Serena. Al
unísono el alba se eleva para observar las calles que comienzan a ser sombra de
nuestras pisadas. Un amanecer donde los pajarillos de la primavera lucen sus
trajes más coloridos, donde las flores son ese eco remoto de un blancor que
espanta a las nubes por una bóveda pintada de celeste. En equilibrio y con la
monotonía de los rostros andamos hacia el infinito de las mareas. Ese océano
frente a nosotros que viene y que va con su espuma, con sus algas, con el álgido
tono de las caracolas…Pensativos nos arrugamos hasta besar nuestro vientre y
vagamos por mundos invisibles a nuestro tacto. Tal vez sea un sueño, quizás una
esperanza pero que emocionante es mirar el barrer del oleaje cuando el sol
asciende. Algunos dirán que ves, digo yo. Pero si. Ese mecer de las olas con su
canto verde azul halla la magia para pacer en paz. Me arrimo. Me desnudo y mis
pies es fresca cosquilla de su cuerpo mientras paseo por la orilla. Y el día se
levanta emancipándose de la brisa fresquita, de las brumas que anuncian
pesadez. Continuemos. Sí, por esta orilla. A lo lejos cachalotes se confunden
con una piedra estira y vasta. Los observo, su libertad nos lleva por lugares
desconocidos, misteriosos, asombrosos llenos todos ellos de belleza. Lugares
que quizás mano humano haya palpado. Mejor, pienso. Nuestras manos hirsutas pueden estropear la
hermosura de la naturaleza, de esa atmósfera profunda. Pero vamos amigo, amiga
contemplemos lo lindo de esta mar que nos brinda con sus especies. Desde aquí. Sí, desde aquí se ve bien. No
hace falta invadir su territorio para que se espanten. Y las olillas acarician
mi piel. Jaja..Feliz me siento. Pero vamos amigo, amiga a seguir por esta
orilla desde que de la belleza perfecta nos podemos alimentar. Serena y el día
avanza, paso a paso, con el golpeteo de las olas sobre las rocas. La marea sube
y sube ¿ Qué hacemos? Nos quedamos. ..Mejor será irnos. Sí marcharnos hasta que
mañana el din don de las campanas del
crepúsculo nos avise.
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