Cuando la
noche me abraza. Ay, estos parajes desérticos a los que bajo con la tonada de
los cipreses me hacen sentir, no sé, un estimulante sabor a silencio. La luna
allá arriba diciendo adiós. Sí, es tiempo de decir adiós por unos instantes.
Laberintos de rosas negras amarran el llanto y me desmayo en una barquilla sin
rumbo ¿Dónde me llevará?, me pregunto. No me importa. Quizás donde un faro me
indiqué mi norte. Pero para que. Deseo en esta sombra de noches ser indiferente
a los sentidos del viento y perderme…Perderme por esos indescifrables lugares
del misterio. Una lágrima caricia mi mejilla y no sé por qué. Cuando la noche
me llama soy ave solitaria al encuentro de pacificadoras hogueras. Me da igual
todo. No soy hilo que converge en el origen de la bulla. Me identifico más bien
con el aliento de la nada. Ya…Ya sé que es tenebroso, grotesco. Pero es así. La
noche y yo. Yo y la noche girando en torno al vacío, a la soledad. El vacío y la
soledad. La soledad y el vacío. Qué bien suena. Me asomaré a las estrellas y
las contaré. Y ese faro…Ese faro que me guía en la ruta perdida me alimentará
de sueños, de un despertar en medio de mi yo.
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