17
Después de los años que vivo aquí, me he acercado a la playa. Nunca había visto el mar, un mar quieto, alentando olillas que dibujan con su espuma blancas los deseos o, así yo lo intuyo. Un mar extenso, interminable. Fijo mis ojos en su horizonte y el cielo es línea que los divide. Veo gentes bañándose. Yo escrutada por un velo me da pereza y vergüenza. Las veo libres como las gaviotas que en picado cazan su presa. Es un mar azul, verde, una mezcla que seduce en belleza. Es un mar arrugado y me aproximo a su orilla. Bajo a la arena y su humedad me produce un acumulo de sensaciones, miedo y atrevimiento. Me quito las playeras y dejo que mis pies se mojen con el vaivén de las olas. Su sonido es grave, un rumiar repetitivo que me embebe, que me relaja cada uno de mis temores. Me siento presa de su grandiosidad y a la vez, en su desértica masa veo el reflejo de mi rostro. Un rostro con rastros de una edad que avanza, que camina en la corriente de su mañana. Y tengo ganas a estas primeras horas de la mañana de quitarme la ropa e penetrar en él. Algo me detiene, el pudor. Sí un pudor de acuerdo a los axiomas que me han criado. Me dejo la ropa, arrimo mis playeras a un lado y en ese instante donde la brisa toca mi tez entro. El agua me llega a las rodillas, la ropa se me pega a la carne y un frío invernal asciende hasta mis sentidos. Presiento que me observan ¿Qué hará alguien vestida dándose un baño en la playa? La playa, el océano, limites indeterminados donde otros han muerto. Me estremezco con solo pensarlo, con solo sentir que aquí han fallecido gentes. Su transparencia me lleva de nuevo al martirio, al terror. Morir ahogado, me impresiono de manera letal y en mi se pronuncia un aliento yermo. Estoy oxidada, estoy corroída, estoy carcomida, estoy devastadas por la interminable lucha por la supervivencia. Y entristezco, un lamento que me absorber y me seda de todo movimiento. Abro los ojos y el horizonte, un sol poderoso incide en mis ojos, tirito y me da igual. En estos instantes que he conocido la mar quiero aprovechar de su hegemonía, de su dominio en toda mi entereza. La escalada de una fatiga me lleva a salir. No pasa nada. Mi hijo viene con sus amigos y quería comprobar que era segura. Es segura cuando se trata de juegos de muchachos en la proximidad de la orilla y serenidad. Es segura cuando no se prenda la huida en lo oscuro de sus profundidades, en la inmensidad de su cuerpo. Siempre habrá una traición, de quién, no se sabe. Una traición con los arrojará en las fosas anónimas, lo grande de este cementerio donde las ballenas lloran. Temblor...Siento temblor, algo en mi se atraganta y me maldigo porque siempre vuelvo, siempre regreso donde el dolor es inevitable y verdadero. Y este mar me sabe a llanto, me sabe a dejadez, me sabe a ruinas hundidas en su extensión. Piso esta arena húmeda ahogando mis pensamientos. Piso esta arena húmeda como precipicio de lo mortandad. Piso esta arena donde cuerpos han sido escupido cuando la marea se harta, explota y disemina la pena. Piso esta arena en una huida y regreso entre mis cuatro paredes y regreso en la protección de ese techo que me dará sombra para la seguridad y degollará el martirio que existe en mí....CONTINUARÁ
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