Atada a las clemencias del
viento. Un viento que no cesa…que no cesa. Lo frío se transpira y somos tremor
de lo lejano, de lo ausente. Mis piernas firmes deambulan donde los soles son
buenaventura de un nuevo despertar. Esbozo una sonrisa, esbozo lo cotidiano de
las jornadas hilándose hasta el desinflar del día. Y el viento no cesa…no cesa
en su soberbia, en su impertinente manera de susurra los ecos del silencio.
Todo cambia. Todo se transforma de manera determinante para lo que respiramos
de esta atmósfera. Las alambradas aún existen, el mundo no media con la
pacificación de los corazones, de las almas. Se me ha descocido el bolsillo del
pantalón, ahora me doy cuenta. Todo se pierde, cae en el curso de una
desesperanza de hallarlo de nuevo. Lo coso. Todavía el sol no da los toques de
la bienvenida de nuevos sueños, de renovadas ideas. Lo espero. Lo coso. Da lo mismo lo que se
halla quedado atrás, no vale la pena seguir con la rutina monótona del ayer. Mi
bolsillo luce ahora como nuevo. Como nuevas horas donde la pisada vertical de
mis alas brotaran ojos lúcidos, manos abiertas al saludo. Y el viento no cesa…no
cesa. Miro desde mi balcón con una taza de café entre las manos, absorbo de su
cálida manera de despertarme. La música casa donde habito se incrusta en mi estomago
y divago. …divago en el sonido de este mundo. Sus latidos se hacen débiles,
pero habrá un mañana, un mañana donde el viento no cesa en esperanza.
DSP
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