La casa vacía. Las paredes
susurran la dejadez. Un espejo pide clemencia y mi rostro desdibuja los
sentidos. Me arrimo donde mis pisadas de un nocturno vista mi desnudez gélida.
Mis ojos bochornosos asumen el silencio y los pájaros cantan cuando un viejo
piano alguna que otra nota. Las horas se pierden, un aliento raja mi garganta y
soy insonora sombra de mi ayer. Me duelen las manos. Me duelen las piernas. Mis
espaldas caen presa de vacíos y la nada alumbra mi perdida mirada. La casa
vacía. Las paredes susurran la dejadez. Me desvisto de mi mañana, me emancipo
de mi memoria hueca y respiro en la verticalidad de las estrellas. La casa
vacía. Estática el sueño me retrae, despierta. Mis parpados en la pesadez de
las jornadas se violentan y elevan donde un dibujo narra el canto de la nada. La
radio presta su luz, noticias de cuerpecillos en la implacable eternidad del
hambre, de la sed. Me descuido, trago saliva sabor a navajas, borbotea la
desgana y mientras visiono esas imagines de jardines rotos, heridos, con el eco
agonizante de lo podrido de esta atmósfera asomo mi estabilidad donde los acantilados
llaman a la muerte. Y la muerte viene. Y la casa vacía. Y las paredes susurran
la dejadez.