Y no sé. Te
esperaba en la perfección de tu esencia abrigando mi desnudez. Sí, te esperaba
junto a una hoguera donde los cuerpos emergen de las cenizas y se vuelven nubes
azules de sus ensueños. Pero no viniste. Te evaporaste como las gotas de agua
que cae ante el denso calor. La oscuridad sin embargo me tendió sus brazos
abiertos. Unos brazos que se balanceaban por esas vertientes donde los grotescos
rostros de la nada acarician mi tez. Arrugas emanaron de mi piel. Fui envejeciendo
apresuradamente. Mis manos rajadas no podían avanzaban, a cada paso, se hundía en
el dolor, en la pena, en las lágrimas. Y no sé. Te esperaba en susurro del
viento cuando con su canto bajaba hasta mis labios. No viniste. Te fuiste con
tus espaldas tatuadas de adiós eterno. Un adiós que hace temblar cada
movimiento en mi desfallecimiento. En grutas me sumergí. Grutas donde el balazo
de lo negro vestía mis ojos cansados. Allí me quede, vírate y mírame. Sí allí
me quede con mis sentidos putrefactos, con mi aliento desdichado por violentas
espinas de rosas sin pétalos. Sin
embargo, de repente una luz vino hacia mí. Era el sol que anunciaba una nueva
vida. Tenía que seguir. Sí, levantarme y admirar la naturaleza de su corpulencia.
Y lo miré. E hipnotizada se engendró en mi una nueva vida. Una vida cuyo
mensaje era maravíllate por lo que surge
en cada instante de tus pasos, de tus manos abiertas a esta tierra que vuela y
vuela en el paraíso de los sueños.
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