Volvemos a la caricia que se expande a ras de nuestra piel. Es la madrugada y un evocador Orión nos moldea a través de la secuencia enérgica de las emociones, de los sentimientos. Un gemido suena a lo lejos, una sociedad que se comunica con las entrañas del dolor y el habitar de la sed nos acosa. Seguimos en nuestra danza particular decididas en que las nubes que rompen con nuestras miradas sean de un tono azul, verde. Un tono tranquilizador en el mañana. Volvemos al beso, ese beso emergente de la esperanza de nutrición de estatuas inanimadas para que con la llamada pintada sobre muros indolentes nos azoque en el discurrir del desequilibrio de la justicia. Volvemos al sueño, gaviotas emigratorias que nos sonríen cuando la espuma se esparce en el inmortal crecimiento de nuestros deseos, garras que erupcionan en la fértil fragancia de pinos viejos aconsejando a la brisa el sentido de nuestro norte.
Norte de vida
Norte de la espesura de nuestro corazón
Norte de la alegría
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