Trasladada a ras de las esferas de la insonoridad.
Perdurables agonías desembocando en la nada.
Huecos abundando en sus pechos caídos
Lamentando los años idos en ventiscas
De errar y errar tras riscos del abismo.
Sus manos, cosidas con el eco de los pinares,
Lamiendo un mañana incierto, inhabitable
Para sus sueños, para sus verdes pies
En la frontera del despertar.
La queja la entierra en hondos océanos.
Herida y maldita cierra sus ojos.
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