Me duelen las piernas. Mis
espaldas caen presa de vacíos y la nada alumbra mi perdida mirada. La casa
vacía. Las paredes susurran la dejadez. Me desvisto de mi mañana, me emancipo
de mi memoria hueca y respiro en la verticalidad de las estrellas. La casa
vacía. Estática el sueño me retrae, despierta. Mis parpados en la pesadez de
las jornadas se violentan y elevan donde un dibujo narra el canto de la nada. La
radio presta su luz, noticias de cuerpecillos en la implacable eternidad del
hambre, de la sed. Me descuido, trago saliva sabor a navajas, borbotea la
desgana y mientras visiono esas imagines de jardines rotos, heridos, con el eco
agonizante de lo podrido de esta atmósfera asomo mi estabilidad donde los acantilados
llaman a la muerte. Y la muerte viene. Y la casa vacía. Y las paredes susurran
la dejadez.