Y viene la ola. Viene con el rumor de un viento que no cesa.
Sobre una roca nos sostenemos, en equilibrio aguardando esos deseos que de
nuestro corazón manan. Sí, nos decimos. Vendrán. Con su cuerpo azul. Con su
cuerpo verde. Con su cuerpo rojo. Con su cuerpo amarillo a ampararnos cuando la
mar nos no lleve a sus profundidades oscuras.
Y viene la ola. Un seno rajado al tiempo que la espera se
alarga. Puentes de raíces nos agarran fuerte para ver más allá de un horizonte
hijo de la noche. Podemos avanzar. Caminar sobre arrugadas mareas que nos alcen
sobre cielos donde los astros tiendan su luz para seguir, para continuar esa
aventura de lo queremos.
Y viene la ola. Más sutil. Más apagada. Seguimos sobre la
roca y los días corren tras un aro hasta al infinito. Vemos pasar nuestra vida.
Alegrías. Penas. Neutralidad. Nos acoge un cierto aroma de cansancio. Pero la
mente es rival de este nimio agotamiento. Y saltamos, danzamos sobre la roca.
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