martes, marzo 25, 2014

De vuelta a casa....


De vuelta a casa. Camina bajo la sombra de cipreses que le induce algo temeroso, algo apagado. Sus pasos rectos, se pierden en esta espesura que no acaba, que no acaba. Su estomago se revuelve, vomita cierto distanciamiento ante los que allí habitan. La armonía familiar se ha acabado y una nube gris y pesada corre bajo sus espaldas. La casa se halla allí, donde el golpear de las olas sobre las rocas llega como un estremecimiento en sus paredes. Abre la puerta con el cimbrar de sus manos. Dos manos delgadas, curiosas. Parece que no hay nadie. Pero lanza un saludo como es costumbre en ella.
-Hola ¿Dónde andáis?
- Hola, hola, hola. Pero donde vamos a estar hija, aquí. Siempre con tu educación. Vienes mojada. Ándate quítate esa ropa.
-No madre. No me quitaré la ropa.
-Pero qué dices. Pareces chalada.
- Por qué he de quitármela. Esta humedad…
-Sí está humedad que te enfermará si no lo estás ya.
-Siempre lo mismo. Tus palabras despectivas me hieren.
-Déjate de bobadas. Y quítate la ropa.
-No madre.
-Pues aquí no entras. Si estás mal vete a un loquero.
-No estoy mal. Son tus formas de decir las cosas.
-Anda, anda. Que soy tu madre y puedo decirte lo que me viene en gana.
    Se va. Se difumina en la distancia de su casa. Coge la dirección norte. Aun llueve. Allí el cabalgar efímero de las olas sobre las rocas le rocía cierta ternura a su rostro, a su cuerpo. Siente ganas de gritar. Por qué no. Vacía esa represión que llevamos dentro o nos induce a ella. Ahora si se quita la ropa, se descalza. Y una mezcla de llovizna y gotas salinas la acogen en el esplendor de sentirse libre. Sí, libre. Siente ganas de lanzarse a esa mar que hace remolinos blancos ante su mirada. Y se lanza. Bucea las entrañas de ese misterioso océano. Encuentra una caracola vacía y vuelve a la superficie. Entre rocas se sienta mientras el golpeteo de las olas y esa caracola emite voces lejanas. Voces que como las de ella son desahogo ante la represión, ante los prejuicios.



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