martes, mayo 06, 2008

LA MUERTE



LA MUERTE
La tarde es naciente de la penumbra. Una niebla densa y viscosa merodea por cada una de las casas del pueblo despertando así el olor a bosque, a hierba. La casa de Anne se encuentra apagada, no hay luz en su interior. Ella, de rodillas, se halla en los campos de cultivos. Está sola con el párroco del pueblo.
- ¿Por qué? ¿Por qué me tiene que suceder esto a mí?- dice ella en un sollozo que hace ser más fúnebre el ciprés que está detrás de ella.
- No hija mía. El ahora estará allá arriba en la vera de Dios descansando.-sermonea el párroco a la vez que pone su mano sobre la cabeza de Anne.
- No padre. ¡No¡ Ello es imposible- grita Anne
El aroma del azahar vuela alrededor de ellos. Una pequeña brisa se levanta anunciando la huída de la niebla.
- Pero hija. Como que imposible. Dios lo cuida ahora. Su alma vaga entre nosotros. Reza por él.
- ¡Rezar¡ ¿Rezar a dicho? Váyase usted a la mierda. No creo en sus rezos. No creo en su Dios. ¡Creo en la vida¡ Esta vida que nos viste de palabras, de silencios, de acaricias.
- ¡Anne¡ ¡Anne¡ Comprendo que estés dolorida y más con este tipo de muertes repentinas. Pero, no olvides hija, existe Dios. El está ahí- el cura con paciencia implanta esas palabras.
Anne se levanta. Se vira hacia el ciprés. En él ve una figura fantasmagórica que le hace palidecer.
- Anne , ¿qué te pasa? ¿Te encuentras bien?
- ¡Qué me pasa¡¡Qué me pasa¡-la histeria la cruza- Pero es que no se da cuenta. Dígame, no se da cuenta. Mi marido se ha muerto- el llanto la caza-Sí, señor cura.¡ Mi marido ha muerto esta mañana por estos campos¡ Toda su vida cuidándolos. Y , ahora, observe como se lo agradecen. ¡Qué me pasa¡ Usted viene con sus chorradas, con su palabra serena intentado inculcarme ese culto a un Dios que no existe. Después de la muerte no hay nada. Yo sin él soy nada.- grita.
La noche con celeridad los aparta de la última claridad. Se presenta fúnebre y devastadora. La humedad corretea por cada uno de ellos. De los naranjeros, ejemplos de espíritus de la oscuridad, son quejido. Anne se vira y enclava sus pupilas de cuchillos con las del cura. El tambalea un poco en el poder de convicción y se siente invadido por el temor a esa mujer.
- No pienses así Anne. Medita. Creo que deberíamos volver a tu casa.
- Usted no es quien para decirme lo que he de pensar. Yo no tengo que meditar nada. Tengo mis propias ideas si lo quiere saber y su Dios no está en ellas.- con un aullido feroz y agresivo Anne se desahoga con el cura- Y si quiere saber si voy a volver a casa, olvídese. Me quedaré aquí. Aquí donde la muerte sorprendió a mi querido esposo- se aproxima al cura con una insinuación cínica- Usted señor cura ha estado toda la vida solo, no. ¿Alguna vez se ha enamorado, ha besado, ha penetrado su lengua que solo sirve para sermones, creo yo, en la boca de una mujer?
- Pero como se le ocurre decir esas cosas- se ruboriza y su tez toma un color carmín- Comprendo el estado en que esta.
- ¡El estado en que estoy¡ Estoy perfectamente. Se ha muerto mi marido. Usted, tal vez , no lo comprenda. Y quiero permanecer aquí toda la noche. Aquí en el último lugar que estuvo con vida y saborear así todos estos años que trabajamos juntos. Hágame el favor de irse. Largase maldito. Quiero estar sola.
- No, hija. La soledad y tus condiciones no son buenas aliadas.
- Pero, de que va usted.- lo señala con el dedo- ¡Lárguese¡- se lleva las manos a la cabeza y se tira de los pelos.
- No puedo dejarla usted en este estado. Compréndame.
- ¡No¡ No lo comprendo. Acaso , me esta llamando loca. Loco es usted con sus estúpidas creencias.-dice airada
El nocturno se acopla absolutamente. La niebla es muda. El viento calla. La luna emerge como amiga de aquellos que buscan el camino. El cura cabizbajo se va con paso lento. Anne se vuelve otra vez hacia el ciprés. Se aproxima mientras sus fuerzas desfallecen paulatinamente. Lo abraza como si de su amor se tratara. Siente de el llamas encantadas que la azotan con una leve tonada. Ve su imagen. Lo siente. Se querían tanto… Ante sus ojos la escena de sus cuerpos sudorosos cuando terminaban la labor. Ante sus ojos la escena de esa ducha juntos para después cenar.

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