Su silueta recordaba a algo. Cada
haz de sus movimientos me producía ese instante del tiempo de la memoria. Sin
embargo, no era esa persona. Ya no existía. Una combinación del recuerdo y el
viaje en lo eviterno, en lo recóndito esbozaba su imagen como parte de esa
silueta. Me acerqué, quise olisquear parte de esa extrañeza que se asemejaba al
ayer. Se dio la vuelta, mis ojos cayeron en la súbita nada donde los pozos
enmudecen en el desconcierto. Y ese tal vez me produjo cierta sensación de
desgana. Atravesé la calle y desde el otro lado su silueta, en lo lejano su
presencia se me hacía presente, real. Y ahí, me quede. Me quede con esa nada de
que su silueta me recordaba algo. El temor de que desapareciera me oprimía el
pecho. Estática. En la verticalidad de una jornada que se casaba con el
nocturno. Con ese imperio de estrellas, nebulosas, galaxias y materia oscura. Mis
ojos , quietos, con el agarre del cansancio despertaban en esa silueta. Y es
que su silueta me recordaba a algo. Alguien donde la razón de tiempos perdidos
se enderezaba a medida que los segundos, los minutos, las horas venían a mí. Alguien
que quise. Alguien donde el beso resbalo por los riscos de la distancia. Y ahí,
me quede. Me quede hasta que solo su olor me encontró de nuevo mientras su figura
se había marchado. Uhm, su aroma. Me llene toda , mis pulmones se insuflaron
hasta ese día que nos conocimos, hasta ese día que nos dijimos adiós. Y aquí
está, presente, con lo cierto de una memoria que se expande, que se contrae en
este aire que viene a mí. Y es que su silueta me recordaba a algo.
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