Un cosmos fósil. Somos pasajeros
del tiempo. Ojos blancos bailando con intemperie del planeta tierra. El asombro
conquista el vieje. El viaje al infinito de nuestra sustancia, de nuestra
esencia. Las ojeras retoman cercanía y aquí donde no hay atmósfera se respira
el sosiego, el silencio de una supernova que nos invita a moldearnos según ese
instante…ese instante eviterno en las horas. Y las horas, dónde están. Un amago
de malestar se posa sobre los hombros. Y miramos. Y volvemos a mirar a la nada.
A este imperio cosmológico interminable, continuo entre el caos y el callar. Y ahora aquí, en este mundo que nos contiene.
Observamos el balanceo del oleaje. Viene y va. Va y viene. La vida se siempre
en cualquier momento ¿Estamos solos? Solos y nuestros miedos, presionando las
tripas hasta ser hijos no más de este universo, sibilino, misterioso. Errante en
vidas ausentes en el tiempo. Huelo una rosa y escrutinio con el cuidado estas raíces
que nos amparan. Estamos , somos una especie perdida en un sistema oscuro,
desconocido con el deseo de encontrarnos. Sí, encontrarnos y tal vez y, quizás
en el curso de los siglos no estemos tan solos en la enfermedad. Despierto y
recuerdo como terráquea que somos hijos de los vientos, de los mares, de las
lluvias , de esta atmósfera que nos permite cobijarnos en el ahora, en el
presente. Sin embargo, nos hacemos daño. Las batallas absurdas¡, las batallas pérdidas
son nuestra compulsión arrebatada, injusta. Abrimos los ojos y la pena arrebata
una sonrisa, una vida. Y de hecho, seguimos , amamos, odiamos. Una contrariedad
que nos encoje en un rincón de esta galaxia, solos, abatidos en la globalidad
enferma.