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Estoy
bien, aun estoy bien en este presente observando como la brisa ondula las
sábanas tendidas. En la acera toda callado, un mirlo se posa en el jardín de
este edificio. Me envuelve la fragancia a café ¿por qué?, me digo. La primavera
trae el ayer como custodia del hoy, del ya. Veo la playa, aun solitaria, aun
calma, aun con su mordisco de un tiempo inestable. Ahora hace sol pero
¿después? Será el florear de algún chaparrón. No obstante me desprendo de esta
azotea y bajo a mi piso, voy de escalón en escalón absorbiendo lo único que tiene vida, el café. No, no conozco a mis
vecinos. Entran , salen y vuelven a entrar y salir pero sin ninguna
observación, con algún quizás un saludo de educación. Todo es silencio, solo el
barullo del oleaje. El sonido del mar y bajo un techo donde mi vida se aísla de
lo pesado, de los angostos pasillos de un pasado y este presente. Me llega los
ojos de una epidemia, de una peste cuyo nombre no vale la pena ronronear. Solo
la peste, desbaratando lo cotidiano, la fortaleza de las gentes. Ahora, aquí,
estamos en ese episodio. Hoy una jornada primaveral del siglo XXI azota la
peste como en siglos pasados. Estamos encerrados y me parecen inimaginables los
hilos quebrados que mueven este mundo. Cojo mi toalla, mi bañador y me bajo
hasta la playa. El silencio, el vacío, la nada me acecha y en mi viene el juego
del clavo cuando veníamos del mercado en aquel verano esperando la noche mágica
de San Juan. Íbamos a la playa siempre con los ojos vigilantes de mis padres y
jugábamos y jugábamos. Ante el asentir a lo lejos de ellos nos dábamos un
chapuzón. Ojos que ya no me ven, ojos espirituales abrazándome cuando de mi
surge el temblor. No hay nadie y tiendo mi toalla en la arena. Me dirijo al
agua, quieta está la marea y nado y nado con mis gafas de natación. Admiro la
riqueza de este océano en cada brazada pero no me detengo. Todo es limitado,
hasta nadar aun no habiendo alguien. Sargos, salemas, fulas y un etc…se
depositan ante mis ojos, me reconforta y regreso, me seco y de nuevo retorno a
mi casa. Una casa no lejos donde nací,
siempre volvemos a nuestros orígenes de igual manera o de otra pero,
siempre. Todo es cíclico. En mi vuelta alguien me saluda, a lo lejos. Percibo
que la enfermedad se irá como tantas
ocasiones a lo largo de la historia y regresará con el mismo motivo, la muerte,
la dejadez, la desilusión. Volvíamos corriendo y mojados a los brazos de mis
padres, ellos tenían las toallas con las que no secaban un poco y descalzos
llegábamos a esa gran casa extraña ¿ extraña?
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