sábado, abril 20, 2013

Vuelve...


Vuelve una cierta atmósfera donde el emerger de la brisa caliente nos induce a ser lento andar por la orilla de una playa. Cuerpos desnudos se expanden a medida que el ronroneo de las olas es grito de sus rostros disfrazados. En la intimidad, cuando el océano vomita su blanca suavidad cabalgamos en el. Pensamos lo maravilloso que es su tacto cuando la humedad recorre nuestra piel como amante aventajado de las jornadas. Nos introducimos más y más, más allá de esa barra de magma solidificado donde a la deriva van a las barcas. Intentamos ser parte de él. Pero somos retorno a esa orilla donde el cansancio nos brinca el placer de ser aliento de su nada. Otra vez la vida. Nacemos con la sensación de un eco que se prolonga en la sonrisa. El silencio y la soledad nos acompañan. Eso soñaba. Se despertó con la sensación vaga del calor. Se levanto y abrió sus ventanas de par en par. Vio el ambiente una especie de neblina amarilla a causa de la calima. El ardor de la brisa le quemaba los labios. Pero no le importaba que ser parte de ese estado de la naturaleza. Descalza dejó la sonata del vientecillo que penetrará por su ventana y se dirigió al baño. Allí una ducha de agua fría la estimuló suficiente para pasear por esas calles vacías empolvadas. Miraba aquí, miraba allá y el silencio hizo su pacto con el tiempo y la soledad hizo su pacto con los seres. Sus pasos lentos, su voluntad con celeridad decidió aproximarse a esas veredas donde el rigor  de las arboledas las hacia permanecer estáticas, quietas con el único soplido del aroma de su verdor. En ese instante su sensación se sumergió en espejos que nos miran. Si, los arboledas la observaban, examinando cada fragmento de ella que se iba evaporando a medida que el sol declinaba. Quiso tocarlo y lo tocó. Su roce provocó un cierto alivio, una cierto respirar pausado en su mirada cuando descubrió que eran iguales. Sí, las mismas raíces ancladas en la tierra, la misma  savia corriendo por nuestras venas, el mismo estado de ánimo cuando la madre naturaleza nos impulsa a hechos desagradables, hechos afables. De sus ojos comenzó lágrimas de gozo. No estaba sola, no había absoluto silencio. Las palabras de aquel árbol la caricia de sus ramas  la invocaban a la eternidad de las emociones positivas. 

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