sábado, mayo 10, 2025

Y la ola venía...





 




Y la ola venía. Y la ola se iba para luego regresar. Estática, vertical con el aliento de las pardelas me emancipaba de lo material, de lo corpóreo. Mi alma se revolcaba en un suspiro, en una respiración pausada. Me dejaba llevar, trepando lejos de esta urbe donde los ojos vacíos, blancos pululaban en la lumbre de mis pasos perdidos. Cierto sueño vagaba sobre mis hombros, sobre mis ojeras y colonizada de un deseo de ser ave de paso alcé mis alas. Y la ola venía. Y la ola se iba. Desperté de este sueño, de estas ganas de ser pájaro en el aire. Mis sábanas de algodón estaban revueltas. Me levanté y el inconfundible espejo de la mañana beso mis labios áridos. Y la ola venía. Y la ola se iba. Deprisa…deprisa los cipreses conjuran un adiós y ese adiós desvanecía cada vivencia insoportable rajando mis espaldas. Deprisa…deprisa el hechizo de un sol. Me vire hacia la cama, ahí estabas, plomiza, desheredada de mi corazón y con ausencia precisa eviterna. Mis ojos se cerraron y tu olor se posó en cada porosidad de mi cuerpo. Y mi suspiro. Y la ola venía. Y la ola se iba. Cuando quise contemplarte de nuevo ya no estabas, solo un residuo de un adiós largo e indescifrable. Y mis manos temblorosas cogió un folio en blanco y te escribió y te habló y te acarició y te beso en el instante perfecto que los recuerdos acechaban estas mudas paredes. Y la soledad ató un sórdido llanto. Y tu ida como las olas me revolcaron en un suspiro.  Y la ola venía. Y la ola se iba. Y yo me empecinaba en traerte, en llenarme de ti cabezudamente. Venías como un resto que en un tiempo amé, que en un tiempo me amó. Claveles secos se perfilan en el comodín, frente el espejo. No recuerdo su color solo la última vez , Aquella tarde de nuestra despedida en un parque donde las grullas observaban.  Y la ola venía. Y la oba se iba.

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