domingo, marzo 18, 2012

LOBOS(NOVELA CORTA)


LOBOS



Despertó aquella mañana con el resplandor del astro rey como mediador de nuevas vivencias, como ese animalillo naranja que renueva la esperanza para solventar las deudas del alma del pasado. Estaba semidesnuda y como de costumbre se dirigió a la ventana de su cuarto. Sus pechos a ras de la brisa se erizaron, sus ojos se eclipsaron ante el recuerdo de amores del ayer. Todos sus fracasos eran pesada niebla imaginaria que le vino de golpe. Todavía no había conseguido volar, desprenderse de ese paro que la atosigaba. Cartas sin contestación en su ambular por las aceras de la ciudad. No había oportunidad y ello la aturdía. Con ese día y día levantarse de la calidez de su cama al encuentro de un trabajo. Despertó con la ilusión renovada cerrando todas esas malas jugadas de la vida. Descalza se fue al baño aprovechando que su anciana abuela y su madre estaban el mundo de los sueños. Se enjuagó la cara con agua de rosas para luego terminar de desnudarse y terminar de despertarse con una ducha de agua fría según dicen transmite energía positiva y calma. No sabía lo que esa jornada estaba a la vuelta de la esquina. La llamarán o no la llamarán. Mientras sus pensamientos pasean por esa vida suya, esa vida en la ciudad que cada día la atosigaba más. No salía casi ya de su casa y la soledad la acechaba a cada instante, a cada momento. Se sentía incomprendida, hechizada por una capa de acero que la alejaba de todo. Rememora siempre en su despertar su época estudiantil. Fueron alegres pero también la nada circulaba. Siempre sumergida en sus nieblas. Tal vez por los malos tratos de su niñez. Fue a una residencia, una de estas donde las monjas tienen aspecto rígido y adusto, con miradas marmóreas. Le hizo bien, bien por qué el convivir bajo un mismo techo con chicas de otros lugares, de otras condiciones, de otras riquezas la enriquecieron interiormente en el aprendizaje de la vida. Se ríe. Sí, una sonrisa despierta el movimiento de sus labios cuando bien recuerda esas cartas que enviaban a la portería de algún chico. Todo un juego de primera relación, de primer amor. Correrías por los pasillos, murmullos en las habitaciones y las ilusiones abriéndose como las flores de un nuevo jardín. Si la chica no lo quería de las ventanas sonaban silbidos y tiraban tomates. Un día le toco a ella, no se sorprendió pues el pretendiente era un chico que no la dejaba de mirar en la facultad y a ella le atraía. Sí, una especie de hormigueo recorría su imaginación verse rodeada por sus huesudas brazos. Que contenta estaba dama de las olas del ensueño con la bruma que corría por el denso otoño reino de la hojarasca. Esa estación, no se, daba pie a ser amado, a ser querida bajo la fogata de un Orión siempre presente. Esto la indujo a sentarse en el sillón del salón y desempolvar aquel álbum de fotos de su época universitaria. Ya no quedaba rastro de nadie, todo se había esfumado. Tal vez por no ser una joven abierta al coqueteo de la hipocresía. En el transcurso de esos años solo albergaron playas vacías por cada ser que conocía, no llegaban a su sueños. Motivos de soledad eran estos solo acompañada por su poesía pueril pero dolorosa. Su madre criada con la estricta regla de la dictadura la llevó a muchos médicos. Algunos la tomaron por loca. Esto la rajo, la aisló a hacer nuevas amistades. Le hicieron tanto daño, tanto que solo fue carreteras fugaces de una libertad soñada. Libertad que no más que le hacían cometer errores como irse a estudiar fuera para romper esas cadenas que le ataban al mutismo de su vida, para dar un giro en ella. Al llegar a casa de nuevo la bronca “Por qué no te peinas bien. Por qué no haces esto. Por qué no haces aquello” .Estaba agobiada.
Su cavilar se fue extinguiendo en ese despertar un tanto repetitivo. Sentía ya los pasos de su abuela y su madre que iban a la cocina para desayunar. Ella fue tras ellas. A esas horas el silencio era aún era latente solo el dulce murmullo de los pajarillos al alba. Seis ojos que no se miran solo el café pestañean que ya está listo para dar comienzo a esa primera comida del día. Después del desayuno la abuela y Anne salen como de costumbre. Un paseo por ese parque donde la hojarasca de la estación cae por no conservar su verdor. Anne le da de la mano a su abuela. Unas manos huesudas y lánguidas con riachuelos de venas que dicen de sus años de trabajo en la agricultura. Manos gruesas y casi deformes pero que generan cierta calidez que Anne absorbe de toda su energía constructiva. Se sienta en un banco, la brisa otoñal les da pequeña bofetadas en sus rostros blancos, el sol del amanecer estaba aprisionado sobre nubes cenizas que amenazan con lluvia. Por lo que se levantaron, dieron un rodeo por el parque y fueron de compras para llegar antes de que esa fina agua entre algodones plúmbicos descargara sobre ellas.
Anne no sabía de la sorpresa de ese despertar. Su madre, en casa, ha recibido una carta certificada. No hizo como tantas otras veces, abrirle la carta a su hija. Espero impacientemente a que ellas llegaran. Al sentir que la llave se mecía suavemente en la cerradura se apresuro para abrir ella misma con el sobre en la mano.
- Mira hija. Mira lo que te ha llegado hoy. Quizás…-la emoción no la podía contener.
Anne dejo las bolsas en el suelo y cogió la carta. Sus manos le temblaban. Qué será. Qué será. Se decía a ella misma. En su interior se rezaba ojala fuera un trabajo para felicidad de todos.
-Ábrela. Ábrela hija.
La madre se remordía por dentro, está tan impaciente…Anne sin más la abre pero algo hizo detenerla antes de comenzar a leer. No sabía que fuerza la impedía a descubrir aquellas palabras.
- Primero me haré un café.
- Pero Anne. Léela ya. Parece como si no te interesase nada la vida. Pareces que abandonas todo cuando llega una oportunidad.
Anne no escucha sus palabras, se dirige a la cocina directamente. Se sienta. Cuando la cafetera comienza a bullir la madre entra.
-Pero mira lo que has hecho. Siempre haciéndome trabajar. Siempre ensuciando todo lo que tocas. No sientes pena por mí o que. Por mi vida, llena de sufrimientos.
- No te alteres que ya lo limpiaré.
Anne coge un paño húmedo del fregadero y asea aquello que había molestado a su madre.
-Déjalo. Déjalo que tu no sabes hacer nada.
La madre le arrebata el paño con cierta violencia. Anne no hace nada. Se sienta de nuevo en una de las sillas de la cocina. Cuando la madre termina de limpiar se sienta al lado de ella.
- Vas a leer ya. Aquí tienes el café. Comienza hija- dice benevolentemente
Y Anne comenzó su lectura:
Estimada señorita Anne:
Hemos leído su curriculum y nos interesa. Le ruego que se presente en nuestra oficina lo antes posible pues tenemos un puesto para usted.
Reciba un cordial saludo
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- Ya no dice nada más
- Nada más.
- No madre. Nada más. Tengo que ir a presentarme. Iré hoy mismo.
- Arréglate antes de ir. Tienes que ir bien vestida y también algo maquillada. Una buena presencia hace mucho.
Anne sale disparada de la cocina, desnudándose por el pasillo llego al baño. Despacio, respirando hondo se quito su ropa interior. Se mira al espejo, ese espejo en que el un cuerpo huesudo y pálido era reflejo. Se ve fea, horrible por lo que se dio la vuelta y se introduce en la bañera. Segunda ducha del día, una segunda vez ahora con el pulso de su corazón acelerado. Espera que el agua se templara y veta sus ojos en sueños, en ese momento entra la madre. Abre la cortina que cubre a Anne del frío y con un grito histérico da órdenes.
-¡Dúchate bien que pareces una guarra¡
Anne de inmediato cierra la llave.
-¡Déjame, no me gustan que me miren cuando me baño¡
- Le dices eso a tu madre. Tu madre que ha dado la vida por ti. No. Déjame que yo te lavaré la cabeza. Eres tan desastrada, tan dejada…
Con champú en mano restrega la cabeza de Anne. Anne humillada. Anne herida.
- Para, para. Que me haces daño madre.
La madre se detiene, se lava las manos y sale del cuarto de baño sin decir palabra. Anne continua con su ducha, su segunda ducha, la necesita tanto ahora que se queda sola. Deja correr esa agua como si fuera una cascada donde mágicos resoplidos de pétalos la acariciaran. Después cierra el grifo y coge una toalla, empieza a secarse como si la mano de un amante se tratase. Sus pies, sus muslos, su vientre, sus senos. Todo muy lento. Se enrolla a su cuerpo desnudo la toalla y se va a su habitación. Cierra la puerta despacito ahora que su madre está distraída hablando de lo que tenía que hacer. Una música ambiental proveniente de la radio la embarga en un poema. Coge su pluma y ante un papel en blanco comienza a escribir, a escribir esos versos que tronan como la seda en su mente. Alarga un suspiro. Se yerta de nuevo y se dirige a su armario. Tonos azules elige, tonos composición de la paz, la tranquilidad y la esperanza. Se mira al espejo y ve reflejada otra imagen, una imagen extraña pero extraordinaria. Era ella. Sale de la habitación y fue a despedirse de su madre y su abuela. Su abuela le guiña un ojo. La madre como siempre no la deja salir bajo ese techo hasta tenerla bien examinada.
-Ven aquí que te voy a peinar hija.
- Pero si ya me he peinado.
-No. Deja que yo te de un repaso. Eres tan desastrada.
La madre cepillo en mano surcó el cabello de Anne a medida que murmuraba una canción.
-Ya te puedes ir hija.
Anne se despide de las dos con un beso a la mejilla. Primero a la abuela y luego a la madre. El beso a madre fue frío, metálico, rígido. Baja rápidamente la escalera no quiere encontrarse con algún vecino, los gritos de años le habían afectado tanto…En el sentido de la brisa se erige a la parada de la guagua. Hace tiempo que no sube en el autobús, los problemas en su casa y el desempleo la hacían enclaustrarse más y más olvidando todo ese mundo exterior. Espera paciente, el astro rey nace de nuevo con más energía, más maravilloso. Se sienta al final de la guagua, su mirada al exterior le permite comprobar lo grandiosa que era su ciudad. El bus se fue llenando de gente, gente de rostros que vienen, gente de rostros que van, gente que no le permite respirar. A ella eso le agobia, los sudores lamiendo su cuerpo, un surtido de perfumes por aquí y por allá. La fatiga la carcome pero cuando vio la parada ya cercana un halito de tranquilidad le ayuda a descender de la guagua.
La ciudad ese enorme animal sin patas que danza con las prisas, con los humos, con los restos de arboledas perdidas en algún parque. Eso imagina Anne a medida que avanzaba por esas calles en dirección de la oficina que la habían llamado. Se esparce insegura, temblorosa cuando halla el número. La puerta está abierta pero toco levemente. Nadie contesta por lo que decide entrar. Un enjambre de oficinas recorre el pasillo de lado a lado. Se siente desorientada aun así no paro hasta dar con el nombre que le habían dado. Al hallarla se queda en el umbral de la puerta. En el interior un señor de mediana edad calvo está envuelto en papeles hablando por teléfono.
- Pase Anne. Pase, ahora estoy con usted y siéntese-dijo esa voz de un cuerpo obeso sin mirarla.
Sigue hablando y hablando. Así como una media hora. Mientras Anne no deja de mirarlo, de observarlo, examinando cada uno de sus movimientos. Cuando cuelga abre un cajón de su mesa y se pone a mirarlos. Sin sus ojos de un gris nublado dirigirse a Anne comienza a hablar sobre el trabajo.
-Bien, bien. Señorita Anne el trabajo es en la isla de Lobos. ¿Tiene usted algún inconveniente en viajar hasta la isla?
-¿Lobos?- se extraña Anne.
-Si Lobos. ¿Tiene usted algún inconveniente?-repite aquel hombre sudoroso.
-No.
- Allí hay un puesto de trabajo. Atendiendo a las características de su curriculum creo que es la persona adecuada.
- Permítame señor. Pero allí no vive nadie. Tengo entendido que es lugar de naturaleza virgen.
- No crea todo lo que le dicen señorita. Allí vive una mujer. No se cuantos años tendrá unos cuarenta o cincuenta años o tal vez sesenta o más. Esta señora necesita ayuda.
- ¿Que tipo de ayuda?
- Pues ella es centinela del lugar. Lugar prohibido para el paso de cualquier ser humano. Necesita alguien la ayuda. Ella te dirá lo que tienes que hacer.
- Si señor, acepto.- Anne no se lo pensó. Le atravesaba aquella ventura.
- Pues firme aquí. Solo decir que el lunes de la semana que viene una barca la llevará hasta allí. Como supongo que sabrá y ya le dicho están prohibido las visitas. La barca que le llevará es de un pescador que tiene permiso para ir a la isla.
Anne echa su rubrica sobre aquel papel de letra pequeña.
- Ya se puede ir señorita. No se olvide el lunes.
Suavemente Anne se levanta, aquel hombre sigue con sus tareas. Otra vez el largo pasillo de oficinas donde sus ocupantes están empeñados en sus trabajos. Cuando llega a la calle la bóveda celeste se ha ataviado de color cemento indicando que podrá llover. Anne decidió que tal vez no por lo que fue a casa andando. Se para en algunos bazares y compra revistas para ese viaje. En su reconditez existe un cierto temor, una inseguridad que la desorbita sobre los pensamientos de su madre. ¿Cómo reaccionaria ante la noticia? No quiere ni cavilar en ello. Sube sin prisas la escalera, a cada escalón se le viene abajo todos sus sueños, todas sus esperanzas, esa ansia de libertad. Sus piernas se vuelven pesadas y un sudor frío comienza a invadirla. Tiene ante si la puerta, la puerta de su casa. Saca la llave de su bolso y con un cierto tembliqueo abre la puerta. El silencio es presente, un silencio que da a luz terroríficos truenos jadeando sobre ella.
-¿Como te ha ido Anne?- pregunta su madre de la cocina.
- Me han contratado madre- dijo Anne entrando en ese habitáculo donde el olor a café aun humeaba.
La abuela que se halla en su cuarto al escuchar aquellas palabras marchitas se concentra también en la cocina.
- Y cuando empiezas, hija. Pareces tan poco animada.
- El lunes madre. El lunes me marcho.
- ¿A dónde te vas hija? ¿Qué estas diciendo? ¿No te entiendo? Espabila.
- A Lobos madre- responde Anne con firmeza pero con cierto aire de temor.
La madre que en ese momento está cortando verdura deja todo, sus ojos los alumbra una ira extraña, una ira que la va consumiendo hasta ser erupción de lágrimas de cuchillos.
- Estás loca. Como eres capaz de decir que te vas. No estás normal- bocanada de sirocos invaden a Anne, la fetidez del aliento de su madre la derrumba, la derruye, la destruye pero se hace fuerte ante sus graznido de animal desbocado.
- Sí a lobos. El puesto de trabajo me lo han ofrecido allí.
- Estás loca. Como puedes decir semejante disparate. Irte a lobos. Irte a lobos. Y decirlo así, tan tranquila. Allí, un lugar inhabitado. Te habrán encontrado rara y por eso te van a enviar. Marginada, marginada de toda la sociedad. Dime. Dime, ¿qué vas hacer en una isla aislada? Dímelo, tú no has estudiado para eso, para ser enterrada por el mar que rodea esa maldita tierra. ¡Es que quieres matarme¡ Sí, matarme. Poco a poco con tu vida absurda.
- No madre. No llevas razón. No te quiero hacer daño. Nunca. Es solo un trabajo. Yo lo miro así. Cálmate. El lunes madre. ¡El lunes me marcho¡
En ese momento la abuela interviene, una abuela despistada, algo desorientada pero vital, pero comprensiva.
- Deja a la muchacha. Que pasa en esta casa no se come hoy. Deja a la muchacha que vuele, que sea libre. Bueno si las cosas no le van bien puede volver que aquí estamos con los brazos abiertos. Venga. Venga que tengo hambre.
- Como puedes decir eso madre- dirigiéndose la madre de Anne a su madre- ¡Qué la deje volar¡ Pero mamá te has enterado donde va. Se va a lobos.
- Y que. Vamos a comer.

La madre mira a la pobre anciana, le da lástima. Lastima a esa vejez que nos lleva a la ausencia, a la indiferencia. Mientras Anne también dirige sus obsidianas a su abuela, con ternura, con cariño, con un suspiro que la aleja de todo el malestar por aquella absurda discusión.
-Si mamá, vamos a comer.
A la vez se sentaron alrededor de la mesa y con el mismo silencio de años fueron engullendo aquello que está en sus platos. El nocturno era ya vela de una luna llena que rebosaba de sentimientos, de pureza y sinceridad. El nocturno encapuchado en astros que describían los caminos del universo era presencia que daba bajo ese techo un ambiente de calma, de armonía. Todas se acuestan, cada una en su habitación, esas habitaciones de tintes blancos y cortinas que bailan al son de la brisa. Duermen, duermen desplumando cada uno de sus sueños en vaivén de noches cuya plateada remota hechizaba sus esperanzas, sus ilusiones, sus utopías. Los cantos de los días que vienen no las separan de sus letargos, necesitan descansar, alargar sus almas a un estado estático donde el equilibrio fuera velero que las llevara por múltiples paraísos sin fronteras. Los nocturnos las llama a cada una por su nombre, a cada una por sus características y las embellece en el monótono correr de un torrente de mil flores, flores que las perfuman en la danza continua con un amante enmascarado que no era llama descifrable. ¡Ven¡ ¡Ven¡, dice él. Ven con la emoción enamorada de cuerpo desnudo entre arboledas de hojas de mariposas multicolor a la libertad, a la libertad. El nocturno se va, llama a esa alba del lunes que es cuando Anne tiene que partir. Les cuestas levantarse, les cuestas distanciarse de lo hermoso pero ahí esta la claridad del día, la jornada de la partida. El despertador suena, suena fragmentando cada segundo en la lentitud de su vuelo a través de ese vientecillo que penetra por las ranuras de su ventana. Una madre que se levanta para con sus ojos librando batalla con la oscuridad aun presente el desayuno.
-Levanta hija. Ay, ojala todo te salga bien. Ojala encuentres la felicidad que tanto buscas.
-Si madre. No te preocupes todo saldrá bien. Dame un beso.
La madre reposa sus labios sobre su frente. Besos de rosas que se vuelcan en el auge de la ternura, del amor. Es como si todo lo de atrás hubiera huída. Las malas horas extinguidas de esas discusiones absurdas. Anne se acurruca en la cama mientras su madre despacio y en silencio se dirige a la cocina a prepararle el desayuno. Cuando esta hubo cerrado la puerta se levanta como otro día cualquiera. Ese animal salvaje del universo y naranja para la tierra se eleva con potencia. La abuela trastea en la habitación de la tele canturreando una canción de antaño. Como todos los días Anne se mira al espejo, no ve nada especial quizás sumergida en esa aventura. Sí, aventura. La madre también canta en un murmullo entretanto era manos del desayuno. Una canción que la lleva aquel momento de su vida en que conoció a su esposo. ¿Dónde estará se preguntaba? Se marchó sin decir adiós con otra. ¡Con otra¡ Eso tal vez la desquiciara, la amargaba. Pero ella espera su vuelta, un retorno imposible. En la mesa de la cocina donde se sentaba su silla está ausente, nadie se posa allí tal vez por esa espera, una espera muy larga. Espera que tuviera que aguantar Anne hasta partir. Esa noche de luna llena, guía inconfundible de los errantes de los océanos.
Y llega la noche, la noche de luna llena. Las tres cogen un taxi y van hasta el pequeño muelle de la ciudad, fueran hasta esa zona del muelle que le habían dicho a Anne. Se bajan. Todo es silencio solo un hombre con gorro alto y delgado está. Se aproxima a ellas.
- Buenas noches. ¿Tu supongo que serás Anne?
-Si- nerviosa consteta ella mientras miraba aquel extraño marinero
- Pues bueno. Despídete de tu familia ya es hora de partir antes de las primeras luces del día tenemos que llegar.
El marinero se dirige hasta la pequeña barca y por una estrecha y tambaleante rampa desciende a ella. Se sienta a la espera de Anne. Y llega la despedida. Fue un adiós sobrecogedor, un adiós donde se mezclaba el perdón y el amor de tantos años. Besos y lágrimas rocian la tez de la abuela y la madre. Anne para no tentar la preocupación irradia una cierta sonrisa, sonrisa que en su interior se desarrolla como desorientación, dudas de su nuevo destino.
-Cuídate hija. Cuídate. Ya sabes que si por algo…aquí tenemos los brazos abiertos.
-Si madre.
Anne le da su equipaje aquel hombre de rostro arrugado por las garras de la mar. Baja por la rampilla y se coloca frente a él. El pequeño motor hace un revuelo de espuma y se fueron alejando del muelle. Pañuelos batiéndose en la oscuridad desde la orilla y Anne que con su mano no deja de decir adiós hasta que salen a alta mar. Al fondo se escucha ya disipándose el ladrido de algún perro, de esos que andan por el muelle como centinela de las embarcaciones. El hombre comienza hablar, hablar de su vida.
“ Yo antes trabaja en tierra iba de esquina en esquina vendiendo el pescado fresco que traían los marineros. Siempre temprano, de madrugada cuando los astros son brillantes de este planeta tierra que vivimos. Un día me enamoré. Si me enamoré de aquella chica que todos los días cuando el sol acuesta el alba venía a comprarme. La miraba, la admiraba, me estremecía. Pero ella sin más me pedía lo que quería yo lo pesaba y me pagaba esfumándose entre la clientela. Cada jornada era más intenso mi amor, más verdadero. ¡Su voz¡ Tenía una musicalidad especial que me llegaba muy adentro. ¡Sus ojos¡ ¡Oh su mirada¡ No se como describírtela, paraíso de sueños inconquistables. Sí, era un amor imposible. Yo un pobre vendedor de pescado y ella ¿Qué era ella¿ No lo se pero por sus ropajes alguien de un estatus muy superior al mío. Tan ciego fue mi amor que me atolondré llegando a la irritación por ser tan pobre. Unos meses después no la vi pasar más. Había desaparecido y yo en este amor caí en la desesperación, en el desprecio de mi mismo. Ese odio no lo pude contener por lo que me ahuyenté de todo y de todos. Y aquí estoy en esta barca que por el sentido de las mareas no llevará a la isla, a Lobos. Estoy mejor así, en alta mar halló lo que no logré de ella. Miro la luna y presiento que ella está aún ahí. Por ello me llaman Tomás el traga lunas. Solo salgo a la mar cuando ella está, las demás noches me la paso en mi reducida casa cavilando, durmiendo y exigiendo a los sueños que me la traigan ¡Qué utópico¡ Pero digo a veces los sueños me sombrean con su imagen ¡Ay su belleza¡ “
A Anne le fascina su historia, todos quizás tengamos un poquito de ella. La noche ambula a ras de la barca en la ceguedad del horizonte, solo la luna y el acoplar de una pequeña linterna que Tomás tragalunas lleva. Ella no sabe que comentar por lo que decide ser cerrojo a sus palabras por la casualidad que pueda cometer un error. El pacífico mar la retrae y las estrellas son reflujo de silencio de aquel hombre guía. Y que hablar, se dice ella. Son desconocidos que se cruzan en medio de un azabache desierto y la armonía del mundo.
-¿Cuándo llegaremos?- pregunta Anne en el que las horas columpiaban su cuerpo.
- Queda poco señorita. Déle tiempo al tiempo. No se desespere. La felicidad es cuestión del momento y de la espera. Viva este momento y esperé a llegar a la isla.
-Dígame Tomás ¿Cómo es la isla?
Tomás tragalunas miraba a la luna y con sus ojos puesta en ella contesta.
- ¿Cómo es?, me preguntas. Es perfecta, es hermosa. Es un lugar virgen donde la pisada calculadora de estragos humanos no ha llegado. Por ello es fuerte.
- La nombras como si fuera un vergel en medio de la oscuridad de este mundo.
- Sí. Si es un vergel y tu lo comprobarás.
La noche cada vez más intensa, el silencio cada vez más cerrado. Era una calma un tanto extraña. Anne tuvo un presentimiento. Tanta belleza y a la vez aquel mar liso.
- No se si son cosas mías. Pero este silencio, esta calma no me gusta. Hay algo raro en ello.
- No, no son cosas tuyas. Es la tempestad que se avecina. Ya observo que la sientes.
- ¡Tempestad¡ Y que haremos.
- Esperarla. El rumor desmesurado del oleaje examinará tu valentía, tu veracidad, tu sinceridad. Allí donde vas los montes son sagrados para la madre tierra y solo pueden albergar en ellos aquellos rescatados de las mareas.
- ¡Qué dices marinero¡-algo alterada- Quieres decir que quizás muera.
- Morir no es la palabra exacta. Tendrás que retornar a tu casa.
Anne a esas palabras se estremeció. Descendió a las leyendas de cuando era niña, a esos viejos cuentos de que si no te portas bien te sucederá aquello. No se lo podía creer. En esa frágil embarcación y solo la luna, la vía láctea y astros protegiéndolos. Se interroga si es una burla o era cierto. Por un momento a causa del temor dudo de aquel hombre no obstante la tormenta se aproximaba.
- Pero ¿Cómo va a ser eso? ¿Cómo nos vamos a salvar? Nos ahogaremos. Seremos como aquellos en sus cayucos intentan alcanzar el bienestar.
- Te noto asustada. No temas, confía en mí, en la luna y en esas aves de brillante condición de nuestro surcar por estas mareas. Ellas te salvarán si eres digna de ser tronco que florece en el respeto de su reino. ¡Agárrate¡ ¡Agárrate fuerte hasta ser conciencia de que puedes¡ ¡Sí que puedes¡ Quizás sientas tus fuerzas hundir pero sobrevivirás.
Sus últimas palabras en que la serenidad se conserva. Un silbo. Un viento voraz salido de la nada. Un oleaje de ortigas sobre ellos. Llega la tormenta y con ella la separación de los dos. Se dividen en rutas diferentes con la violencia del océano. Cada uno a la deriva según su sino. Ella alzada por un cúmulo de sales y algas es arrastrada a la orilla. El de nuevo cuando la calma es acera que ha de pisar se está en su barca, en la misma postura. A ella no la divisa y rompe a llorar. Una extraña fuerza lo atrapa. Tal vez se halla enamorado otra vez. Enamorarse y perderla de nuevo. En ese momento siente una gran felicidad. “ Soy capaz de amar de nuevo. Me emancipo de estos astros que rinden tributo a la tierra y de esta plateada fiel acompañante de la soledad, de la tristeza. La primavera parece que ha llegado y con ella el allegretto de las aves de los mares. Estúpido de mí. Yo que creía que era gruesa muralla a esas sensaciones del amor. Solo ha sido unos instante, un instante que conservaré eterno en mi memoria ¿Qué pensará de mi? Quizás pueda pronto verla, buscarla en sus ojos cuando la mujer de la isla me llame. Parece que la luna quiere huir cuando esa de bola de fuego animal es errante de la jornada que se aproxima. Ella está bien. Sí, está bien. Lo se. ¿Pensará en mí?, me pregunto. Yo nómada de las mareas pobre. Podrá sentir algo por mí. Quisiera que si aunque solo sea amistad, una amistad que me revuelve en una sonrisa a la esperanza.”
Rema y rema, elige la ruta más larga. Ese camino que lo expande en sus pensamientos y le alarga una mano a la ilusión. La claridad ya es realidad. Nunca había estado a esas horas en la mar pero lo necesitaba, necesitaba encontrarse consigo mismo. Ser hallazgo de cierta parte de él que pudiera atraer a Anne ¿Qué podría ser?
El muelle, unos hombres que le esperan. Se notan impacientes. Tragalunas ha tardado demasiado. No distingue sus rostros. Pero por el alzamiento de brazos las noticias son buenas. Anne está en la isla. Se siente contento. Arrima su barca la muelle y sus ojos se disparan a esas miradas impacientes de otros marineros.
- Tragalunas llegas tarde hoy. Tu querida platea ya no está y sin embargo el sol te alumbra ¿Qué te ha pasado?
Comenta uno de sus compañeros. El pasa entre ellos sumiso en sus pensamientos, no responde.
- Tragalunas la chica está bien como ya sabrás ¿Qué te ocurre hombre por qué no hablas?
Tragalunas sigue con sus pasos pausados hasta su cabaña, la abre y cierra la puerta.
- Que extraño está este hoy. Será que la tormenta ha sido más violenta de lo normal, mejor será dejarlo descansar.
Los marineros se hacen onda invisible de ese pequeño muelle. Tragalunas se tiende en su cama con su mirada suspendido en su techo de Uralita. Por un instante cierra los ojos y ve ante él a Anne. Es tan cercana en esos momentos que siente deseos de abrazarla. Se acoge a su almohada y un suspiro busca la verdad. Siente el murmullo de las gaviotas que rondan y rondan el pequeño muelle. Su llanto es similar a la queja de su corazón. Se queda dormido y se arrima al sueño. Su sueño. Arrastrado por las tenebrosas ondulaciones de una tempestad es llevado a una playa de arena azabache, de arena fina. Casi inconsciente la llama a ella pero en su fatiga solo ve nieblas de terribles vaivenes con la realidad. Siente que alguien lo llama, lo llama por su nombre ¡Tragalunas¡ ¡Tragalunas¡ y despierta en su sueño en una caverna donde sombras de hogueras en sus rugosas paredes lo hacen ascender al dolor. Sudoroso despierta de esta pesadilla y se siente tranquilo al seguir escuchando las gaviotas.
El astro rey incide sobre los párpados de Anne. Eleva estos y sus llamaradas coinciden con un paraje desconocido. Se pregunta donde está y aunque está aturdida se siente con fuerzas. Duda de lo que si está escuchando es real, es una sonata melancólica y dulce a la vez. Deduce que entre el silencio y el violín que suena no está sola. Esa música la relaja, la hace olvidar pero instantes después vuelve a la realidad. “ ¿Quién toca ese violín? Pregunto y nadie contesta. Grito y es como si nadie me escuchará. Tengo que encontrar a la señora ¿Será ella la que desencadena esa belleza musical?”, se pregunta Anne. Y aunque habla en voz alta ahí, en ese lugar nadie contesta.
Anne se aleja de esa música inyectándose por ese enjambre de frondosidad en busca de la señora. Descubre una naturaleza viva: laureles, helechos gigantescos, majestuosos cedros y setas con una variedad de colorido que por momentos la hacía desaparecer de su mente la idea de seguir buscando. Está como encantada con el vigor y la fortaleza de esa naturaleza. Pero de nuevo recuerda, recuerda que tiene que hallar a ese ser que habita la isla. “ ¿Dónde está? El boscaje es pureza que me magnetiza, ejerce una fuerza positiva sobre mi pero esa mujer dónde está. No presiento su presencia sin embargo soy nítido lazo con esta tierra. Escucho los pajarillos que aquí habitan y sus vuelos son como el norte de mi destino”, se dice a si misma. De pronto tras andar horas y horas maravillada, ensimismada con todo lo que iba erupcionando a su derredor oye su nombre.” ¡Anne¡ ¡Anne¡ Anne ya estás aquí como pasajera de los océanos que arriban en esta tierra.”
- ¿Quién anda ahí? ¿Es usted señora? ¿Es usted la mujer de la isla?
Anne mira a todo lo que le rodea y no ve nada, la floresta es tan tupida, tan densa y la brisa hace de las suyas que se siente por un momento desorientada de la dirección que proviene esa voz. Una voz dulce, una voz a la vez gutural. Una voz que le da la impresión que es parte del aire.
- Si, soy yo Anne. Sigue disfrutando, bebiendo de este paraíso.
- Pero señora no la veo ¿Dónde anda mujer?
Anne se gira sobre si misma en busca de esa mujer pero nada ve, ni la más nimia respuesta donde pueda esta su ser.
- No te observo. Aunque la siento cercana. Asómese.
- Miras a tu alrededor pero no observas el techo que cubre la tierra que pisas. Estoy aquí, en una rama de este árbol detrás de ti como vigía de tus pasos. No hay prisa, aquí el tiempo no existe solo el correr de las sombras hasta que la noche nos alumbra con sus astros, con sus lunas.
Da un salto situándose ante Anne. Fijamente Anne la examina, un cierto cosquilleo es colina enrojecida que sube hasta sus cachetes y como aves libres se dan la mano. La calidez de sus nobles almas traspasó de la una a la otra, de la otra a la una. Como el arco iris caricia al sol se dan un beso en las mejillas. La suavidad de sus pieles las hizo estremecer en algo de timidez. Se ponen en marcha sucumbiendo por una senda que de bien seguro fue trazado por esa mujer. Una senda donde Anne no salía de su asombro por la exhuberancia de su floresta, por aves que en su vida había visto ni sabía de su existencia. Todo forma una escala de colores que le hace pensar que está en un sueño. Un sueño real donde el paraíso ideal se mezcla con lo terrenal.
- ¿A dónde vamos?- pregunta Anne
- Vamos donde las rocas quebradas son naciente de sirenas. Donde esas perlas de los náufragos danzan con rorcuales. Donde los rorcuales cantan a ese animal extraño que es la luna. Vamos, todavía es luz y deseo que detenidamente observes esa bola de fuego que se apaga para dar paso a los astros.
El caminar de Anne y la señora se hace más rápido. Poco a poco, segundo a segundo la densa cumbre de naturaleza se va extinguiendo dando vistas de nuevo a ese océano eterno. Un mar que rompe serenamente con rocas azabaches amorfas, resquebrajadas, magmáticas. Rocas de un ayer cuando se formo la isla, esa lava que a veces parece tragarse todo lo que halla a su paso pero después deja un bello y hermoso paisaje.
Anne no sale de su asombro aquello es como un microcontinente, cada expresión de la silueta del lugar le da la impresión de estar en un lugar distinto de la tierra. Es como si todo se conjuntará ahí. En sus adentros se revolvía como una mujer a sus años podía ser tan ágil. Todavía no sabe su nombre,¿Cómo llamarla? Pero le es igual. No lo necesita. Es de estatura media, delgada pero a la vez posee una condición física aliada a las riendas de esa tierra. Sus ojos son ese gris del que desprende sabiduría, paz, calma.

-Admira la caída del astro rey Anne. Siente este momento como eterno sueño que se cumple. Anne somos valles efímeros que hemos de aprovechar en cada surcar de los días. Vivamos el momento. Vivamos la venida de la plateada.
Por el horizonte del océano despunta una especie de tonada melancólica como soberanía de los desaparecidos. Sí, es la canción de los ahogados en las entrañas de un océano que los cubre de alga y sal. Como dos luceros al acecho las dos mujeres acompañadas ya por los céfiros del universo ven sus cuerpos cabalgar sobre delfines blancos a donde los misterios de la libertad encantada de la marea los induce a sonreír. Mujeres, hombres, niños del ayer son ahora apogeo de las olas. ¡Danzar¡ ¡Danzar¡, grita la señora ¡Qué vuestros espíritus son sentido de las alas de este universo¡
Anne se halla anonadada. Muertos que vienen. La alegría de aquella mujer de pelo cano. No entiende pero algo la contagia, algo sube por su corteza que la hace vibrar en su reconditez.
De repente se escucha el coro de esos seres que lucharon por sus ilusiones, por una vida mejor.
- Que hacéis mujeres. Visitáis el pasado cuando la calma de la mar ronda las caracolas, las estrellas marinas. Nos complace que nos vengáis a ver, que no somos olvidados en la trayectoria de los años. Aquí ahora somos felices, delfines y peces nos han dado la bienvenida en este mundo azul.
- Venimos para admirar el legado de vuestros esfuerzos. Sí, vuestros esfuerzos, vuestras batallas con la propia vida para el bienestar de aquellos que dejasteis y aquellos que llegaron.
- Nosotros como epicentro de los que murieron cantamos a la vida, la esperanza. Somos ese salvavidas para los que intentan cruzar estos mares no se sientan solos. Que puedan o no depende de la fe que se agarra a sus corazones, a sus mentes ¡Vivir¡ ¡Vivir¡ para auxiliar los que atrás se quedan. Cantemos. Sí, cantemos. El canto de los náufragos que es nuestro canto en sintonía con los que se embarcan.
Una luz se emite de esos cuerpos sobre los delfines. Una luz en la que Anne y la señora de la isla tienen que cerrar los ojos por un pequeño instante. Por sus mentes pasan imágenes como si fueran fotogramas de alguna isla perdida en las profundidades del océano. Al abrir sus párpados la visión de los náufragos no está. Han desaparecido. Anne no deja de preguntarse si es sueño o es real, es todo tan raro. Se deja ir. La luna flota en la oscura noche, la mar sigilosa rumorea los silbos de la brisa. Anne comprende a la vez que mira a esa mujer de espaldas a ella el por qué todo ser no puede venir a la isla. El secreto de su hechizo es solo para aquellos de corazón noble, piensa ella. Para aquellos cuyo sueño se alza más allá de lo material. La mujer con sus ojos puestos en el oscuro horizonte y solo el cono de luz de la luna calla, no dice nada. Anne también es silencio tras lo sucedido. Un crujido estridente se siente cerca de ellas. Anne da un brinco de temor pero la mujer inmutable permanece estática. Anne abre más sus ojos, no puede ser se dice, pero ante ella se insufla la imagen de un navío del ayer chocando contra las rocas.
-¡Pero eso qué es¡
-Se hunde al ser derrocado por las rocas. Son cerbatanas de un pasado que su incursión en la isla no más que habría desastre. Desastre de su fauna, de su flora, de su piel.
- Es cierto María- comentan las rocas-Tras el latigazo del viento protector. Tras el azotar fastuoso de un oasis que nos lo desea por ser virgen lugar intocable para ser destruidos. Ellos bestialmente chuparan y chuparan de la savia de las arboledas hasta exterminarlas. Ellos hostigarán los arroyos que surcan esta joya hasta extinguir su fauna. Ellos eclipsarán todo lo que tocan, todo lo que ven como hijos de un Díos desconocido. Por ello han de irse. Irse o morir por las inclemencias de su mayor enemigo: la mar.
María se da la vuelta y mira fijamente a Anne. De sus ojos se desprende una especie de destello plateado semejante a esa gris luna. Algo tiene, piensa Anne. Una magia especial, como si no fuera parte de este mundo, como si su ser fuera ajeno y a la vez entregado al planeta tierra. Saltando de roca en roca con la evocación de una danza sigilosa se van de allí. Llegan a una playa de arena negra, de arena suave donde el vaivén de las olillas deja transpirar sus huellas. Detrás de ellas ese boscaje espeso que bruñe sus espaldas.
- Las huellas son alas de los pensamientos que vamos dejando-comenta María-Brotan como belleza en el aire y quedan en esta aterciopelada arena para que la mar se los lleve a otros lugares como siembra del crecimiento personal. Vamos Anne en tus ojos se muestra el cansancio del día de hoy. Descansemos. Caminemos bajo el callar de las constelaciones, ellas nos erguirán bajo ese techo mío que ahora compartiré contigo. Caminemos, ya está próxima. Parece que desfalleces pero no te preocupes.
- Andan hasta ahí, hasta donde la espuma no penetra en una gruta por la que penetran. Antorchas habitan en los flancos de aquellas rugosas paredes y ese calor que desprende la hace como un sitio acogedor, cómodo.
- Este será tu hogar que te abrigará de las inclemencias del tiempo. Donde con el helar y la lluvia seremos conversación de los sueños.
María cierra la puerta de esa cueva. Aquel lugar era tejido por flores silvestres, por libros, por alfombras que bien supone Anne ella había elaborado.
Instantes después tocan a la puerta. Anne se asusta ya que la isla no está habitada por nadie más.
- ¿Quién será?- dice asombrada.
- Serán las focas monjes que en la noche vienen a visitarme. Ellas siempre tan preocupadas por mi soledad, me cuidan, me vigilan.
María abre la puerta. Su sonrisa le llega de oreja a oreja a ver a sus amigos.
- Como estáis buenas amigas. Como podéis comprobar hoy estoy acompañada por esta muchacha que se merece un poco de descanso. Iros tranquilas que ya sabéis que estoy bien.
Las focas se van con su aterciopelada piel y la humedad de su cuerpo. María observa como se alejan en su corazón se dibuja una pequeña pena por esos animales ¿Podrán sobrevivir al pataleo del hombre? Ella cree que sí. Por un momento se queda mirando la luna, nubes suaves pasan por su frente, nubes bañadas de un violeta azulado especial que las hace permanecer en su deriva en silencio. Entra, Anne está ahí de pie mirando todo.
-Bueno querida Anne comencemos nuestra labor.
- ¿Qué labor?- pregunta Anne
- ¡Ah si¡ No te había dicho nada. Nuestra labor es ser arte de la roca. Así lo llamo yo. Pero siéntate, siéntate.
Se sientan con el despuntar de una vela al derredor de una mesa de madera. Una frente a la otra. La otra frente la una.
- Sé que está extrañada por todo lo que ocurre en esta isla. Sé que te está preguntando que trabajo es este. Pero déjate ir. Si eres feliz deja que esta felicidad albergue en tu corazón. Si tu conciencia está en paz deja que surque por ella el bonancible resurgir de la serenidad. Tenemos que elaborar arrecifes y corales con todo su esplendor de color.
- Y ¿Cómo? Para mi es imposible a no ser que tu mujer que habla con los océanos, con la naturaleza tenga esos dotes mágicos capaces de transformar ese fondo blanco por la contaminación en vida, en color.
- Todo es ilusión. Tener fe en nuestros pensamientos e inducirlos en algo positivo. Hay que reconstruir esta esfera azul aunque sea un poquito para generaciones venideras. Qué será del futuro. Acuérdate de tus bisabuelos ellos plantaban un árbol no para que su fruto fuera instantáneo sino para el mañana. Tenemos que pintar y pintar con toda la esperanza puesta en el ser humano de que en el futuro tendremos un mundo maravilloso. Un mundo donde las cenizas del hoy sean destello del firmamento. Venga, hemos de comenzar a moldear la tonalidad del arco iris después rendiremos este tributo al océano y el se encargara de su destino.
María se alza. Así como llevada por el airecillo que perfuma esa cueva. Va directa a una esquina donde se halla una cesta de mimbre y en su interior troncos quemados. Se sienta otra vez frente Anne y le va explicando como han de tratar esa madera. Troncos que han llegado a la isla de otros lugares donde la tala masiva y el abominable arder de su sabiduría solo ha dejado de ellos oscuridad.
La noche transita entre el trabajo y el silencio.
-Muy bien Anne. Lo estás haciendo muy bien. Cuando la luna se retire en su descanso y la última estrella se despida iremos a la orilla. Allí las olas nos esperan. Después dormiremos.
El tiempo pasa. El silencio las apresa en ese trabajar y el sol comienza a elevar anclas por horizonte. La vela se apaga. Ya es hora de encontrarse con el mar, ya es hora de embarcarse en la aventura de rociar lo que han elaborado. Se levantan. Entre las dos llevan la cesta abarrotada de color y esperanza y ahí en la orilla desparraman todo.
- No mires Anne. Date la vuelta y volvamos a la cueva. Deja que la magia del océano se encargue de ellas.
Luce en este amanecer espabilado una naranja-violáceo con el paso de nubecillas que anuncian satisfacción, que anuncian la brisa fresca que corretea por tez de Anne y María. Las gaviotas doradas posan en la arena y su canto llorón y agudo es signo de que todo a ha salido satisfactoriamente. María sonríe a Anne mientras van de vuelta, le da la mano y Anne siente el temblar de todo su interior.
Tragalunas en este amanecer va de calle en calle al encuentro de algún empleo. Piensa en Anne, la rememora a cada paso que da por esas aceras grises, manchadas. Se detiene en cada escaparate y ve su imagen reflejada. Delgado, demacrado, solitario, hijo de la luna. Su aspecto deja mucho que desear a vista del hoy más bien parece una figura de antaño. “ No hay nada señor”, esas eran las respuesta. Le surge una idea ante tanta negativa. Paso ante el mercadillo y ahí los artesanos le insuflaron una idea. Va a su casa y se queda fijamente mirando las figuritas de madera que ha realizado en sus largas horas hasta que la luna es álgida colina que ha de besar.¡Si¡, se dijo. Que mi imaginación sirva para algo, para conseguir una mejora en mi vida. Y todo por ella, por Anne “Por ella, lirio de tierras rojas espesura rememorar de riberas como espuma somnolienta donde las olas trinan su caricia invisible”, piensa. Se encierra y esboza su imaginación respecto a las figuras que quiere diseñar. Se deja ir. Cierra sus ojos y coge esa navaja y un trozo de madera. Trota en la madera con esa pasión que edifica el amor, el amor a su tersa piel.

- Me encuentro satisfecha-comenta Anne mientras la calidez de la mano de María penetra por sus poros.
- Normal Anne. Siempre es placentero ser generosas y auxiliar sin pedir nada a cambio.
- ¿Ahora que vamos hacer María?
- Ahora subiremos después de descansar a la cumbre más alta de esta isla que no esta muy lejos. A ese cráter que fecundo este lugar.
- ¿Para qué María?
- Para ser hoy llamada de la lluvía.
- ¿Llamar a la lluvia has dicho?
- Si. La llamada de la lluvia. Nosotras seremos el renacer de ese líquido límpido que da ánimo a la vida. Con chácaras y tambores invocaremos a las nubes que se hallen aletargadas para que despierten, despierten y alimenten esta tierra. Ahora descansemos.

Anne y María entra en la cueva la mañana parece sonreír, goza de una energía espléndida. La bóveda azul es nítida y ahí en un rincón las aguarda unas especies de camas. Cómodas, agradables que las introduce en un profundo sueño. Un sueño en común con la ráfaga de sus manos liadas, de sus cuerpos liados como una sola. El amor es cumbre en el y precipitar de unos labios sobre otros las llevan en corrientes de cernícalos por los tersos aromas de la emoción. Sí, un sueño al unísono que las hace despertar cuando el sol está a su altura más alta. Lentas, cómplices de lo que han vivido como experiencia gratificante.
-Vamos Anne. Verás lo más bello de este lugar.
- Y cuando la lluvia comience ¿qué haremos?
- Cuando ella comience su baile rectilíneo en el reverder de esta tierra nosotras danzaremos con ella. Nos mojaremos. Pero Anne no tengas miedo por qué es pura. Agua que corre que se regresará y se alejará de nuestros corazones.
- Es todo tan increíble María. Esta realidad que estoy viviendo ahora en este paraje hechizado parece salido de una leyenda.
- Hechizado. Tan solo es mágico para aquel que sepa ver más allá de los espejos. Ven acércate. Mírate y dime que ves.
- Mi espíritu, un halo blanco me rodea.
- No temas. Venga vámonos.
Atraviesan esa masa de arboledas perseguidas por el coqueteo de pajarillos que a sus pasos dan un trinar especial, como una especie de saludo. Tras el follaje denso se descubre ese cono que han de ascender. La gravilla es ligera con tiznada de marrones, negros, ocres. A cada pisada sus piernas se hunden en ella y es como si estuvieran en otra dimensión, en otro lugar tan extraño como el boscaje. Ahora no hay vida solo los pajarillos que las acompañan, alguna que otra suave ráfaga que las refresca. Anne y María llegan a la boca del volcán se detienen unos instantes y admiran todo lo esplendoroso que es la isla, contrastes entre lo verde y lo negro, entre lo amarillo y lo azul, entre el cielo y la tierra.
- Mira Anne, se amistad de este volcán dormido. A que es espectacular el paisaje que se observa, tan perfecto, tan quieto, tan sereno y equilibrado.
- Sí, es magnífico ¡Su pureza¡ Es intocable y conserva todo aquello que tenemos en la profundidad de nuestra alma ¡Me siento tan dichosa¡ ¿Qué es aquello que se ve allí?
- Aquello es la cascada del renacimiento. Cuando te sientas sola vete allí. A ella me dirijo yo a veces como amante de mi corazón y como bálsamo de mi cuerpo y ella con sus caricias a mi cuerpo desnudo reanima mi espíritu. Emerjo como mujer de las singladuras de la pasión deshojando cada agreste pensamiento de mi ser.

Avanzan en su subida por esa masa de picón hasta la boca de ese cráter. Todavía es temprano, el astro rey no da la campanada del mediodía
-Situémonos en su interior. Ahí se encuentran esos instrumentos de la naturaleza.
Bajaron rodando hasta el llano que conforma el cráter.
-Cuando seamos retumbar voluminoso en la llamada de las nubes... Pero situémonos antes en cada lado de esta planicie y comencemos cuando la serenata de un canario sea cómplice de ese astro rey en su ascenso a lo más alto.
Canta el canario y el sol en su cima más poderosa es aviso. Platillos que zumban, tambores que tiemblan y el arco iris separando a Anne y María. Llueve color, llueve vida, llueve libertad, llueve paz. Anne y María se encuentran satisfechas, una felicidad que les irradia brillo en sus miradas.
Tragalunas cumple su labor en el mercado de ese domingo. Esboza una tela sedosa sobre el suelo y allí deposita de una en una cada pieza. Esperaba y esperaba que algún curioso se acerque mientras era música sutil derramada por una flauta que le regaló la mujer de la isla. Lentamente las horas se van pero él incansable era melodía que daba lumbre a su arte. Alguien lo observa, lo mira, se aproxima.
- Es bella tu obra.
- Usted cree- contesta tragalunas
- Sí. Hay algo que te distancia de la monotonía de los demás artistas. Es original.
- Gracias señor.
- Me voy a llevar una pieza de tu arte.
- ¿Qué es lo que desea? Cójala usted mismo y gracias por sus palabras.
- No. Gracias a ti. Por llenar mi inquietud en encontrar algo diferente.
Ese hombre compra varias obras lo que hace que otros que pasaban por allí a mirar las artesanías de Tragalunas. Estupendo se siente. Ha vendido todo y con la luz de la alegría vuelve bajo su techo. La tarde es acechada por la noche. Se posa frente su espejo y examina cada parte de su cuerpo desnudo y examina cada fragmento de un poema que insufla su corazón.
Otra vez
Nocturno empuñado
Por mariposas luceros de la savia
Que corre hacia ti.
La reconditez de un arroyo
Me lleva hasta la soberana
De ese amor que ciega mis penas,
Que centellea mi felicidad.
-Esto es delirio- se dice a si mismo- ¡Qué dirá¡ ¡Qué será de mi mañana¡
Deseaba que ella lo viera, no como mendigo de una luna de nocturnos náufragos, sino como la belleza que ahora se extiende en su ras. Mientras, allá, en Lobos el cielo tomaba un tono gris plomizo. El color se había esfumado.
- Vamos Anne. Volvamos a la cueva. Ascienden como parte de aquel trono natural entremezclándose con la flora que les cedía el paso para el esquivar de la lluvia. Llegan y la lluvia respetuosa comienza con brío y bravura a surcar por esa isla. Horas que pasan y cuando la noche es apogeo todo termina, el firmamento dona brillantes de astros en la oscuridad de los montes.
- -Buenos sueños Anne.

- Buenos sueños María.


“Despierta hombre de los mares”, invocaba el sueño de Tragalunas. Se irguió y con la desnudez de su cuerpo se mira otra vez en el espejo. Hacía tiempo que no iba a visitar su barca cuando la noche es auge. Hasta allí se dirige, allí estaba ella: intacta, bella.
Los otros marineros lo observan, alguna que otra carcajada se oye al fondo.
- ¿A dónde vas Tragalunas tan bien vestido?
Tragalunas no hace caso a esas palabras que soltaban bocanadas de maldad.
-Pareces un caballero Tragalunas. Ja, ja…
Risas que conspiran contra la dignidad del ser humano. El los ignora, se arrima a ese cielo que le brinda sabiduría llamando a la paciencia y la apacible conquista de sus pensamientos.
- ¿De quién te habrás enamorado ahora Tragalunas? Ja, Ja…
Se queda dubitativo ante la malicia de estas palabras pero continua, suelta amarras y se embarca. Rema y rema hasta ser vigía de la isla, hasta ser pisada firme sobre su fina arena, hasta vislumbrar la cueva donde ambas mujeres se guarecen. Toca como pétalo del crepúsculo que extiende su aroma hasta María.
- ¡Ah¡ Ya está aquí.
- -¿Quién está aquí?- dice Anne adormilada
- Tragalunas. Espera que ya abro.
- ¡Tragalunas¡
- Recuerda, hay luna llena.
María se levanta, lentamente se dirige a la puerta y abre está. Un halo de luz de la plateada incide en sus ojos y bajo su sombra se halla Tragalunas.
- Hola Tragalunas-sonríe ella-Pasa hombre estás en tu casa, eres bienvenido.
Anne se alza rápida, se pone su ropa y se aproxima aquellas dos personas.
- ¿Cómo estás Anne? He venido para saber como estáis, ya me voy antes que la aurora sea despertar del sol y fuga de la luna.
- ¿Cómo que te vas Tragalunas?-intercepto María- Quédate aquí, nos hace mucha falta.
- No. Yo tengo que retornar a la ciudad. Ahora trabajo con estas manos que tienen la gracia de tallar la madera.
- - Ya lo se Tragalunas. Aquí también puedes fabricar tus figuras y cuando tiempo dominical te llame ir a la ciudad a venderlos, a mostrarlos. Además en esa ciudad no tienes a nadie. Mira como te tratan tus compañeros por ejemplo. Se ríen de ti. Sus carcajadas son sonoridad en tu alma que te dobla. Acá nadie te avasallará Tragalunas. Yo y Anne te apreciamos como hombre que en sus encantos es hijo de la plateada.
Suena y suena es palabras de María en los pensamientos de Tragalunas. Mira Anne y ve sinceridad, verticalidad que asume los corazones cuando el encanto los lleva por los caminos de la verdad, de la obscuridad estrangulada por el mecer del amor.
Tragalunas en el umbral de la puerta aún indeciso con la emoción de ser aceptado en ese mundo. Tragalunas mirando atrás donde la luna se yerta como manantial de la belleza.
- Venga hombre. Di si y seremos esas mujeres hijas de la fortuna por tener un alma tan noble entre nosotras. Venga pasa y cena con nosotras tenemos que hacer nuestra labor y tu si quieres nos ayudas o te sumerges en ese obrar de tus figuras.
Tragalunas da pasos y la puerta se cierra. Por un momento se detiene, no ve a la luna, su luna, su espíritu y un suspiro triste pero alegre lo embarga. Se sientan en la mesa y la cena más especial de su vida lo lleva por los años, por los meses, por los días en que la soledad es encuentro cara a cara con él.
-Te veo bien Tragalunas-comenta Anne
-Sí. Yo también a ti. La pena y la indecisión se han borrado de tu voz.
- A ver, que vas hacer en la ciudad. Allí entre cuatro paredes y en el cimbrar del aislamiento condenándote al silencio. Aquí estamos nosotras, tus amigas, tus verdaderas amigas. Podrás visitar a la luna cuando se te apetezca. Sabes que aquí en la isla siempre es centinela de nuestros pasos.
María dispone la mesa con miel de palma, con papas de tierra, con queso que ellas mismas habían elaborado. Tragalunas encendido del amor representado por aquella dos mujeres se decide.
- Si, me quedaré con vosotras. Haré mi trabajo desde aquí. Gracias por vuestras puertas abiertas.
Y la cena es larga, la conversación arrima a todos los seres de la isla para escuchar. María se alza, Anne también.
- Vamos a dar un paseo Tragalunas, ¿te vienes?
- No me quedo, estoy tan cansado y tengo que trabajar.
Ellas salen. Bajo el hechizo de la luna admiran la luminosidad de la isla. Son mujeres duales. La fragancia del océano las induce a sentarse bajo un almendro de flores luminescentes por obra de la luna. Desmemorizan las alimañas de sus vidas mientras el alba se besa con esa masa gris luminosa para acoger al sol. Dos amantes con el ritmo de la brisa fresca que dejó la lluvia son diques gigantescos del ayer.
- Ya nace el sol y con él somos alianza torrencial del amor. Somos dédalos de magarzas y lavandas bosquejo de las vallas del amor eterno. Somos laguna llameante en el amor de la amistad.
- Mira Anne por ahí viene Tragalunas. Yo me evado para seguir erupcionando el tintineo de esta isla.
Y como gaviota de fuego María desaparece transformando el paisaje en un mar de flores.
-Bésame Anne- murmura Tragalunas a la vez que se sienta junto a ella.
Ambos embebidos por el deseo como amantes afortunados en ese paraíso.
FIN





















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