viernes, junio 27, 2014

El violín y ella...

Y tocaba un violín. Yo la observaba en cada movimiento espontáneo y ávido. Hipnotizada admiraba ese violín  que transmitía algo especial. Una música que me hacía confundir la realidad con el sueño, el sueño con la realidad. A ella, la veía más bella. Joya que se mece en el sentido de las mareas y un viento que no cesaba. Estábamos en una calle céntrica. Yo sentada en un muro. Ella, de pie. Y tocaba el violín con la melodía de la memoria. No sé qué añoranza se desprendía de él. Quizás el alma de ella. Ella tan bella. El tan correcto, tan perfecto. Y yo desde el muro intentaba alcanzarlos. Alcanzarlos con unos ojos que no sentían el paso el tiempo. Un tiempo que nos arrastra, que nos estrangula, que nos destripa para luego continuar. Embelesada a cada nota, a cada sonata era singladura de mundos infinitos, de esos mundos paralelos que tal vez deseábamos vivir. Pero que belleza. Ella estática y solo sus manos. Manos huesudas, frágiles, pálidas invocando al corazón. Latidos que con celeridad al ritmo de esas cuerdas. Y tocaba un violín. Sí, yo desde el muro la escuchaba. Ella vertical impregnaba con un cierto aire que daba aforo a la imaginación. Nubes blancas pasaban lentas pero dejaban algún resquicio de ese cielo celeste. Las horas andaban y andaban. Pero ella no se detenía. El violín y ella. Ella y el violín. Una misma sustancia flotante que me llevaba a la calma. Me imantaba, me absorbía, me adhería a esos instantes donde todo parece eviterno en el recuerdo. 

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