jueves, septiembre 23, 2021

LA AZOTEA

 








Está  en su azotea. Porque ella está en su azotea. Una lengua de fuego la advierte desde su vista cansada, de sus ojos ancianas. Otra vez, se dice. Y se dice del temblor de la tierra. Y se dice del vomito de su vientre del quejido de la madre tierra. Ella desde su azotea, porque está en su azotea lo entiende y conversa con ese flujo de lava que se arrastra lentamente hasta su casa. No, no me iré esta vez, se dice. El agotamiento de mis años no me deja tomar aliento y ser huida del fin. Todo ha terminado. Esta es mi tierra. Esta es mi azotea donde tiendo mis sueños, donde la sonoridad del pueblo me distrae, me alegra, ameniza cada despertar desde esta isla ¡Ah , la isla¡ Se desvanece entre tinieblas para después surgir como hija de los vientos. Está en su azotea. Sus lágrimas cuecen en su rostro, se mira sus viejas manos, sus huesos retorcidos  y bajo su corazón esconde un secreto, la calma. Escucha el sonido de la desesperación, de la agonía de su tierra. Y ella en la azotea, porque está en su azotea se deja ir al ritmo que todo es destruido. Ya no le queda nada, la soledad. Una soledad concienzuda en ella, una soledad testaruda en ella, una soledad perpetua en ella. De repente todo para, un silencio estremecedor, incontenido la confunde. Siente cierta amargura ante este callar, ni los pájaros cantan. Un hondo quejido dice de que todo ha terminado, el volcán a dejado de escupir, la tierra ha dejado de temblar. Y ella ahí, en su azotea. Rastrea todo su entorno y una larga pena martiriza sus fuerzas. Y no por ella sino por los otros, por aquellos que la han acompañado en su silencio, en su azotea.

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