Calles. Aceras espejos donde su rostro desvirtuado se refleja tras la intensa lluvia. Es invierno. Es gélida la atmósfera que lo saborea en sus pasos cotidianos. Con presura se abre en un parque donde los pajarillos cantan, cantan al vacío. Sus pies se envuelve en barro, la humedad se incrusta de abajo arriba , de arriba abajo. Mira el cielo de una mañana temprana, de una mañana agitada por la danza mansa. El arco iris por unos instantes roza sus ojos…sus ojos envueltos en sueños, en deseos. Interioriza cada secuela de su estancia en esta tierra y en se examen de la memoria se pierde en la nada. Sale del parque y una cierta vagancia vuela en su estómago. Aturdido por el frío pisa las aceras con el callar de la isla. Calles donde caracoles emergen ante la mudez, donde un mirlo se posa en su hombro estático. Quieto, sonríe. Engendra alas negras de sus manos…de sus manos libres. Se queda en la imagen de ese arco iris. Eleva sus brazos y sus alas negras…muy negras aletean las escenas de su existencia. Pisa un charco pero ya no siente frío solo, un momentáneo sudor que lo llevan lejos…muy lejos, donde nadie puede llegar. Solo, bate sus alas negras…muy negras y de inmediato su cuerpo sobrevuela calles, calles inspiradas en la terca polución de las palabras. Vuelve bajo su techo, nido donde sus alas negras…muy negras vencen brusco, lo violento de la isla. El sol aprieta alejando los nubarrones y sus manos de alas negras…muy negras aletean en un baile calmo de la esperanza, de la liberta de sus sentidos.
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