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lunes, junio 17, 2013
No se me iba acercando a esa criatura que emergía
entre las rocas. La observaba hace rato como contemplación de la severidad, del
equilibrio. Sus ojos estaban cerrados y parecía como si durmiera. Pero
imposible. La posición de su cuerpo apoyado en una sola pierna delataba que
estaba ensimismada en sus pensamientos. Yo me aproximaba más y más. La tarde
con una luna llena ya presente decía algo de su ser. Algún rumor muy bajo que
no lograba escuchar. Y me acercaba y acercaba. Cuando llegue junto a ella su posar
era el mismo. Sentí ganas de acariciarla, de que mis manos fueran un sutil roce
que no la molestara. Estuve rato así, mirándola. La tentación se hacía cada vez
más fuerte y el peso de mi corazón me indicaba que lo hiciera. Y lo hice.
Acaricia una de sus manos pero ella seguía estática. Estaba fría y su olor. Ay
su olor…Es como esas cenizas que dejan los muertos después de quemarlos en las
hogueras del olvido. Aun así no dejé de rozar sus menudos dedos. No me
transmitían nada. Solo el apagamiento de su esencia, de mi esencia. Parecía un
hola y un adiós. No un hasta luego. Una despedida que se prolongaba hasta mi
castigada vida. Comencé a llorar. No se por qué. El bramar de la mar era terso,
suave, una mezcla entre ternura y compasión
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